Un funeral sin lágrimas
Parece ser que el Gremio de Comerciantes de Figueres remitió anteayer a todas las tiendas de la ciudad un comunicado de tonos marciales conminándoles al cierre el día del entierro de Dalí. Esa especie de huelga necrológica fue seguida con desigual atención por los botiguers figuerenses. Los conversos al culto daliniano pusieron crespones negros en sus puertas y la mayoría instaló un rótulo fotocopiado, en letra gótica, que expresaba el duelo comercial por el Gran Comerciante desaparecido.
El dichoso rótulo fue la causa de que casi todos los grandes cafés de la Rambla de Figueres estuvieran cerrados, Y eso es grave, porque los cafés de la Rambla constituyen el único enclave francés al sur de los Pirineos. Y ayer, con la ciudad tomada por los zopilotes, las sillas vacías del Emporium y del Nacional Express parecían trasatlánticos varados en los bajíos de la muerte ajena. Porque la muerte de Dalí, a pesar de la proximidad de su tumba, ha sido para Figueres una muerte lejana, televisiva, secuestrada por los carroñeros foráneos. Frente a la Torre Galatea la multitud figuerense esperaba el paso de Dalí apoyada en unas vallas amarillas cedidas por el Ayuntamiento de Barcelona, y lamentaba su condición de coro sobre barreras prestadas. "Esto es una muestra del imperialismo barcelonés", decían, "y Dalí es nuestro". Y es que la muerte de los genios viejecitos es una especie de pedrea de la gloria. Todos consideran que el muerto es suyo. Por eso se necesita servicio de protocolo en los entierros ilustres para evitar que tantas muestras de cariño súbito acaben con el muerto por los suelos.
Era tan difícil ser amigo de Dalí como fácil ser su compañero de juegos, siempre resignados a ser gente de usar y tirar. Pero ayer por la tarde el círculo tangencial de sus afectos se rasgaba las vestiduras del alma ante el espectáculo. La editora Beatriz de Moura y otros personajes próximos al pintor no dudaban en expresar su rechazo a la ceremonia: "No se han respetado los deseos de Dalí", decían. El genio tenía capacidad suficiente para escenificar su propia muerte pero los zopilotes le improvisaron una ceremonia burocrática. Fue un entierro de catálogo, clase A, categoría especial. El mismo que se le aplicó a Espriu, a Manent y que se le aplicará al próximo catalán universal que nos deje. Incluso el cura se dirigió al cadáver con profesionalidad llamándole el germá Salvador. Dalí, que había querido ser Dios precisamente porque era la encarnación del Diablo, murió en olor de santidad vaticana. Es el acto más realista de este prestidigitador que ha sido al mismo tiempo mago y conejo de chistera. Dalí es la historia del siglo XX. Un siglo que empezó quemando iglesias y que acaba diciendo "aterriza como puedas" en la soledad abisal de los presbiterios finales.
Y en Figueres la fiesta continuaba. Los antropólogos saben que las sociedades primitivas aprovechan la muerte de alguno de los suyos para ofrecer el gran banquete a los sobrevivientes, Nunca sabremos si Dalí fue de los nuestros, pero el banquete fue el otro lugar común de la jornada. El comedor del hotel Ampurdán registró un pleno selecto y sibarita donde Lo mejor de cada casa ahuyentó su supuesta pena. Ayer fue un bonito día de invierno, Vamos a comer al motel y de pasada nos acercamos a enterrar a la última figura de la temporada, ¿vienes? Muere un anciano, queda el genio y la vida sigue en el envase perecedero de nuestro cuerpo, tan ávido de minutos y de goce precisamente ahora cuando los relojes se han acabado de fundir en las ramas desnudas de los plátanos.
Babelia
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