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Tribuna
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Fábula

Creo que no hay que darle más vueltas a la cosa, al espíritu en forma de eje trenzado de nuestra historia y confesar que Valencia es un contenedor. "Valencia la contenedora" sería la mejor definición para acercarnos a esas señas de identidad que, al fin y al cabo, no representan ninguna preocupación para la mayoría. Cuando los demás pueblos sestean, los valencianos festean. Ahora el contenedor está repleto. Hay toros y toreros, explosiones y petardos, música, ninots y moros, que siempre se quedaron. En Valencia toda justificación se traspola a la morería. Somos poco gregarios, aunque lo disimulamos. Aquí hasta la iiijuria puede convertirse festivamente en libertad de expresión, que, al parecer, es la constante de nuestros hábitos, libres individualmente, pero que se transforman en difíciles convivencias cuando se intenta colectivizarlos. E, incluso, en este contenedor que es Valencia, no dejan de ser patentes esos valencianos que desde hace 750 años se han quedado vigilantes en sus puertas sentados y buscando desde las cuencas profundas de la memoria el cadáver del enemigo que pasará inevitablemente camino de la tumba.Pero siempre nos salva la calle. El contenedor se desparrama todos los días. En la calle se trabaja, se vive, se dialoga, se sueña. El valenciano que se desviste de la atávica y tópica indolencia y se convierte en un enérgico vitalista, no deja de manifestar su lucidez estentórea como dueño real de la calle, ágora y vía de comunicación. Nunca debemos quedarnos en casa. Así evitaremos los monstruos de la soledad. En la calle, Valencia se libra de la carga que extraños e indígenas han ido acumulando en sus espaldas.

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