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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La tentación proteccionista

UN DOBLE lenguaje párece arraigado en el tratamiento de las relaciones comerciales internacionales: el de las declaraciones de principios basados en la multilateralización de los intercambios, tanto más cargadas de presupuestos ideológicos cuanto más transnacional es el foro en que se emiten, y el de la instrumentación de políticas específicas basadas en flagrantes prácticas proteccionistas. La preservación del concepto clásico de libre mercado, que actúa como referencia básica del sistema de comercio que rige en Occidente desde finales de la II Guerra Mundial, atraviesa en estos días una de sus recurrentes puestas en cuestión, de la mano de algunos de los Gobiernos que nominalmente se presentan como paladines de la libertad de comercio. Mientras la URSS y China comienzan a reconocer las ventajas de la apertura de los sistemas económicos y un buen número de países en desarrollo aboga por la reducción de barreras, las economías que hace 40 años eran las impulsoras del Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio (GATT) son hoy el principal foco de amenazas proteccionistas.La sensibilidad a esas amenazas trasciende al fracaso de las recientes conversaciones celebradas por los ministros de Comercio en Montreal (Canadá), en el contexto de la ronda Uruguay, iniciada hace dos años en Punta del Este como el proyecto más ambicioso de reformas comerciales entre los intentados en rondas anteriores. La disputa bilateral entre EE UU y la CE en torno a los subsidios a la agricultura o la negativa estadounidense a incluir en el marco de los acuerdos del GATT los productos textiles son exponentes de significación limitada en relación al problema de fondo, constituido por la amenaza de resurgimiento de nacionalismos comerciales, sustentados en esta ocasión en la emergencia de bloques regionales de desigual alcance. El pacto comercial entre EE UU y Canadá, el correspondiente entre Nueva Zelanda y Australia o la reciente aproximación entre este último país y Japón en torno a un proyecto de creación de asociación comercial no son sino algunas de las más ilustrativas respuestas al proyecto de creación de un solo mercado en Europa occidental.

La ambigüedad que rodea la aplicación del principio de reciprocidad en el seno de la CE, que resultará del establecimiento de un mercado único, es hoy el principal catalizador de ese enrarecimiento de las relaciones comerciales internacionales. Reciprocidad que puede ser aplicada para proteger sectores en donde las reglas internacionales todavía no han llegado (banca y seguros, por ejemplo) o que puede ser utilizada como mecanismo para equilibrar flujos de comercio en sectores hoy deficitarios; reciprocidad, en definitiva, que algunos empresarios y Gobiernos temen pueda llegar a impedir el acceso al mercado europeo en lugar de contribuir a la apertura de otros mercados.

Tales temores no carecen de fundamento. El incremento de la competencia que algunos sectores van a registrar a partir de 1993 en la CE estimulará las demandas de protección frente al exterior por no pocas empresas europeas. Aunque las condiciones de las principales economías del mundo no son actualmente las que han abonado históricamente los proteccionismos, la propensión a estas soluciones está más arraigada en esos países que en los que, por su grado de dependencia, terminan padeciendo las adecuaciones que los grupos de presión surgidos de los regionalismos económicos imponen en cada momento.

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