Comedia en tono menor

Los búfalos de Durham (Bull Durham) es un ejemplo del mimo y atención que el Hollywood de hoy dedica a sus apreciados guionistas, a los que ofrece la posibilidad de acometer la realización de sus propios guiones. En este estreno, el beneficiado por la actual política de los estudios americanos es Ron Shelton, que con anterioridad trabajó en los guiones de Bajo el fuego y The best of times.Esta película, cuyo guión ha sido premiado por el Círculo de Críticos de Nueva York, llega precedida por las nominaciones para los globos de oro, antesala de las nominaciones al oscar. Los globos de oro, que finalmente no consiguieron, fueron las nominaciones para Susan Sarandon, en el apartado de mejor actriz de comedia, y para la canción When a woman loves a man.

Esta comedia, que mezcla el amor y el deporte del béisbol, ofrece en su argumento algunos de los ingredientes habituales del cine americano. Así, su intriga, que transcurre en las próximidades de un modesto equipo de béisbol que participa en las ligas inferiores, enfrenta a un joven y prometedor jugador con otro veterano que dejó escapar su oportunidad y deja a su paso un cierto tufillo a perdedor. Ambos se disputarán los favores de una atractiva cuarentona (Susan Sarandon), que al comienzo de cada temporada elige al jugador local que compartirá su cama durante la campaña deportiva, seguidora del equipo local, y para quien el béisbol no ofrece secretos.

El aprendizaje y la amistad viril, la estela del éxito y el final feliz, acorde a las capacidades de cada uno de los protagonistas masculinos, están hilvanados con habilidad en el guión de Los búfalos de Durham, que conduce el escritor-director, aquí debutante como realizador, con cierta efectividad; pero sin grandes intensidades, al elegir un tono menor, como conviene a quienes participan en la historia.

Dentro de la gelería de actores que han bateado desde la pantalla, en la que son recordados Gary Cooper (El orgullo de los Yankees, Sam Wood, 1943) y Robert Redford (El mejor, Barry Levinson, 1984), Kevin Costner vuelve a demostrar, como ya hiciera en No hay salida y Los intocables, lo efectivo de su austeridad expresiva y la vida interior que imprime a su mirada. Por ello destaca en este filme, que se deja ver sin demasiada fatiga, pero sin despertar tampoco excesivo interés por la suerte que corren sus protagonistas.