La gran Misa' de Bach, en el patio de Carlos V
La jornada del 38º Festival Internacional estuvo consagrada a Juan Sebastián Bach y una de sus más bellas obras: la Misa en si menor, llamada también Símbolo de Nicea por referencia al genial Credo. Fueron intérpretes los mismos de las vísperas monteverdianas, pero esta vez el patio de Carlos V aparecía rebosante. Bach vence, hoy por hoy, a Monteverdi en el gusto de nuestro público, lo que ha de tenerse en cuenta sin especial alborozo; asistió la Reina, acompañada por la princesa Irene, el ministro de Cultura y el presidente de la Junta de Andalucía, lo que alargaba las significaciones del concierto, aun cuando todos sepamos que la presencia de doña Sofiano tenía carácter ritual, sino que se trasladó a Granada para gozar de una música que ama muy especialmente.
Los consumidores de discos —o mangiadischi, como dicen en Italia— estuvieron encantados ante la escucha directa de Rilling y sus formaciones de Stuttgart; no tanto los conocedores musicales y menos aún los seguidores de un espacialismo historicista que, con todas sus exageraciones, que las hay, han puesto buen orden en sus criterios de apreciación interpretativa de la música barroca.
Sentimiento religioso
Quizá, en principio, la idea de RiIling es mejor para Bach que para Monteverdi, pero la ejecución, dentro de una calidad tan conocida que no precisa de mayores elogios, ofreció puntos discutibles: esas fugas en las que la primera voz canta sin ligar, la segunda en un medio ligado y la cuerda en ligado, esa vivacidad y excesivo tempo del fragmento Et incarnatus, así como algunas desigualdades dinámicas y, sobre todo, una constante materialización de la Misa que, de ser fieles, habrían imposibilitado el filosofar de Dilthey acerca de las "visiones del mundo y de la vida", distanciaban un tanto los pentagramas de su público.
Concepciones musicales como la Misa en si menor están ligadas para siempre al sentimiento religioso que las motivó, y cualquier tratamiento objetivizador y hasta espectacular tiende a profanizarlas, incluso cuando no sea ésa la intención del intérprete. Son universos completos ad heridos a un momento histórico, y por alto que sea su valor artístico intrínseco, será dificil, por no decir imposible, separarlr.s de su razón de ser. En otros casos puede suceder que el compositor opere desde su artesanía aplica da a un texto sagrado como a cualquier otro tipo de argumento dramático. No es así en Juan Sebastián Bach, y de ahí el talante congelatorio que presentan versiones como la que acabamos de escuchar.
Tampoco los solistas se movieron al margen de las rigurosas indicaciones rectoras, lo que, al menos relativamente, resultó hacedero en algunos solos de Monteverdi el día anterior. Bach y su gran Misa encierran bellezas para dar y restar, lo que legítima el éxito alcanzado.
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