La rabiosa ingenuidad
JUAN CRUZ, Laín Entralgo escribe sus artículos a mano, con una letra trabajada y escasa que los linotipistas antes y los teclistas ahora descifran con la pasión de los descubridores. Debajo de esa tachadura que siempre es todo texto, en Laín se advierte una pasión similar a la que sienten los que transcriben sus escritos. Escribe como si él mismo estuviera asistiendo como si acabara de nacer el mundo y él se pusiera a contarlo.
1 Esa actitud ante el texto es también una actitud ante la vida. Laín es un hombre que escribe muy lentamente, tacha, corrige al margen, se pregunta a sí mismo si sus dudas no serán dudas finales, incontrovertibles y redondas, como las ideas de Ángel Ganivet. Al término de esa amarga discusión, que a veces puede ser violenta, como un redoble de conciencia incontrolada, surge la voluntad de Laín de ofrecerse a los demás como quien es: un hombre habitado por la rabia de los ingenuos, un ser cercado por la memoria, la parte invisible de la historia.
La guerra civil, como a tantos, le acentuó esa perplejidad y le dejó en carne viva. Antes y después, su ingenuidad rabiosa no dejó de preguntarse por aquel episodio que a él le golpeó por todos los lados. Con las respuestas que obtuvo construyó, poco a poco, con la dificultad propia de los españoles que no aceptan una sola verdad a primera vista, una conducta civil que le llevó a sufrir la persecución sutil, el cerco administrativo, la tachadura política. Con el paso lento de los dubitativos, Laín pasó por ese calvario en que el régimen militar convirtió a este país y ante la devastación procuró ideas para hacer más digna la convivencia.
Perplejidad
La dictadura es, por definición propia, la ausencia deperplejidad, la seguridad del español colérico que da un puñetazo sobre la mesa y dice que él ya lo sabía. Laín no es de esa pasta, como no lo fue Miguel de Unamuno, como no lo era Ángel Ganivet, como no lo fue Ortega. Fabricado con los materiales de la duda, Laín ha sufrido, también, por parte de los españoles que no pisotean, la injusticia de la sospecha, porque la manía de la certeza, del blanco y negro, no deja títere con cabeza. Y ahí donde en realidad se ha producido el decoro intelectual del que se arrepiente, vuelve sobre sus pasos y regresa con la mano abierta, se ha visto alguna vez indecisión y abandono.
Como nunca fue eso verdad, a veces Laín ha callado, sumido en la cátedra, rodeado del silencio que le convirtió, como hubiera dicho Blas de Otero, en un ángel fieramente humano, en un español acosado por sí mismo. Cuando ha regresado ha sido para defender la palabra como una manera de la libertad. Ahí está hoy, aún con su ingenuidad rabiosa, con su perplejidad intachable.
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