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EL ESCÁNDALO DEL NARCOTRÁFICO

Sancionar los 'desviacionismos' reformistas

Antonio Caño

Ávidamente buscadas por los detractores del régimen, las implicaciones políticas del caso de los militares narcotraficantes apenas comienzan a aflorar en Cuba. La depuración de los elementos corruptos ha servido indirectamente para respaldar la línea de pureza ideológica y sancionar los desviacionismos reformistas.El caso más significativo fue el desplazamiento de José Abrantes del Ministerio del Interior, que ha sido sustituido por el general Abelardo Colomé, un hombre de la absoluta confianza de Raúl Castro, el hermano del máximo dirigente cubano Fidel Castro.

Las responsabilidades de Abrantes como jefe de un ministerio que se demostró invadido por el cáncer de la corrupción parecen fuera de toda duda, pero, al mismo tiempo, los observadores recuerdan ahora la línea de moderación que Abrantes había marcado durante su actuación al frente de tan importante cargo. Durante la etapa de Abrantes, las organizaciones disidentes gozaron de mayor margen de maniobra que en el período en que estuvo a la cabeza del Ministerio del Interior Ramiro Valdés, uno de los comandantes de la revolución.

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Estos casos, mínimos pero significativos, contrastan con el tono utilizado por Raúl Castro en el mismo discurso de junio pasado, en el que desveló el escándalo del general Ochoa. Durante su intervención, Castro recordó a sus compañeros de armas que Cuba se hundiría antes de volver al capitalismo y que quien no estuviese de acuerdo con esta situación podía huir a Polonia o a Hungría.

En realidad, nunca se han detectado diferencias de fondo entre los dirigentes cubanos, aunque los cubanólogos sí ven ciertos modos distintos de aplicar la línea oficial. En este sentido, Raúl Castro parece representar la facción más ortodoxa, más intransigente con las innovaciones y más severa en la persecución de la relajación ideológica.

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