_
_
_
_
TERMINÓ LA FERIA DE SEVILLA

El arte del toreo en su versión más pura

La feria de Sevilla, que terminó el pasado lunes, se caracterizó por la pobreza general del ganado, con importantes excepciones; la regularidad de Espartaco, que ratificó su primacía en la Maestranza, y el imprevisto advenimiento del arte de torear en su versión más pura.Dentro del lamentable panorama ganadero, con mayoría de toros escasos de trapío e inválidos, hubo toros de evidente boyantía, destacaron los Palha, y fue un éxito la corrida de María Luisa Domínguez Pérez de Vargas (más conocida por Guardiola), a pesar de la desafortunada actuación de los diestros.

Los Guardiola, espléndidos de trapío, muy encastados y varios de ellos también bravos, habrían lucido más si los espadas no hubiesen confundido la lidia con el tenis. Los espadas entendían por lidia llevarse el toro al centro del ruedo y dejarlo allí como si fuera una mosca. El toro en el centro del ruedo, el picador lejos, mirándose, sólo faltaba en medio, un red y que se pusieran a pegar raquetazos. La cruda realidad solía ser que, pronto o tardo, el toro se arrancaba finalmente contra la acorazada de picar, y el acorazado individuo que de castoreño se toca, le arreaba un puyazo carnicero en las costillas o por el espinazo atrás camino de la rabadilla. En lugar de puya le ponen faca de siete muelles, y nadie hubiera notado la diferencia.

Un toro muy bravo se arrancará al caballo desde el centro del ruedo y hasta desde la otra orilla del río se arrancará, si es tan bravo. Desde Triana, por ejemplo. Pero también puede serlo aunque no se arranque desde Triana ni desde el centro del ruedo. Un buen lidiador de reses bravas mide la fuerza, los pies, la codicia, el temperamento del toro -que todo influye-, y en su función va dándole la distancia debida y los terrenos adecuados.

Muy importante es la fijeza y todos los Guardiola la tenían. Los Guardiola, cuando no estaban embistiendo, permanecían cuadrados, fijos en el lidiador que tuvieran enfrente, o su sucedáneo. Los Guardiola sólo necesitaron un torero para poder dar la medida de su casta y de su bravura, que también tendrían un límite. Ya se ha dicho, pero no está de más insistir, sobre todo cuando se acercan corridas-concurso; próximamente -el 2 de mayo- la que organiza la Comunidad de Madrid, con interesante cartel e históricas divisas; y a ver qué hacen.

Con los Palha aquellos, con estos Guardiola, algún Miura de propina, habría querido ver la afición sevillana a los espadas triunfadores. Una pretensión utópica, tal cual está la fiesta. Espartaco estuvo sacando partido de sus toros y liquidando competidores sin necesidad de esforzarse, hasta su apoteósica última actuación, que coronó con un estoconazo a ley. Era entonces el triunfador indiscutible de la feria. Pero surgió la sorpresa del arte. Muy pagada está Sevilla de su sensibilidad para paladear el arte y la mayoría de las veces se queda con las ganas. Su alternativa es soñarlo. Ahora bien, quizá sus sueños no llegaron a tanto como acaeció una mañana de sol radiante. Esa mañana del sol radiante se produjo el advenimiento del arte en su estado puro.

Hubo antes presagios, signos extranaturales. Las faenas de Julio Robles, a un tiempo hondas y artísticas, hicieron olvidar pasados triunfos y anunciaban el suceso extranatural de Curro Romero, que un día después toreó por verónicas de maravilla y luego aromatizó de esencias una faena valiente. Lo nunca visto. Lo nunca visto pero era asimismo presagio de lo que habría de venir, también un día después. Por la mañana. Un día después, por la mañana, irrumpió en la arena Julio Aparicio e hizo el toreo que se sueña, el toreo que no se puede describir, conformado al tiempo de norma y de estilo, de hondura y de arte puro. Fue la sensación en la Maestranza.

Toda la cultura que va contigo te espera aquí.
Suscríbete

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
RECÍBELO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_