Consuegros
Sabemos con bastante precisión cómo acaban las democracias Es una barbarie de raza mecánica desprovista de la menor originalidad. Un ritual de librillo militar que se repite monótonamente sin más variantes que el color de los uniformes golpistas y el número de fiambres. En cambio, no hay manera de saber cómo acaban las dictaduras. La caída del tirano siempre nos pilla por sorpresa. Es un acontecimiento que carece de reglas, que nunca es idéntico a otro, que no admite profecías. Las dictaduras nacen en serie, pero los dictadores desaparecen de la escena del crimen de las más variadas y pintorescas maneras. Hay tiranos que agonizan en la cama a ritmos desesperantemente lentos y barrocos. Otros, cuando las ven venir se largan con las joyas puestas a una isla del Pacífico. Algunos repiten en sentido inverso la secuencia que los parió: caen acribillados. A veces, los mismos agentes (económicos y secretos) que diseñaron al autócrata son los primeros en darle la patada.Sólo en este asunto defiendo la teoría (posmoderna) del todo vale. No hay métodos heroicos o chapuceros cuando se trata de largar al usurpador. Lo de Paraguay, sin embargo, me está destrozando la teoría. Paso por alto las increíbles semejanzas físicas y metafísicas del general Rodríguez con el biotipo del dictador químicamente puro. Olvido que el procedimiento utilizado para liquidar al decano estaba calcado del manual del perfecto golpista, incluida la prosodia y la sintaxis. No he oído nada de convocar elecciones a 90 días, como si tratara de endosar una letra de cambio a la desarticulada oposición. Tampoco me entero de que el derrocador vaya a presentarse a las elecciones encabezando el partido del derrocado. Dictaduras más altas cayeron. Ahora bien, lo que ya es demasiado es que Stroessner y Rodríguez sean consuegros. Con esa figura familiar no hay modo de tomarse en serio la caída de una dictadura. Ni siquiera en el bajo imperio romano constan conjuras de consuegros. Y es que con cuatro nietos comunes no pueden ser muchas las diferencias.
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