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Razones evidentes

Hace ya más de 57 años que Francisco Ayala obtenía su primer doctorado, en septiembre de 1931, según recordaba su amigo y colega Rafael Lapesa hace casi un lustro, en su respuesta al discurso de ingreso del prirnero en la Española. El propio Lapesa reunió no hace mucho un conjunto de ensayos sobre la historia literaria española con un expresivo título, De Ayala a Ayala: del canciller de Castilla, don Pedro López de Ayala, a don Francisco, o del siglo XIV al XX.Ayer fue investido nuestro último Ayala como doctor honoris causa en la universidad Complutense, y las razones saltan a los ojos; no solamente se trata de un artista indiscutible, poseedor de una de las mejores prosas españolas, de un narrador acerado, sino tarnbién de un pensador, de un investigador y de un gran profesor. En 1934, a los 28 años, ya había ganado las oposiciones a la cátedra de Derecho Político en la universidad de La Laguna; dos años antes, tampoco hay que olvidarlo, había pasado las de letrado de las Cortes. Y, lo más importante, había publicado dos novelas largas, dos cortas, un conjunto de relatos, una investigación sobre el cine, un estudio jurídico y numerosos trabajos en las revistas. Era uno de los intelectuales agrupados en torno a don José Ortega y Gasset en la Revista de Occidente.

Fue precisa toda una guerra para frenar a aquel joven granadino repleto de dones y esperanzas, que poco después tomaba a la fuerza el rumbo del exilio. Y allí sus actividades se multiplicaron. Fue profesor, escritor, traductor, viajó todo lo que pudo, impartió cursos en Buenos Aires, Río de Janeiro, Puerto Rico y Estados Unidos, hasta su jubilación, aunque aún regresaría a la universidad de Nueva York en 1985 para impartir el primer curso en la nueva cátedra que lleva el nombre del rey de España.

En la actualidad dice que trabaja poco -pero el año pasado publicaba cuatro libros, dos de ellos reediciones y otros dos con abundantes textos nuevos, el grueso volumen de Recuerdos y olvidos y El jardín de las malicias-, lleva con elegancia y soltura sus casi 83 años, asiste a las sesiones de la Real Academia, da conferencias, viaja, come y bebe a mediodía con buen apetito, apenas cena, colabora en la Prensa y maneja el ordenador con la soltura de una pluma. El año pasado, que para él no pareció bisiesto, le fue otorgado el Premio de las Letras Españolas. ¿Cómo no pensar que el largo paréntesis del exilio -calificativo que rechaza para su obra, desde luego- no logró doblar el espinazo de aquel joven emprendedor que después de tantos años sigue con el mismo espíritu, con la misma lucidez, y -casi con las mismas fuerzas?

Algunos nos quejamos de la relativa escasez de la obra de Ayala como narrador, que podría resumirse en una docena de libros; pero la verdad es que entre ellos se cuentan algunas de las muestras más rigurosas de nuestra narrativa -los textos vanguardistas de Cazador en el alba y Erika ante el invierno, la reflexión ética e histórica de Los usurpadores, La cabeza del cordero, Muertes de perro, El jardín de la delicias-, con la añadidura de otros 40 títulos de ensayo, crítica e investigación, y que además ha traducido, entre otros, a Rilke, Moravia y Thomas Mann.¿Cómo no querer más?

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