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La orfandad de los clásicos

La cultura europea celebra en Milán el 40º aniversario de la Biblioteca Universal de Rizzoli

Juan Cruz

Hace 40 años, un editor italiano que ya era un magnate, Angelo Rizzoli, puso en marcha un proyecto: él, que había sido un desheredado, un huérfano, quería poner a disposición de los italianos, que entonces eran también los desheredados de una guerra inmensa, una riqueza incalculable a la que él mismo no había tenido acceso, la herencia de los clásicos. Un encuentro internacional, en el que durante los últimos días se ha celebrado en Milán el aniversario de aquella iniciativa de Rizzoli, ha servido, además, para advertir que en la idea del mítico creador del imperio Rizzoli había también otros desheredados, unos huérfanos aún más indefensos a los que nadie hace demasiado caso: los autores clásicos.

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Rizzoli tuvo en la aventura de lanzar la idea de editar masivamente a los autores clásicos algunos amigos insignificantes pero incansables, y otros enemigos muy poderosos.Entre estos últimos se hallaban los libreros italianos, que oponían a la generosa idea de las tiradas masivas su reivindicación de la ganancia, no garantizada debido al precio bajo de los sobrios volúmenes. Como ha recordado en Milán el actual presidente de Rizzoli, el veterano periodista Giorgio Fattori, la colección se consolidó en seguida.

Esa consolidación y el hecho de que este mismo año se cumple el 402 aniversario de esta aventura han hecho que Italia, y singularmente la ciudad de Milán, se detenga a rendir homenaje a la Biblioteca Universal Rizzoli -los italianos la llaman BUR-, que ya ha publicado más de 700 clásicos de todo el mundo, entre los cuales los españoles no quedan fuera, pero no resultan tan abundantes como podríamos prever: nunca ha sido publicada La Regenta, de Clarín, y El Quijote, de Cervantes, prologado por Jorge Luis Borges, no ha llegado a vender más de 12.000 copias. Y por avanzar en las carencias de la riquísima historia de la BUR, aún tiene por publicar El Buscón o La vida es sueño.

La BUR se inició, como es natural, con la publicación de I promessi spossi (Los novios), la mítica novela de Manzoni, pero incluyó en seguida en su catálogo la gama de clásicos que van desde Homero a Kafka. Azotada por la incultura de la guerra y acuciada por su propia historia, Italia aprovechó en seguida la intuición de Rizzoli: el patrimonio cultural del pasado es el único que puede ayudar a reconstruir el presente.

Memoria histórica

Las tiradas fueron en aumento y la BUR se convirtió en un lugar común en librerías y escuelas, universidades y bolsillos. Circuló tanto que, en cierto modo, ya forma parte de la memoria histórica de Italia como la colección de bolsillo por autonomasia, como en España han sido las ediciones clásicas de Espasa Calpe, de Aguilar o de Alianza.Y no sólo de Italia. El académico Francisco Rico señaló una anécdota frecuente: fue esta colección la que ayudó a divulgar la poesía de Dante, la que hizo posible regresar al patrimonio cultural generado por Italia. Algunos ejemplos de mundo que abrió la BUR son incluso sentimentales -Rico nombró alguno- y también editoriales, y ahí Rico nombró sobre todo a Alianza, e hizo hincapié largamente en la colección de clásicos de Calpe, que este año, por cierto, cumple el doble aniversario que la BUR de Rizzoli. Paul Keegan, editor de Penguin, recordó que su editorial británica acaba de cumplir 50 años editando clásicos. Los alemanes de la editorial de libros de bolsillo clásicos de la DTV sólo tienen 29 años a las espaldas. Y los franceses de Flammarion, que también han estado en el homenaje europeo a la BUR, ya han paladeado el 252 aniversario de su fundación y los 500 números.

Como era un homenaje, los problemas fueron apuntados sumariamente, pero como son tan obvios pertenecen a la preocupación de todos: las ediciones de clásicos son sujetos de pirateo editorial, porque el clásico es un desheredado, un autor cuyos derechos pertenecen al dominio público. Esta circunstancia, que está en la naturaleza de la historia y que por supuesto no tiene vuelta de hoja, produce muchos quebraderos de cabeza a los editores europeos.

Lo apuntó el representante de la DTV, Lutz M. Wolf. las ediciones de los clásicos preparadas por las editoriales especializadas son luego copiadas por otras editoriales, que abaratan los volúmenes, rompen el mercado y establecen una competitividad tan desleal que hoy hay editores de clásicos que están dispuestos a tirar la toalla.

Además, la proliferación de las fotocopias como método para efectuar la divulgación escolar o universitaria de los clásicos convierte en mínima la posibilidad de ganancia.

Otro problema, que en los años sesenta produjo una importante fisura en la BUR hasta el punto de que la colección paró para ser replanteada, es el de los precios de los libros.

Los alemanes y los británicos lo definieron muy bien: en 1939, dijo el representante de la Penguin, un clásico publicado en esa colección británica costaba lo mismo que 10 cigarrillos de importación. Hoy cuesta como 200. En la RFA, en los años sesenta, se podían comprar 12 huevos con un libro de la DTV. Hoy son 24 los necesarios.

Como el contacto con los clásicos acelera la imaginación, todos ellos buscan hoy un modo de avanzar: los británicos de Penguin, que por cierto están haciendo una nueva traducción del Quijote, y están muy satisfechos de cómo ha ido La Regenta, van a comenzar a publicar clásicos en su versión original, y comenzarán justamente con Madame Bovary, de Flaubert.

Los franceses no se sienten picados por esta iniciativa, pero sí por la traducción: Louis Audibert, el representante de Flammarion, anunció en Milán que su empresa va a acometer nuevas versiones. Todos los editores coincidieron en que el respeto a los desheredados clásicos pasa por traducirlos mejor, presentarlos de manera más distinguida, quitarles de encima la pelliza que les hizo parecer lo que nunca fueron: pesados e insoportables, una carga de la historia en lugar de un alivio de la cultura.

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