Genio y figura de Victoria de los Ángeles

Para un recital de Victoria de los Ángeles, la denominación del ciclo musical organizado por el Ayuntamiento, con el patrocinio de diversas empresas e instituciones, resulta restrictiva. El canto de Victoria es, desde hace más de 40 años, no sólo una fiesta europea, sino un mito en cualquier parte del mundo. Como mito tiene mucho de milagro y como tal resulta difícilmente explicable.Ni Victoria ocultó nunca su edad ni hay por qué hacerlo. Menos ahora cuando a los sesenta y bastantes años puede lucir méritos que, si no los conociéramos, nos llevarían a adorarla. La pureza de timbre, tan extremadamente delicado; la gracia de fraseo, la claridad en la dicción continúan inamovibles. Y sobre todo, nos encontramos siempre con un arte superlativamente noble. Incluso en el popularismo más rabioso, como el de Falla en el Polo gitano, o en las tantas veces amaneradas tonadillas de Granados, Victoria de los Ángeles volvió a darnos la lección sustancial de su aristocracia artística que distingue sus versiones de muchas otras.

Un público muy vario se entusiasmó en el Auditorio Nacional con el arte de Victoria de los Ángeles. Había razones para ello: las versiones increíbles de Fauré; las no menos increíbles de Reynaldo Halin. Un grupo de Lieder de Franz Schubert sobre Shakespeare, Claudius, Schubart y Goethe, nos dio otra medida de la artista, entre lírica y dramática, del mismo modo que la Italia dieciochesca de Searlatti, Pergoles¡, Cesti y Galuppi, había iniciado el recital con frescor de espíritu y de color, de rostro y ademanes.

Manuel García Morante, compositor y pianista, bien apreciado, tuvo en la'voz de Victoria de los Ángeles las mejores posibilidades para sus canciones catalanas, armonizadas con sencilla adecuación. Tocó bien, en general, pero nos dio alguna sopresa: ciertos excesos expresivos en Granados que no respondían a la línea de la cantante o un Falla tímido, casi en esbozo. Sin embargo, se trataba de la mejor escritura pianística de todo el recital. Por lo demás, García Morante colaboró excelentemente en Fauré, Hahn y Schubert.

Ante los aplausos interminables, las propinas fueron obligadas y, entre ellas, esa Carmen que Victoria idealiza en grado sumo y con estilo irrepetible.