Demasiado almíbar
No es precisamente el cineasta norteamericano Alan Rudolph un director de los llamados duros. Más bien, sin ser blando, tiende instintivamente a la suavidad y persigue sin disimulo la elegancia -lo que puede ser un síntoma de falta de elegancia- entendida ésta como ejercicio de distinción y de refinamiento en el estilo y en las maneras. Sus películas más personales -sobre todo Elígeme- alcanzan un equilibrio innegable entre esa suavidad (que tiene mucho que ver con su concepción musical de la secuencia) y algunas notas agrias e incluso discordantes, que Rudolph sabe distribuir en sus filmes con buen gusto y notable precisión.Pero en Hecho en el cielo este equilibrado Rudolph de sus filmes mejor conseguidos tropieza y cae no ya en lo blando, sino en la pura blandenguería. Las tendencias dulzonas -que suelen estar bien dominadas otras veces- de su estilo se despeñan aquí hacia un empacho de azúcar, y el resultado es, lógicamente, puro almíbar. El filme es fluido, está compuesto con buen orden, y por tanto se ve bien, pero a la postre estraga y empacha de tal manera que el buscado y rebuscado sentimentalismo de la película deriva hacia esa caricatura en cromitos del sentimentalismo que es la cursilería.
Hecho en el cielo
Dirección: Alan Rudolph. Guión: Bruce A. Evans y Raynold Gideon. Fotografía: Jan Kiesser. Música: Mark Isham. Producción: Raynold Gideon, Bruce A. Evans y David Blocker. Estados Unidos, 1986. Intérpretes: Timothy Hutton, Kelly McGillis, Maureen Stapleton, Ann Wedgewort, Don Murray, Steve Shea. Estreno en Madrid: cines Madrid y La Vaguada.
Guión caramelo
La armazón musical de las composiciones habituales de este cineasta no es en esta ocasión capaz de sostener con alguna dignidad el guión caramelo que tiene debajo.Este mediocre guión -que es la única y no convincente disculpa que Alan Rudolph puede esgrimir para justificar la pobreza de su trabajo, ya que él no intervino en su redacción- es un mal cimiento, un soporte muy endeble, que busca sin vigor resonancias de un angelismo a lo Frank Capra y en vez de esto encuentra, poco a poco, a medida que la película avanza y se deteriora, el vacío y la arbitrariedad de una boba niñería en rosa. Sin otras pretensiones que la de lograr algo vendible de puro bonito, Hecho en el cielo, sobrecargados los aguantes del espectador con sus estampitas empalagosas, termina en feo y en amargo. Por supuesto, sin pretenderlo; o, más duramente, pretendiendo lo contrario.
No es ajena a este tropiezo de Rudolph la búsqueda a toda costa de comercialidad en que la película parece embarcada. Cineasta independiente, que ha mantenido siempre el coraje de mantenerse libre y ajeno a la producción estandarizada, Rudolph hace esta vez demasiadas concesiones, tantas que la operación mercantil le sale al revés, pues es ésta la película menos rentable de cuantas ha hecho. Un detalle adicional, no desdeñable, a la hora de ver este filme es que su director -al menos en privado, y este comentarista es testigo de ello- se ha manifestado consciente de su insuficiencia, actitud autocrítica que le honra.
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