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La literatura policiaca gana adeptos en China

Las historias del juez Bao Gong, que vivió durante la dinastía Song, entre las más apreciadas

A caballo entre la literatura popular de artes marciales, el informe criminológico y el arte de la intriga, la novela policiaca se ha ganado en China millones de adeptos en poco menos de una década. Alrededor de los carritos de libreros ambulantes, la gente se arranca de la manos los títulos que salvan a muchas editoriales de la quiebra: Explosión en el hotel, El otoño no vuelve, Ella murió cantando. También las revistas especializadas abundan: Escudo Azul, Piacer de las Letras y Pico Verde (la autoridad en la materia, publicada por Ediciones de Masas, perteneciente al Buró de Seguridad Pública) son algunas de ellas. Aunque la palma se la llevan las historias del juez Bao Gong.

El renacimiento del género data de 1978, cuando por un lado empezaron a aparecer libros extranjeros y, por otro, los escritores locales se sintieron más seguros para poder hacer incursiones en géneros hasta ayer vedados. Así, en 1979 aparecen en la librerías varios Sherlock Holmes; en 1981 se traduce a Poe e irrumpen en el mercado los títulos japoneses, y en 1982 se proyectan dos películas basadas en libros de Agatha Christie. Desde entonces la fiebre del vídeo introdujo en muchos hogares las series de James Bond, y la televisión ha pasado al menos tres veces El caso Paradine, de Hitchcock que sigue siendo casi el único contacto del público local con el maestro del género.La traducción de obras extranjeras permite, por lo demás, triplicar sus becas a muchos estudiantes de lenguas y redondear sus salarios a muchos empleados. Existen en las universidades verdaderas redes de traductores, con sistemas de subempleos, que suministran material suficiente como para que las editoriales puedan inundar fácilmente el mercado con novelas policiacas.

El funcionario insobornable

Pero si los chinos parecen gozar hoy más con las intrigas tramadas por autores extranjeros que con las de sus escritores nacionales modernos, una forma tradicional de novela emparentada con el género ha vuelto a suscitar sus favores y a ganarse un beneplácito oficial. Se trata de las historias de Bao Gong, un juez bueno que vivió durante la dinastía Song (960-1279). La fama de Bao Gong (o mejor, su mitología enriquecida por los siglos) se debe menos a su capacidad para solventar casos difíciles que a su valentía y su sentido del deber que no le permite vacilar cuando se trata de juzgar a personajes influyentes en la corte o de castigar a miembros de su propia familia. "Bao Gong es el prototipo mismo del funcionario probo, insobornable, y no es de extrañar que hoy vuelva a estar en boga, pues este tipo de funcionario escasea", comentaba con cierta sorna un profesor de literatura de una universidad pequinesa.

¿Quién ha asesinado, cómo y por qué? De estas tres cuestiones claves en la construcción del misterio, los autores chinos modernos han tendido a subestimar la primera durante sus primeros tanteos en el renacimiento de la novela policiaca. La sospecha, por una suerte de reflejo moral, no podía recaer anteriormente sobre cualquiera; ello hubiera supuesto atacar el propio axioma del poder, poder que situaba el origen de clase y la ideología política como reveladoras de la esencia de un individuo, pero ahora, cuando ya nadie está libre de sospecha, los escritores pueden empuñar la pluma con mayor seguridad, aunque todavía no se adentran en la ficción y prefieren novelar casos reales sacados de los archivos policiales.

Esas tres cuestiones, sin embargo, fueron planteadas por primera vez en la propia China en una novela del siglo XVIII, de autor anónimo, que pone en escena al juez Ti y a sus cuatro lugartenientes; estos personajes inspirarán, dos siglos más tarde, al sinólogo holandés Robert van Gulik, quien construyó con ellos unos magníficos frescos de la dinastía Tang (618-907), con intrigas que impiden apagar la luz hasta la última página..., e incluso mucho después.

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