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Las razones de Thatcher

Cuando el Reino Unido experimentó una aguda crisis económica allá en la última mitad del siglo pasado, Benjamin Disraeli, primer ministro y jefe indiscutible del conservadurismo, diseñó un presupuesto nacional de emergencia en el que la característica sobresaliente era una fuerte subida de los impuestos. Siguiendo una costumbre más protocolaria que efectiva, visitó a la reina Victoria en el palacio de Buckingham y se lo mostró. La reina lo leyó detenidamente, fijó su atención en un párrafo determinado y dijo de inmediato: "Benjamin, no toques la cerveza de mi pueblo". Disraeli no rechistó y borró de un plumazo el medio penique que había proyectado cargar sobre cada pinta. Siglo y cuarto después, otra conservadora, Margaret Thatcher, sabe, como la reina Victoria y Disraeli, que es más peligroso tocar el bolsillo de los británicos que sus tradiciones. En este sentido montó desde el primer momento su política monetarista; redujo la inflación -que se le había disparado a los laboristas-, abarató los impuestos, apoyó la expansión de la empresa privada por creer que en ella reside el fomento del empleo, y así consiguió la marca de ser reelegida dos veces más tras su primera victoria. Junto a su política económica, ha rendido también culto a las tradiciones y a esa complacencia en su superioridad que siente todo británico, para quien la insularidad no es solamente un hecho geográfico, sino el envoltorio natural de una sociedad industrial, social y culturalmente fuerte.La larga batalla de Margaret Thatcher con la Comunidad Europea es una afirmación de esto, desde la lucha por la devolución del exceso de las aportaciones británicas a los fondos comunitarios hasta esta última de la Unión Monetaria Europea, zanjada sólo aparentemente en la reciente cumbre de Madrid, más que nada por la posición conciliadora del presidente Felipe González, que evitó con ello una ruptura que ha planeado ya varias veces sobre la Comunidad y cuya sombra puede proyectarse en cualquier momento todavía.

La gestión de González

La gestión de Felipe González logró hacer variar la intransigencia thatcheriana del primer día y que la primera ministra aceptase la primera fase del plan Delors y que se negocien las restantes, aunque consiguiendo el retraso de un año en la puesta en marcha del mecanismo.

No es un capricho de gobernante enérgica la postura de Margaret Thatcher, ni siquiera una consecuencia del tradicional mal entendimiento comunitario entre franceses y británicos -lo que pueda pasar durante la presidencia francesa pertenece al emocionante juego de las adivinanzas-, sino que esta postura está determinada por la especial prevención que cualquier Gobierno británico le tiene a dos factores que influyen decisivamente en la economía de los electores: la inflación y el poder adquisitivo de la libra esterlina, una de las divisas europeas más cuidadosamente controladas, porque sus altibajos repercuten en la alta factura de importaciones de los británicos y en otras cosas no menos importantes para su bienestar como son las vacaciones. La decisión de no convertir la esterlina en ECU parece firme, y la señora Thatcher no la ha ocultado.

La incógnita ahora está en desvelar en qué condiciones estáel Reino Unido dispuesto a integrarse plenamente en el Sistema Monetario Europeo, porque con una inflación del 8,3% y sin contrapartidas valiosas parece para el criterio del Gobierno británico una aventura peligrosa que no está dispuesto a arrostrar sin plenas garantías, cuando quedan menos de dos años para unas elecciones que se adivinan inciertas para el conservadurismo a juzgar por los últimos resultados de la consulta europea.

En el primer día de la cumbre de Madrid, Margaret Thatcher esbozó un plan asumible para el Reino Unido en el que condicionaba las dos últimas fases del plan Delors a la abolición del control de cambios en la Comunidad, el desarrollo del mercado libre, libertad financiera y reforzamiento de la competitividad de la Comunidad, así como el más doméstico del control de la inflación británica.

Poner dificultades

Hay razones para pensar que, aunque la señora Thatcher cambió de postura y contemporizó en el segundo día de reunión, las negociaciones que seguirán a la conferencia intergubernamental de julio de 1990 se desarrollarán en las líneas ya marcadas de antemano por el Reino Unido. Cuando los británicos no aceptan de plano algo -lo hacen muy pocas veces- y lo dejan para la negociación es porque están pensando en eternizar ésta y erizarla de dificultades, ya que son maestros en la exposición de alternativas, el regateo y el volver al punto de partida como las cosas no vayan por el rumbo que desean. El escollo se ha salvado por el tacto del presidente español con la ayuda inestimable del canciller de alemán Helmut Kohl, pero queda aún mucho camino de discusiones,que estarán fuertemente influidas por los vientos que impulsan la veleta política británica.

José Meléndez es periodista español.

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