Refugiados afganos llegan con lo puesto a Pakistán
GEORGINA HIGUERAS, ENVIADA ESPECIAL, La localidad afgana de Shigi, a 120 kilómetros del paso de Jaibar, ha tenido que rendirse en el último momento de la guerra. Las 135 familias que la habitaban iniciaron hace dos semanas el camino del exilio, y, después de cinco días y cinco noches de caminar a través de las montañas que separan Afganistán de Pakistán, llegaron al campo de refugiados de Munda. "Vinimos con lo puesto. No tenemos nada. Los bombardeos arrasaron el pueblo. Mi casa era un amasijo de escombros", dice Palang Pacha mientras se lleva el índice firmemente hacia los labios en señal de juramento.
Munda es ya toda una ciudad compuesta de seis barrios. Son seis reproducciones unidas del campo de refugiados que se levantó en 1981. Los muros de adobe que recogen casas y patios se pierden ahora formando innumerables calles. En una extensión de 21 kilómetros cuadrados viven legalmente, bajo la protección de la ONU, unos 60.000 refugiados afganos. Otros 40.000 subsisten de la caridad de los primeros o de pequeños trabajos con los que apenas llegan a llenarse el estómago de pan.Sultana, la mujer de Palang Pacha, no puede retener las lágrimas. A sus 40 años no sabe qué es más doloroso, si haberlo perdido todo, si encontrarse por primera vez en su vida con una mujer blanca en un país extraño, o la ruptura de sus principios ancestrales al tener que hablar con un hombre que no es ni su marido, ni su padre, ni su hermano, sino un paquistaní que hace las veces de intérprete.
La manta con que se cubre tiene dos enormes agujeros. Son dos quemaduras causadas por las piedras ardientes que levantan las bombas al estallar, pero a ella, afortunadamente, no llegaron a herirla.
Para muchos de los tres millones de afganos refugiados en Pakistán, esta larga guerra de 10 años ha supuesto una sacudida física y moral dificil de superar. Para otros, como Haji Shair Shamon, de 50 años y llegado hace siete, los asuntos económicos han ido "muy bien". Sin embargo, asegura que en cuanto se haya instalado un Gobierno islámico en Kabul y se haya restablecido la paz en el país, pondrá "pies en polvorosa" y regresará a Afganistán "sin volver la vista atrás".
Haji Shair tiene un comercio de tejidos en el campo número dos de Munda. Sus obligaciones de liberalizar la patria las comparte con sus tres hijos varones, de manera. que siempre hay uno en el frente, que es sustituido por otro a los dos o tres meses.
En esta provincia fronteriza del noroeste de Pakistán, en cuyos departamentos tribales, perfectamente acotados, no se atreve ni el poderoso Ejército paquistaní a adentrarse, los refugiados afganos tienen tantas ganas de que acabe la guerra como los paquistaníes de que se vayan. Según el guía Azir Mangal, en el departamento de Kuram los refugiados, pertenecientes a la tribu Mangala, fabrican y guardan en sus casas auténticos arsenales de armas y municiones, desde kalashnikov a bazokas, con lo que tienen "aterrorizados al resto del departamento".
Los lamentos afganos que se oyen en Munda están por encima de toda comprensión humana. Jan Mohamed, administrador del campo número uno, reconoce que desde que se firmó el acuerdo de Ginebra, el 15 de mayo pasado, no se ha registrado a uno siquiera de los miles de refugiados llegados, ni a los que estaban en trámite de legalizar su situación. Esto supone que no tienen derecho a casa, ni a alimentos, ni a ninguno de los beneficios que concede la ONU.
Algunos hace más de un año que subsisten bajo un puñado de harapos que en su día fue una tienda y viven de la caridad o de algún trabajo ocasional, por el que reciben unas rupias (una rupia equivale a ocho pesetas). Uno de ellos se dirige agresivo a esta enviada especial con las manos vueltas hacia el estómago: "Lo que tenemos es hambre y no ganas de que nos hagan fotos", grita interponiéndose entre la cámara y una pequeña de ojos verdes como el agua que baja del río. Los refugiados registrados reciben, además de alojamiento, alimentación, ropa, calzado, atención médica y escolarización, 50 rupias mensuales por cabeza.
En Munda, como en los demás campos de refugiados que inundan la geografia fronteriza paquistaní, se han establecido órdenes jerárquicos muy similares a los que rigen la sociedad afgana. Así, Gafar Jan, que era un malik (jefe) en su provincia de Ningahar, sigue teniendo ante sus compatriotas la misma categoría y como tal tiene bajo su control cerca de 80 familias. Gran parte de los llegados de Shigi están amparados por malik Gafar Jan, que ayer había viajado a Peshawar (capital del noroeste de Pakistán) por "asuntos políticos".
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.