El club más exclusivo del mundo
"Si, yo he visto ebrio a John Tower en esta casa, como también he visto en la misma situación a otros colegas", ha afirmado esta semana el senador Dennis de Concini, miembro del club más exclusivo del mundo, como se autodenominan contínuamente los senadores de Estados Unidos.Hasta ahora, Bush y sus huestes decían que ni un solo senador había visto borracho a Tower. Esa barrera ya se ha roto. Pero como acaba de decir el ex senador Barry Goldwater, "si en Washington acabamos con todos los que se acuestan con el prójimo o se emborrachan, no habría Gobierno".
Bush, en esto, sigue la misma táctica que su predecesor, Ronald Reagan. Aparece relajado y optimista en medio de la tormenta. "Mi Administración", asegura, "no se ha ido al garete, no nos hemos detenido y no existe malestar". Eso es algo que sólo existe en los cenáculos de la Prensa de Washington y que no percibe la América profunda, añade el inquilino de la Casa Blanca.
El presidente insiste en que Tower es el mejor candidato y que está siendo objeto de una injusta caza de brujas. Y respecto a su gusto por el whisky, Bush confia en que tras su promesa de abstinencia los "25.000 empleados del Pentágono, vigilantes, son la mejor garantía de que no probará una gota".
El caso Tower, la lentitud en llenar las casillas de los principales ministerios -la Secretaría de Estado y el Pentágono funcionan aún en puro interinato- y la sensación de que Bush, que no para de moverse y de hacer declaraciones, pero sin avanzar en ningún terreno, no tiene una agenda clara, ha perdido el impulso y vuelve a ser el viejo George Bush indeciso y sin capacidad de liderazgo dominan ya las primeras páginas de los grandes periódicos norteamericanos, creando una impresión de presidencia sin rumbo.
Son los mismos que, todo hay que decirlo, hace sólo mes y medio reencontraban en el recién investido presidente a un estadista con visión.
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