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La urgencia de la historia

El libanés afincado en Francia Amín Maalouf convierte en héroe al poeta persa Omar Jayyám

El libanés Amín Maalouf trabaja un mínimo de 10 horas al día y a menudo se refugia en un pueblecito de la campiña francesa para huir de las tentaciones, intelectuales, de París. Sorprende esta dedicación de soldado, pues los éxitos de sus libros -Las cruzadas vistas por los árabes, León el Africano y Samarcanda- sugieren que podría descansar, tomárselo con calma. No puede. Tiene en la cabeza tantas historias que sabe que no podrá escribirlas todas, pero a pesar de ello lo intenta. Hasta el momento son historias que se confunden con la historia. Samarcanda, que ha presentado en Madrid, habla de un tolerante en el intolerante islam del siglo XI: Omar Jayyám, autor del clásico Ruba' iyyat.

Amín Maalouf es un joven pulcro de hablar inteligente y sosegado que no se quedó en Líbano, cuando estalló la guerra civil, porque no se sentía identificado en nada con ninguno de los bandos que comenzaron a dispararse desde las esquinas de Beirut. Para entonces, en 1975, él era un joven periodista de 27 años que sin embargo ya tenía cierta experiencia como enviado especial -Vietnam, Etiopía...-, comprendió que durante cierto tiempo los libaneses no se iban a interesar por otras bombas que las que les lanzaban sus vecinos, y, se marchó a París."En París estoy más cerca de Beyrut que en el propio Beyrutt", dice. Sueña con que un día podrá pasar temporadas en Líbano, y es optimista al respecto: sabe que la historia es un continuo tejer y destejer, y que "estará siempre en crisis, afortunadamente".

"La historia de Persia ha girado siempre en torno a tres personajes", explica Maaloufl el poeta, el sacerdote y el rey, y aunque el Irán (Persia) esté monopolizado hoy por el sacerdote, terminarán por resurgir los otros dos. En Samarcanda, su novela, el héroe es sin duda alguna el poeta, Omar Jayyám, cuyo manuscrito de los famosos Ruba' ¡yyat (de moda cuando el Siddharta, de Herman Hesse), reposa en una de las cajas fuertes del Titanic. Con él se hundió, al igual que tantas otras riquezas y leyendas, como propiedad de un rico bibliófilo.

Historia y realidad

Los otros dos personajes, que marcaron el milenio, fueron Nizam-el-Molk, que reinó, y Hassan Sabbah, que aterrorizó su tiempo al crear la orden de los asesinos.Aunque novelas, las obras de Maalouf (Alianza Editorial) tienen una estrecha conexión con la historia y con la realidad. "A lo mejor es deformación profesional de periodista", dice. "Mas el matrimonio entre la historia y la ficción es uno de los más antiguos que se conocen. Fíjese en La Ilíada, por ejemplo. Y Julio César: con él no sabemos si hablamos de él o de la versión de Shakespeare..." Maalouf piensa que "la historia es una condición para la identidad del hombre". A veces se olvida, y las consecuencias son terribles.

El héroe de León el Africano, Hassan al-Wazzan, es una versión libre de un fascinante geógrafo del siglo XVI al que Maafoub hace nacer en Granada que no es casual. Granada, AlAndalus, fue un territorio milagroso en el que, hasta que triunfó el fanatismo, convivieron cristianos, judíos y musulmanes, algo muy parecido a lo que era el privilegiado territorio del Líbano antes de que estallara (no espontáneamente) la guerra civil, y que es justamente la tierra que Maafouz añora. "Las cuestiones lingüisticas, el territorio y el sexo tocan ese ser prehistórico que tenemos dentro. La historia muestra constantemente a enormes y ricos paises pelear hasta la muerte por cinco kilometros cuadrados".

Vivimos en el mestizaje

Sin embargo, piensa Maalouf, el mestizaje de las culturas es algo inevitable: ya vivimos en ellas. Son comprensibles las reacciones de culturas periféricas, que se sienten desplazadas por Occidente, y aunque son "guerras de retaguardia", pueden prolongarse si una cultura insiste en imponerse. A su juicio, debe haber una cultura universal -el respeto a los derechos humanos, por ejemplo-, conviviendo con las culturas individuales.Es un hombre amable y suave, Maalouf, pero algo debe de tener de artista con una visión más bien trascendente de su obra. Sus textos son amenos aunque se percibe al fondo una documentación de monje. Corrige hasta la extenuación. Tras haber leído un texto 50, 60 veces ("y no es exageración"), puede volver a leerlo una vez más e introducir 42 nuevas correcciones. "Es como si escribir fácilmente me produjera complejo de culpa", comenta sonriente.

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