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Monteverdi abrió el Festival de Granada

Luciano Berio y Penderecki, figuras de este año

Con las Vísperas de la Virgen María, de Monteverdi, interpretadas por los cantores e instrumentistas de Stuttgart bajo la dirección de Helmuth Rilling, dio comienzo el jueves el 38º Festival Internacional de Música y Danza. De un conjunto de 20 conciertos, recitales y representaciones de ballet, destaca la presencia de Penderecki y Berio como directores y compositores, el estreno mundial de una obra de García Román y la actuación de Ros Marbá con la Orquesta Filarmónica de Londres.El Festival, los cursos Manuel de Falla y el congreso y exposición sobre los ballets rusos de Sergio Diaghilev se prolongarán hasta el día 2 de julio.

No estamos ante una edición especialmente valiosa de un festival tan prestigiado en el mundo como es el de Granada, hecho más de notar cuando la ciudad ha tenido durante la temporada conciertos importantes a precio razonable. Por fortuna, en Granada el Festival, del que responde el Estado, ha dejado de ser oasis, lo que debe imponer a sus directivos y programadores gran imaginación y extremada exigencia.

La noche inaugural puede servir de toque de atención en cuanto a la reacción del público. En contra de lo habitual, la apertura del Festival no llenó ni mucho menos el anillo renacentista del Carlos V, en cuyo estrado bajo unos toldos ruidosamente batidos por el viento hicieron una muy seria versión monteverdiana Helmuth Rilling y sus formaciones de Stuttgart, junto a un excelente cuadro de solistas, alguno de los cuales nos dieron el mejor y más auténtico Monteverdi. Así, el tenor Scott Weir o el bajo Phillippe Huttenlocher, dueños de un estilo en el que reconocimos el "hablar en música" característico del autor de Orfeo.

En general, al margen de algún pequeño detalle, la ejecución fue más que perfecta, primorosa; pero Rilling hace en Monteverdi más arquitectura que drama, pone freno a la necesaria flexibilidad y, para entendernos, lo lleva todo al que-quizá sea su mejor terreno: Bach o Telemann, antes que el mismo Haendel. Mas el legado monteverdiano posee tal fascinación que llega un momento en el que domina a todos, nos invade a todos, intérpretes y oyentes, como es el caso de la Sonata sopra Sancta Maria o el Magnificat que cierra la obra. Las ovaciones fueron incontenibles.

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