Lo que deja atrás
El balance global que deja Lluís Pascual al abandonar el Centro Dramático Nacional es, desde el punto de vista del arte teatral, satisfactorio: han sido muchos más sus aciertos como director de escena que sus errores -fracasos no ha tenido- y ha hecho una labor coherente, continuación de la que inició en Barcelona con el prestigioso Lliure y con alguno de sus mismos colaboradores, como Fabiá Puigserver. Un teatro prestigioso, siempre bello, apoyado en grandes presupuestos y capaz de crear un público propio. Hay que añadir que la administración del INAEM no ha debido regatearle medios. Algunas de las críticas a la labor del centro han venido, sobre todo, de la munificencia con que han sido dotados sus espectáculos, en desgraciado contraste con la inftaestructura pobre del teatro privado e independiente del país. Y de no haber creado autores, actores ni escuela: ha trabajado siempre lo seguro, con pocos riesgos en los descubrimientos. Lo que se le encomendó a Lluís Pascual lo ha cumplido: la creación de un magnífico escaparate de teatro y quedará probablemente como una de sus mejores realizaciones personales la de El público, de García Lorca.Su salida del CDN plantea algunos problemas para su sucesión, y no tanto para quien le sustituya, sino para la política que se vaya a seguir. Es decir, si el centro va a continuar su trabajo de escaparate nacional e internacional de un teatro español que es, en la realidad cotidiana, de otra manera; la duda de que el INAEM -de cuyo director general se rumorea también la retirada, presentido para otro puesto más alto- va a continuar la discutible costumbre de nombrar a un director de escena, con lo cual el teatro se inclina siempre hacia una forma determinada -teatro de espectáculo- o a un actor, un autor o un funcionario cultural acreditado que pueda realizar una función de gerencia encomendando a otros la creación artística; si se va a favorecer un esquema más amplio de teatro; si se va a poder formar una escuela, aunque sea limitada; sí va a ayudar a la creación de autores españoles, y si, en fin, se va a cumplir la misión para la que fue fundado en otros lejanos tiempos, la de servir de contraste o de estímulo, para las empresas privadas. Esto no afecta ahora a la despedida que merece Lluís Pascual: es uno de los grandes directores de escena de España y de Europa y, como tal, ha colocado al María Guerrero en una cumbre del teatro de prestigio.