Competencia desde la sombra
Bush no puede acudir al carisma electrónico de Reagan para dar gato por liebre: carece de carisma, de gato y de liebre. Tendrá, que acudir a lo que Dukakis ofreció: competencia. ¿Quién se la prestará? Aquí es donde aparece la planilla verdadera de esta elección invisible. El éxito de la campaña de Bush, se ha dicho, se debe a los manipuladores del candidato. La vaguedad de la denominación incluye a los organizadores de la campaña publicitaria por televisión, encabezada por Roger Ailes y sus cohortes. Pero el manipulador de los manipuladores es el hombre fuerte de la política norteamericana, el jefe de la campaña y el hombre que, efectivamente, gobernará EE UU durante los próximos cuatro años.Maquiavelo americano
Este hombre, de una extrema habilidad y clara inteligencia, manipulador y maquiavélico, rodeado de un grupo brillante de jóvenes políticos, es James Baker. Fue Baker quien definió cotidianamente los términos del debate en la campaña, tomando la iniciativa sin pausa, obligando al contrincante a reaccionar y dejándole poco espacio para accionar. Brillante y efectivo jefe del estado mayor de la Casa Blanca durante el primer período de Reagan, fue el artífice de las políticas populares y de la coordinación imagen-política de cuatro años de éxito en la percepción. Abandonó el puesto en el segundo período, sabedor del desgaste que la reelección del viejo, distraído y manipulable Reagan acarrearía; dejó en su lugar a un perfecto inepto político, Donald Regan, que aceleró el desprestigio del presidente mientras Baker marcaba el paso, ejercía influencia y adquiría prestigio como secretario del Tesoro. Ahora aparece como el arquitecto del triunfo de Bush.
Su maquiavelismo fue tan fino que fingió disgusto ante el nombramiento de Quayle, a sabiendas de que nada conviene más a Baker que un vicepresidente inexistente. No hay, en efecto, ningún contrapeso entre James Baker y George Bush, enfrentados a un Congreso demócrata, obliga dos a tomar decisiones impopulares e insertos en un contexto internacional cambiante y desfavorable a las superpotencias. Parte del cambio se llama Latinoamérica.
En efecto, son los movimientos hacia el cambio (revolucionarios, electorales, y sobre todo a partir de las nuevas sociedades civiles) y los que lo impiden (ejércitos, deuda, injusticia social, estancamiento económico) lo que define la realidad de nuestros países y condiciona la respuesta de Estados Unidos como potencia mayor del hemisferio.
Dukakis sabía muy bien esto, y su política estaba orientada a la renuncia del unilateralismo y la restauración del multilateralismo en la relación hemisférica. Bush-Baker no lo enunciarán con tanta claridad, pero veremos que el silencio será la manera de desentenderse ¿le la fracasada política centroamericana.
En cambio, los cuatro grandes temas de la relación hemisférica deberán avanzar al centro de las preocupaciones: drogas, deuda, inmigración y comercio. Si estos temas son atendidos seriamente, el cambio se producirá normalmente, es decir, de acuerdo con las realidades y las tradiciones de cada país latinoamericano.
No es lo mismo Chile, con su secular experiencia democrática, que Nicaragua, sin tradiciones ni institucione9 viables antes de la revolución.
No es lo mismo Argentina, con una sociedad civil fuerte a instituciones políticas débiles, que México, con un Estado nacional fuerte y una sociedad civil débil, pero que gana fuerza cada día. Estados Unidos deberá pasar de la hegemonía a la cooperación.
De lo contrario, descubrirá que la hegemonía ya no es posible y que Latinoamérica puede, en un mundo multipolar, concluir nuevos acuerdos de cooperación, disminuyendo aún más la influencia norteamericana.
James Baker, que será el secretario de Estado y el hombre fuerte del Gobierno, entiende esto. Lo entiende su más cercano colaborador, Richard Darman, a quien se destina a la secretaría de Programación y Presupuesto.
Lo saben Nicholas Brady y Richard Thornburgh, quienes seguramente repetirán en sus actuales puestos: Tesoro y Justicia, o sea, los departamentos que tratarán con nosotros los problemas de deuda y de droga.
México y Estados Unidos son vecinos, y lo seguirán siendo más allá de las personalidades políticas. La carga de antagonismos y diferencias que esa vecindad flagrantemente revela no debe ser nunca obstáculo para la diplomacia constructiva. Este es un deber tan claro como la defensa de la nación. Es parte de ella.
La larga experiencia diplomática de México puede tratar tan efectivamente con un Dukakis como con un Bush. Miguel de la Madrid y Bernardo Sepúlveda dejan, fortalecida y a salvo, una tradición diplomática defendida en épocas adversas.
Los frutos de esa política se verán más claramente cuando las iniciativas de Contadora acaben por imponerse por su razón intrínseca.
Los contactos diplomáticos con la Unión Soviética, Europa y Oriente nos preparan para jugar el papel activo que nos corresponde en el mundo multipolar.
Quedan los temas sobresalientes difíciles, y a veces permanentes, de la política bilateral. Una nueva situación la colorea. Rabiosamente opuesta a la política de De la Madrid y Sepúlveda en Centroamérica, la Administración de Reagan la saboteó sin cuartel.
México fue presentado como la vanguardia izquierdista de la América Latina y el paso triunfal de los batallones sandinistas hacia su conquista de Harlingen, Tejas.
El PRI fue satanizado, el PAN presentado como la opción salvadora.
Las elecciones de julio cambiaron todas estas falsas percepciones. La derecha norteamericana ve con alarma la aparición de una izquierda a la izquierda del PRI.
El PRI es ensalzado y la izquierda cardenista pasa a ocupar el lugar del diablo en la mentalidad maniquea norteamericana.
El amigo Salinas
Esto facilita en cierto modo la relación del Gobierno de Carlos Salinas con la Casa Blanca. Pero le añade una grave responsabilidad: la de fortalecer el rechazo de toda injerencia norteamericana en el movimiento político interno de México. La defensa del PAN y del FEIN por el Gobierno de México se convierte en parte de la defensa del país.
La democracia interna será, de esta manera, un arma más de nuestra prolongada experiencia en el trato con EE UU de América.
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