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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Un compromiso histórico

MAÑANA, 1 de enero de 1989, España comienza a ejercer su primer turno semestral como presidente del Consejo de la Comunidad Europea, acontecimiento en virtud del cual nuestro país asume el compromiso internacional de mayor alcance y gravedad de toda su historia en tiempo de paz. Es digno de legítimo orgullo que los españoles, aún cargados de pesadas herencias y de elementos centrífugos en su proyección exterior, hayan conseguido elevar a España a esta posición apenas tres lustros después de que reanudáramos una vida política en democracia junto con las demás naciones de nuestro entorno occidental. Pero, al hacerlo, han colocado sobre los hombros del Gobierno una responsabilidad de mayúsculas proporciones: la obligación de desempeñar este protagonismo con seriedad. Sólo dentro de seis meses se verá si los ministros españoles, convertidos temporalmente en ministros de Europa, habrán estado a la altura de semejante desafío.Los obstáculos no son nada desdeñables. En primer lugar, la reciente renovación al completo de la Comisión en Bruselas -ese motor de intendencia que es en sí mismo un factor político comunitario- provocará un inevitable retraso de sus propios trabajos hasta que, a finales de enero, haya empezado, a rodar en serio y demorará a su vez los del Consejo de Ministros; éste, en efecto, funciona en gran medida a base de los estudios, proyectos e iniciativas que le suministra aquélla. Por otra parte, a mediados de junio se celebran elecciones al Parlamento Europeo, con lo que, al menos desde un mes antes, los parlamentarios van a ocuparse menos de la CE que de su propia reelección. Finalmente, también pueden resultar nocivos para la actividad comunitaria de la presidencia los conflictos de personalidad causados porque miembros del Gobierno sencillamente no hablan idiomas, no respetan las reglas de la etiqueta o no conocen en profundidad los expedientes.

Objetivos internos

Durante el semestre se celebrarán 42 Consejos de Ministros (de los que seis serán de asuntos generales; nueve, de agricultura y pesca; al menos cuatro se dedicarán al mercado interior, y otros tantos, a cuestiones económicas y financieras), y el 26 de junio, una cumbre de primeros ministros y jefes de Estado, el Consejo Europeo de Madrid. Entre tanto, las reuniones de comités y grupos de negociación en Madrid, de representantes permanentes y expertos en Bruselas se contarán por centenares, y los telegramas cursados por la red Coreu, por millares. Un trabajo intenso que no deja lugar a la improvisación y que se apoya en un calendario fijado de antemano sobre un temario al que es muy difícil añadir nada (los funcionarios españoles ya tienen elaborados los órdenes del día provisionales para cada Consejo). Lo único que puede hacer la presidencia -aunque, naturalmente, se le deba presumir la neutralidad- es primar el tratamiento de ciertas cuestiones en las que tenga mayor interés.

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De entre los temas internos que la CE tiene en marcha, los bloques más importantes son, de un lado los que se refieren a la agricultura, y de otro, los que atañen a las medidas a completar para que en 1992 se haya llegado a establecer el mercado interior previsto por el Acta única.

En abril deben fijarse los precios de los productos agrícolas para el año, cuestión comunitaria de vital importancia sobre la que las posiciones políticas nacionales se enfrentan ácidamente desde hace años. El ministro Romero puede tener que sufrir las consecuencias de sus frecuentes desplantes cuando presida los consejos en los cuales deban tomarse tan delicadas decisiones.

Los temas aún no resueltos en cumplimiento del Acta única se refieren sobre todo a la armonización de la fiscalidad directa e indirecta, al establecimiento de la unión monetaria, a la dimensión social del mercado interior, a la libre circulación de las personas y a la participación política de los ciudadanos en el lugar en que residan. Pocos son los avances que conseguirá la presidencia española en estas cuestiones, incluso teniendo en cuenta la fuerte carga de compromiso político europeo que ha de aportarles Felipe González. Están en su mayoría poco maduras y topan con la oposición o con los criterios radicalmente dispares de otros países.

Es, por otra parte, preocupante la indiferencia que la presidencia española va a prestar a los temas del medio ambiente, tan acuciantes que la revista Time ha escogido como personaje simbólico del año al pobre planeta Tierra. Haciendo gala de poca sensibilidad y grave miopía, los responsables españoles relegan el problema a la condición de un punto del orden del día de un Consejo cualquiera. Como si la preocupación por el medio ambiente fuera una treta de los comunitarios del Norte para imponer controles industriales a la competencia del Sur, desdeñan lo que está pasando con cuestiones tan angustiosas para las generaciones futuras como la destrucción del ozono, el efecto invernadero o la desertización.

Objetios exteriores

Detrás del incómodo aperitivo de la guerra Estados Unidos-Comunidad Europea que, por causa del comercio de la carne hormonada, espera a la presidencia española, la actividad exterior será de tres órdenes. Por una parte, corresponde a España ocuparse de empezar a equilibrar en beneficio de América Latina el creciente volumen de actividades referidas al Tercer Mundo, y que hasta ahora favorecen a los países de África, Caribe y el Pacífico. Podrían ser importantes los contactos previstos con el Grupo de los Ocho y la Conferencia San José V si la presidencia se decidiera a impulsar el bastante deslavazado proyecto de ayuda a Centroamérica y a los países más desasistidos del Cono Sur.

Las relaciones con Europa del Este son un tema ambicioso que anda rodando por ahí desde hace algún tiempo y que al menos no hay que restarle dinamismo. Está pendiente la conclusión de convenios no ya con el Consejo de Ayuda Mutua Económica (CAME) -el acuerdo marco se halla establecido desde hace meses-, sino con la Unión Soviética, Polonia y Bulgaria, a semejanza de los que ya existen con Hungría y Checoslovaquia.

El segundo aspecto es cuestión ahora puramente académica: la posible ampliación de la CE. El primer candidato es, sin duda, Austria, a cuyo canciller le fue recordado en su reciente visita a Madrid que es la neutralidad permanente la que crea problemas a una adhesión que en ningún caso puede plantearse antes de 1993. Noruega y Suecia conocen las condiciones y están estudiando la cuestión. Los demás candidatos no tienen, por el momento, opción alguna.

Finalmente queda la cooperación política, el embrión de política exterior de la CE, la condición previa sin la cual no puede pensarse seriamente en la unidad europea. Sólo con ella se podrá convencer a los socios comunitarios más reacios y timoratos de que Europa, como formidable bloque económico, demográfico e histórico, tiene un papel de primera magnitud que desempeñar. El ridículo hecho por la CE en el tema de Oriente Próximo por un simple cambio de actitud de EE UU, que accedió a negociar con la Organización para la Liberación de Palestina mientras la Comunidad se miraba el ombligo, es bastante ilustrativo.

Europa es un largo proceso del que cada presidencia constituye un tramo que no puede segregarse de los que le preceden o de los que van a seguirle. Pero, aunque el elenco de actores no cambie ni se altere el escenario, sí pueden influir en la conducción de los asuntos la agilidad y la energía, la visión y el ahínco de cada presidente.

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