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Crítica:ÓPERA /
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Liderazgo operístico

Philippe-Joseph Salazar dice (L'Avant-Scéne, número 15) que Samson et Dalila es un drama estructural no psicológico. Un drama en el que no se narra ninguna historia de amor, sino solamente una historia de Estado. Dos sociedades en acción: una, la de los filisteos, tiene bien cubiertas las tres funciones primordiales de toda sociedad definible como tal el poder político (Gran Sacerdote), el poder militar (Abimelech) y la propia erótica de estos poderes (Dalila); la otra sociedad, la de los hebreos, se presenta mucho más ruda: únicamente tiene cubierta la función militar (Sansón) y un poder político tan sólo apuntado (Viejo Hebreo). El drama lírico no va a ser otra cosa que la narración de la pugna entre las dos comunidades para establecer un orden nuevo, con los resultados bíblicos conocidos: el hundimiento de ambas bajo las columnas del templo. Tan sugestiva hipótesis, de aceptarse, supone riesgos notables: la ópera, toda ella, puede hundirse como el templo si la práctica interpretativa no es capaz de demostrarla. Estructuralmente, pues, hace falta contar con cantantes que asuman un compronuso que va bastante más allá de su, por cierto, nada indiferente cometido vocal.Fuentes tan creíbles como la de la compañera que firma la información gráfica de este escrito informan que el ensayo general liceísta de esta obra fue un desastre capaz de poner en entredicho toda una temporada de la que iba a ser el colofón: la Baltsa no acudió, Domingo se limitó a participar en el tercer acto, el director de escena a poco llegó a las manos con el primer insensato que se cruzó en su camino, las luces iluminaron todo menos lo que tenían que iluminar, hubo que parar la representación una vez sí y otra también para ir arreglando las cosas sobre la marcha. Hasta que llega el día del estreno y entonces sale a flote el liderazgo de unos solistas, unas masas estables y una puesta en escena que ponen broche de oro a una programación dorada como ha sido la de este año. En definitiva, es el liderazgo lírico de un teatro el que se impone.

Samson et Dalila

De Camille Saint-Saens, sobre un libreto de Ferdinand Lemaire. Intérpretes: Agnes Baltsa, Plácido Domingo, Alain Fondary, Ismael Pons, Alfonso Echeverría, Antoni Comas, Antoni Lluch y Viceng Esteve. Producción: teatro de la ópera de Niza. Dirección escénica: Giancarlo del Monaco. Escenografía: Ganther Schneider-Siemssen. Vestuario: MarieLuise Walek. Coreografía: Dennis Wayne, interpretada por el Dennis Wayne's Dancers. Orquesta Sinfónica y Coro del Gran Teatro del Liceo, dirigidos por Jacques Delacóte. Barcelona. Teatro del Liceo, 24 de junio

Este Samson ha sido un éxito y la verdad es que la temporada que clausura no merecía otra cosa. El tiro estaba asegurado con protagonistas de la categoría de Plácido Domingo y Agnes Baltsa. El primero hace de Sansón, un líder de una pieza, todo fuerza arrolladora y capacidad sublime para arrastrar tanto a su pueblo de ficción como a la población de espectadores hacia ladoble locura de suplantar a los filisteos. Domingo estuvo al pleno de sus facultades vocales: puro drama hecho voz, puro fraseo sin quiebros, pura ingenuidad del personaje.

La mujer fatal que va a constituirse en el núcleo burgués del desenlace estuvo a cargo de quien seguramente en la actualidad puede encarnarla con mayor autoridad: Agnes Baltsa, que en el segundo acto, en el transcurso del gran dúo, demostró su capacidad, musical y teatral, para reducir a Sansón a simple pelele, a personaje afásico que sólo puede balbucear "te quiero" y, ya al final, sobre un tan justificado como imponente agudo, "traición".

Gratísima sorpresa fue la presentación en Barcelona del barítono francés Alain Fondary: voz natural, timbre calidísimo, línea de gran vuelo. Cumplió con algo más que corrección el resto del reparto: una entrada en falso de Alfonso Echeverría (Viejo Hebreo), en lo demás acertado, fue resuelta con autoridad por Jacques Delacóte, que supo dar el necesario respiro a una obra de notables densidades sinfónicas y frecuentes cambios de estilo. El coro tuvo una noche brillante, acorde con lo que han sido sus prestaciones en el ciclo. Una eficaz coreografia para la bacanal del tercer acto acabó de redondear el espectáculo.

La puesta en escena juega todas sus bazas en el efecto de peplum cinematográfico pasado por el género superviviencia-tras-catástrofe-nuclear, tipo Mad-Max. Lo mejor de todo ello, el vistosísimo vestuario y un notable hundimiento del templo, con altas torres que se vienen abajo. Lo más flojo, una iluminación que no acaba de cuadrar. Para estos detalles hace falta tiempo y eso es lo que necesita ganar ahora un teatro líder como es el Liceo.

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