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Tribuna
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Carlos III y Cataluña

Carlos III rey de Napoles y Sicilia con el nombre de Carlos VII de 1735 a 1759 y Rey de España de 1759 a 1788.
Carlos III rey de Napoles y Sicilia con el nombre de Carlos VII de 1735 a 1759 y Rey de España de 1759 a 1788.

La atención de varios ámbitos al bicentenario de Carlos III fue la oportunidad escogida por el departamento de Historia Moderna de la Universidad de Barcelona para convocar el II Congreso de Historia Moderna de Cataluña, que había de ofrecer una panorámica del principado en la segunda mitad del siglo XVIII, dominada por aquel soberano. Hoy parece llegado el momento de señalar las principales novedades introducidas en nuestra imagen de la Cataluña de la época.

En el terreno económico, el proceso de crecimiento a lo largo de la centuria parece haber dado sus mejores frutos. La agricultura ha conquistado nuevas tierras, y se ha intensificado; incremento de los regadíos, arrinconamiento del barbecho, introducción de utillaje, ensayo de nuevos sistemas de rotación de los cultivos, interés por la experimentación agraria.

La industria se ha renovado y ha obtenido resultados sobresalientes en el sector algodonero, la punta de lanza de la revolución industrial. El comercio ha experimentado un extraordinario auge, que se manifiesta en el continuo trasiego de mercancías por los caminos y por las rutas marítimas, con destino a mercados muy diversos, desde los situados en el propio ámbito regional hasta los centros mercantiles más importantes de la monarquía, a uno y otro lado del océano, y desde las plazas tradicionales del tráfico mediterráneo hasta los puertos del Atlántico. Sólo a fines de siglo este crecimiento parece comprometido por la crisis, pero los cimientos están bien afirmados y serán capaces de resistir una prolongada coyuntura bélica para renacer en la centuria siguiente.

La prosperidad económica ha tenido sus protagonistas. Si el reformismo borbónico ha mantenido su voluntad de fomento en los distintos ramos, los promotores de la expansión han sido los propios agricultores, los miembros de los gremios, los marinos y los pescadores, los comerciantes y los fabricantes de papel, de zapatos o de tejidos` de algodón. Todos ellos han contribuido al crecimiento material del principado, unas veces en estrecha colaboración y otras veces entrando en conflicto, unas veces actuando individualmente y otras veces a partir de sus organizaciones profesionales.

La vida social transcurre en un cuadro político delimitado por el Decreto de Nueva Planta. Los años han pasado y la hostilidad se ha apaciguado, con el consiguiente establecimiento de una línea de colaboración entre gobernantes y gobernados.

Cataluña ofrece sus hombres a la Administración borbónica: Capmany colabora en el proyecto de las Nuevas Poblaciones, Sáñez Reguart organiza el sector pesquero hispano, Portolá conquista California para el rey, Manuel Amat regenta el inmenso virreinato del Perú, Constansó ordena las fortificaciones y las obras públicas de México, Virgili dispensa la medicina militar en España. No todo es quietud, sin embargo, y aunque en el principado no se produce nada comparable al motín de Esquilache, la ciudad de Barcelona se agita contra el sistema de quintas, mientras la gente de mar Costa Brava se niega, a veces con violencia, a inscribirse en la Matrícula.

La propia vía

En cualquier caso, la prosperidad general, el consenso social y el ambiente de paz se convierten en un terreno abonado para la floración de la cultura. Es cierto que el rey, siguiendo una tendencia generalizada en la época de las luces, trata de arrinconar la lengua catalana privilegiando el castellano como lengua única de la monarquía, y que encuentra obstinadas resistencias en la salvaguardia de la identidad lingüística, aunque también recibe la adhesión de muchos de los mejores escritores catalanes.

De todos modos, Cataluña inventa su propia vía a la Ilustración, que alcanza su apogeo. Así, la segunda mitad de siglo es un período privilegiado para el cultivo de la historia, de la literatura económica, de los repertorios bibliográficos; es la edad de oro de la medicina catalana; es una época excepcional para el movimiento académico, que crea numerosos centros al amparo de promotores ilustrados; es una etapa de extraordinario dinamismo de las artes plásticas.

La cultura se convierte en Cataluña en un input para el desarrollo económico: muchos de los edificios construidos tienen esta clara funcionalidad (lonja, aduana), muchas de las nuevas instituciones, tienen el fomento económico . como principal objetivo (Junta de Comercio, Sociedades Económicas de Amigos del País), muchos de los escritos se redactan para promover el progreso material del principado (Capmany, Caresmas), muchas de las escuelas creadas imparten estudios directamente aplicables a la industria o al comercio.

Cataluña crece en número y en buen nombre. Los catalanes se acercan al millón a finales de siglo, y a los ojos de sus vecinos dejan de ser belicosos y se convierten en el paradigma de la laboriosidad.

¿Una imagen demasiado idílica del siglo XVIII contrapuesta a la demasiado negra estampa del setecientos de la represión política y lingüística? Creemos que no.

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