Ofrenda a la Virgen Morena
El presidente electo de Argentina, Carlos Menem, fue coronado por el Movimiento Nacional Justicialista que representa en la provincia de Catamarca, el feudo peronista que controla la familia Saadi. Desde allí, tras cumplir con la promesa de visitar la tumba del ex senador Vicente Saadi, padre del actual gobernador Ramón Saadi, y de ofrendar su victoria a la Virgen del Valle, la llamada Virgen Morena, Menem recobró su pasión y su energía política y convocó nuevamente a la unidad de los argentinos para hacer el país federal que soñaron los caudillos populares del siglo pasado y la patria grande latinoamericana por la que lucharon San Martín, Artígas y Bolívar.Nunca como el lunes por la noche, en los últimos años, se presentó la ocasión de ver reunido a todo el peronismo, el cultural, económico, social y político. Más de 1.000 dirigentes del partido llegaron a la capital de Catamarca para festeja la victoria. El gobernador Saudi levantó una carpa en su fastuosa residencia de Las Pirquitas, en las afueras de la ciudad, y allí cenaron, tras el acto público, ex militantes montoneros, ex miembros de la temida Tripe A (Alianza Anticomunista Argentina) reconocidos fascistas del partido y numerosos legisladores y gobernadores del ala más progresista. Entre los invitados de honor se encontraban también representantes de la oligarquía, de apellidos como Blaquier o Lacroze de Fortabat, dueños de extensos territorios y de poderosas empresas.
'Proyecto nacional'
El discurso de Menem delinea ya la puesta en marcha del llamado proyecto nacional, que se basa en tres pactos: el político, el económico y el federal. En Catamarca sólo faltaba la representación institucíonal de las fuerzas armadas. Ningún alto jefe fue invitado oficialmente, pero Menem les dedicó un párrafo especial de su mensaje ante la multitud reunida en la plaza principal de la capital provincial, donde recordó que "las fuerzas armadas han sido agraviadas como institución y deben integrarse ahora al esfuerzo de todos los sectores para reconstruir el país".
El presidente electo aseguró que no quiere "administrar la crisis" y se dispone a "pulverizarla". Para lograr su objetivo, insiste desde que fue elegido en una convocatoria amplia a colaborar, sin detenerse ante nada ni nadie. El pueblo, a cada paso, le grita: "Menem, querido, estamos contigo". Sus discursos provocan una euforia colectiva de la que se desprende una extraordinaria energía. Cuando afirma que no es casual" la reunión del peronismo en Catamarca y su demora en viajar a la capital del país, recuerda que el Movimiento nació precisamente para reparar las injusticias, entre las que distingue una sobre todas: "La de una política resuelta en el puerto de Buenos Aires, desde donde se condena al hambre y a la marginación en las provincias. Por eso vamos a construir el país federal, que desarrolle sus regiones económicas y permitan el crecimiento y la realización del hombre que hoy sufre la miseria y la humillación".
La preocupación de Menem contrasta con la tendencia general al goce del botín electoral y la ambición desmedida que se observa entre los cientos de personas que se le han acercado en menos de tres días.
Su alegría se reduce siempre a la insinuación de una sonrisa, la devolución del afecto o el agradecimiento que le transmiten. Parece ser el único que imagina la magnitud y profundidad de la crisis que heredará el peronismo y también el único seguro de que no habrá otra oportunidad para su partido si fracasa.
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