El.emigo exterior
Todas las noticias referentes al comportamiento del sector exterior en lo que va de año han sido invariablemente negativas: el grado de cobertura de las importaciones por las exportaciones ha disminuido apreciablemente en relación con el año pasado, los ingresos por turismo han caído y el déficit de las rentas de inversión se ha agrandado. La conclusión provisional de todo ello es clara, y las autoridades no han tardado en extraerla: el déficit de la balanza por cuenta corriente para este año será mayor que el oficialmente previsto a principios de año; se habla ahora de 8.000 millones de dólares, en vez de los 7.000 de hace unos meses. Para hacerse una idea de la rapidez del deterioro basta con considerar que el déficit correspondiente a 1988 fue de unos 3.500 millones de dólares.Para saber si el empeoramiento va a seguir es preciso considerar una serie de factores, de entre los cuales destaca la fortaleza de la demanda interna española. Cualquiera puede constatar en las grandes ciudades el aumento de automóviles de fabricación extranjera y la cantidad de vídeos y otros aparatos electrónicos importados que se venden en las tiendas. Y cual quiera que penetre en las fábricas podrá observar la importancia del proceso de renovación de maquinaria que está en curso. Estos factores alimentan la demanda interna, así como el déficit de las administraciones públicas, que se ha ensanchado en relación con el pasado año. Pero no son éstas las únicas causas del de terioro comercial y de los servicios. En el sector exterior estamos pagando las consecuencias de la falta de acuerdo salarial y las insuficiencias de la política pre supuestaria, que han conferido al manejo de las varia bles monetarias un protagonismo excesivo y peligroso. Los altos tipos de interés que han acompañado a la restricción monetaria han provocado un aflujo considerable de capital extranjero a corto plazo hacia nuestro país y han empujado la peseta al alza no sólo frente a las monedas débiles de la Comunidad, sino incluso frente al marco alemán. Esta apreciación de la peseta ha provocado, a su vez, la pérdida de competitividad de las mercancías españolas en el exterior.
La pérdida ha afectado no sólo a las mercancías, sino también a los servicios. Por primera vez en muchos años, los ingresos por turismo correspondientes a los primeros meses de 1989 han sido inferiores a los del año anterior. Es cierto que la peseta no es la única causante del desaguisado: la saturación de las infraestructuras y las inoportunas huelgas en los transportes tienen también algo que ver en el asunto. En cuanto a las rentas de inversión, lo que parece claro es que el dinero extranjero invertido en España obtiene una rentabilidad bastante más elevada que el dinero español invertido en el exterior, algo que debiera provocar alguna reflexión sobre la conveniencia de avanzar por la vía de la liberalización de los movimientos de caplital, incluso a corto plazo.
De momento, el déficit exterior no plantea problemas de financiación, dado lo abultado de las reservas de divisas. Pero hay dos elementos que inducen a la cautela: el primero es el elevado ritmo de deterioro del mismo, que podría hacer sonar las señales de alarma bastante antes de lo previsto; el segundo es el carácter insostenible, a medio plazo, de la situación actual. El problema reside en encontrar una receta apropiada que sea capaz de provocar una desaceleración de la demanda interna y unacotización más equilibrada de la peseta sin dañar el proceso inversor de la economía. Se trata de algo que no es fácil, pero, al fin y al cabo, los Gobiernos están también para eso cuando, tras las mieles de la expansión económica, comienzan a dibujarse en el horizonte las hieles de los desequilibrios.
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