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Bush pierde su primera batalla con el congreso

Francisco G. Basterra

George Bush designará inmediatamente un nuevo jefe M Pentágono. El Senado dictó anoche la histórica sentencia de rechazo, por 53 votos frente a 47, del secretario de Defensa designado, John Tower, y con ella, la primera gran derrota política para un presidente que solo lleva 47 días en la Casa Blanca. Han pasado 30 años desde que el Senado rechazó a un miembro del Gabinete, y nunca en la historia de la república lo había hecho en los primeros 90 días del mandato presidencial Problemas de carácter, sobre todo el alcohol, han acabado con Tower, a quien por otra parte, nadie le negaba cualificaciones profesionales para el cargo. Tower manifestó públicamente su amargura y rabia, dijo que regresa con "la cabeza alta" a la vida privada, en Tejas.

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El vicepresidente Dan Quayle que preside el Senado, anunció en tono fúnebre a las 16.20 de la tarde (22.10 de la noche en España peninsular) el resultado de una batalla iniciada hace dos meses. Bush fue informado de inmediato en Nueva York donde se encontraba pronunciando un discurso contra la droga. El líder de la mayoría demócrata, el senador George Mitchell, advirtió que el voto no debe ser interpretado como una forma deliberada de dañar al presidente.Los republicanos, en un intento calificado por los demócratas como acto de desesperación", ofrecieron una confirmación temporal, por seis meses, del polémico Tower, que estaría a prueba hasta el 1 de octubre para ver si es capaz, como ha prometido de dejar de beber.

La mayoría demócrata que controla el Senado, sin embargo mostro gran escepticismo ante la sugerencia, manifestando que no se puede jugar con un cargo que es el número dos, tras el presiden te, en la cadena de mando del arsenal nuclear.

La Casa Blanca concedió ayer -cuando ya era claro que les faltaban los votos para ganar- la derrota, diciendo: "Hemos dado una larga y buena batalla". No dijo que el precio político pagado es también muy elevado. Es el final de la carrera de Tower, un ex senador tejano de 63 años, amigo personal de Bush, experto en cuestiones de seguridad y arrastrado al abismo por su excesivo amor al whisky, su comportamiento "mujeriego" y el tráfico de influencias. Es también una seria advertencia y una humillación al presidente de parte de un Congreso que rompe, brusca y dramáticamente, la luna de miel política con el Ejecutivo.

George Bush se ha negado hasta el final a admitir la derrota y ha convertido la confirmación de John Tower en una batalla por la opinión pública y por salvar su propia imagen como presidente. Se trataba ya menos de rescatar a Tower, a quien la aritmética bipartidaria condenaba a una derrota anunciada, que a Bush, que no podía permitir un prematuro diagnóstico de presidente débil. Pero esta batalla, iniciada en diciembre, contra el consejo de algunos de sus más importantes asesores, ha desgastado a Bush.

Un villano menos malo

Los demócratas, que tienen una mayoría de 55 a 45 en el Senado, llevaban días diciéndole a la Casa Blanca que no prolongara la agonía de Tower y pidiera un voto definitivo en la alta Cámara. Pero los líderes republicanos en el Senado han optado por prolongar esta batalla hasta el límite, convencidos de que el público comenzaba a preguntarse por la justicia de esta inquisición pública, en la que el villano, al aparecer tanto contra las cuerdas, ya parecía menos malo. También han tratado de elevar el debate por encima del grado de alcoholemia o compulsión por las faldas que sufre el ex senador Tower, confiando en que salga perjudicado y debilitado el Congreso, que no controlan, lo que facilitaría los próximos encontronazos de Bush con el legislativo sobre política exterior y el presupuesto.

Esto explica su intento de reconducir el caso, con el apoyo explícito de Bush, a una batalla político constitucional en la que se presenta a la oposición como limitando la prerrogativa presidencial de decidir a quién quiere tener en su Gabinete.

A pesar de que los republicanos habían conseguido que tres senadores demócratas de los cinco que necesitaban para ganar incluido el prestigioso Lloyd Bentser, ex candidato a la vicepresidencia con Dukakis- se pasen a su bando y voten la confirmación de Tower, al presidente le faltaban aún dos senadores mas para lograr, con la ayuda de Dan Quayle, que preside el Senado, el voto número 51, necesario para situar al polémico político tejarlo en el Pentágono. "Esto ha ido demasiado lejos y ustedes lo saben; no tienen los votos suficientes" , advirtió el líder de la mayoría demócrata, George Mitchell. A final, una republicana se sumó sorpresivamente al grupo demócr ita: Naney Kassebaum, de Kanas, con lo que los votos contra Tower se elevaron a 53.

Pero los republicanos han jugado, además de con el truco de una confirmación temporal, con el último conejo de llevar a Tower al Senado para que, en una dramática aparición sin precedentes, se defienda de lo que califican "caza de brujas maccartista" y "ases nato de personalidad". La Casa Blanca insistió hasta ayer en que no está preparando otros candidatos, pero ya suenan varios nombres para dirigir un Pentágano que vegeta sin cabeza.

Un final de perdedores

Y en medio de la pelea, el diminuto Tower, prometiendo que se ha corregido y dispuesto a ser pasado a cuchillo, "como los últimos de El Álamo", antes de tirar la toalla Este espectáculo sólo es posible con un Parlamento disefiado p( r los padres fundadores como contrapoder de un Ejecutivo al que no se quería muy fuerte. Pero el esultado no es excesivamente edificante, y todos sus actores conceden que, finalmente, sólo hay perdedores.

La última historia contra Tower es su visita hace años a una base aérea de Tejas, adonde llegó, al parecer, borracho y, presuntamente, descansó sus manos en los pechos y culo de dos servidoras del Pentágono.

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