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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El paso del ecuador

COMO Es habitual en el transcurso de una presidencia comunitaria, el jefe del Gobierno español se ha trasladado a Bruselas para reanudar la sesión de trabajo iniciada en enero en Madrid con Jacques Delors. Acompañado por varios de sus ministros, Felipe González se reúne hoy en la capital belga con los comisarios y su presidente. El encuentro, que coincide con el paso del ecuador de la etapa española, permitirá medir el camino que queda aún por recorrer en el segundo trimestre y preparar el Consejo de junio en Madrid. Se trata de un ejercicio de valoración doble: de una parte, los avances conseguidos en el día a día -que en el caso español son razonables-, y de otra, las decisiones que se alcancen en la cumbre de junio.Por el momento, la diplomacia española puede apuntarse dos tantos. El primero es el compromiso adquirido por los doce de suprimir de aquí al año 2000 la producción de clorofluorocarbono que daña la capa de ozono. El segundo, el acuerdo de principio para regular las transmisiones de televisión por satélite, que deberá quedar cerrado en abril.

Otros asuntos pendientes, de indudable gravedad, están casi tan estancados como a finales del pasado año, tras la presidencia griega. Entre ellos destaca el tema de la armonización de la fiscalidad sobre el ahorro, para cuyo desbloqueo no ha bastado la creación por el ministro Solchaga de un grupo de estudio de alto nivel; el propio ministro de Economía lo remite ahora a la cumbre. Entre los asuntos de la rutina comunitaria que no acaban de resolverse descuella el de la fijación de los precios agrícolas, en torno a los que no hay aún consenso.

Bien es verdad que, para alentar a sus socios, España podría a veces predicar con el ejemplo. Lo ha hecho en materia de supresión de fronteras físicas intracomunitarias, prevista para 1993 y que el Gobierno desea adelantar en tres años. Este tema de la Europa de los ciudadanos es uno de los pocos que Madrid considera prioritario de su presidencia. Un gesto de similar alcance a propósito del control de cambios o de la incorporación de la peseta al Sistema Monetario Europeo revelaría la voluntad española de respaldar el proceso de unión monetaria, que, con la lectura del informe Delors, también figura en el orden del día de la cumbre de junio.

Acaso el aspecto menos brillante de la presidencia sea el de la cooperación política, es decir, la coordinación de las relaciones exteriores de los doce. Hace meses, la timidez de los países miembros ya le jugó una mala pasada a la CE, y el viaje a Oriente Próximo de la troika presidida por Fernández Ordóñez no produjo resultado alguno. Ahora, las prisas por permitir el retorno a Teherán de los embajadores comunitarios -retirados temporalmente en protesta por la condena a muerte de Rushdie- resultan además de un cinismo desolador. En este como en otros casos, la preocupación por no singularizarse impide a veces a la diplomacia española tomar iniciativas y la incita a dejarse llevar por sus socios comunitarios.

Nada nuevo bajo el cielo. España, con una presidencia de gestión discreta y laboriosa, ha tomado el digno lugar que le corresponde en la Comunidad. Queda por ver si dentro de tres meses será necesario lamentar que le faltó, en este su primer mandato, la inspiración que hubiera correspondido a la fuerza de sus convicciones europeas.

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