El mito americano
La tragedia griega es un conjunto de incestos, transgresiones, crímenes, sufrimientos y destino: crea un mito. La idea que parece ser principal en el teatro de Arthur Miller es la de comprobar cómo se comporta ese mismo juego de pasiones en la vida de sus contemporáneos y cómo se puede crear una mitología americana cotidiana.El precedente es el de Eugene O'Neill, fundador del teatro americano; pero O'Neill trabajaba un lenguaje poético y engrandecido y unos personajes trascendidos. Miller buscó un lenguaje prosaico -"el prosaísmo no es realismo", aclaraba- y unos personajes cotidianos. El incesto podía producirse en Brooklyn y entre obreros emigrados (Panorama desde el puente); el retorno de Ulises a su palacio, terminado ya su largo viaje, puede ser la llegada del viajante a su casa con la muerte en el alma (Muerte de unviajante).
La noción de destino, o el papel de los dioses, está en la obra de Miller como la presencia de una sociedad irreductible. Cuando comenzó a escribir (Todos eran mis hijos, de 1947, es su primera obra seria después de un ensayo escolar) era el del triunfa lismo de la posguerra, el regreso de la idea del sueño americano como regla de vida y de futuro, la adoración de la fuerza; y el inten to de recuperación de una socie dad puritana en la tradición de los padres fundadores.
Para Arthur Miller, la guerra y el tiempo habían descubierto la posibilidad de unos comportamientos más libres y de unas nuevas verdades en las relaciones humanas; pero la nueva sociedad no permitía su instalación. Solía decir que su teatro pretendía la liberación o la depuración (la catarsis de los griegos) de cada espectador que se creía enteramente solo con sus angustias o sus esperanzas; y que su reflejo trágico en el teatro debía hacerle comprender que no estaba solo y despertar un sentimiento de solidaridad. A juzgar por lo que ha pasado con esa civilización, no tuvo demasiado éxito. Sin embargo, la transposición del mito la logró por vías que, antes de él, parecían inverosímiles, aunque algunos novelistas la hubieran abordado (como John Steinbeck o John Dos Passos): que la venta a plazos pueda convertirse en un dios cruel que va devorando a sus elegidos, matándoles también a plazos, podría parecer una tragedia imposible de no existir La muerte de un viajante.
Persecución
Miller vivió los personajes de su mitología. Los emigrados como su padre -un sastrecillo judío polaco que luego se enriqueció, pero que siguió manteniendo a su hijo en una vida austera-, los compañeros del colegio pobre de Harlem, los de sus oficios humildes -camarero, chófer, descargador-, iban a ser sus personajes oprimidos y maltratados por la sociedad: le costó la condena por la comisión de actividades antiamericanas y un largo proceso, y le inspiró una obra en la que se describía la jauría fanática de una sociedad sobre el individuo que buscaba la libertad (Las brujas de Salem).
Se casó con un mito americano, Marilyn Monroe; vivió con ella la angustia de los semidioses, el castigo de los dioses verdaderos (los poderes sin límite) que la llevaron a la inmolación, y todo se volcó también sobre el teatro en Después de la caída. Esta un¡versalidad hizo a Miller universal. Casi le hizo español: aquí arrancó con La muerte de un viajante -traducción de López Rubio, dirección de Tamayo-, que fue un largo éxito, como lo sería Después de la caída, por Marsillach, y cada una de sus obras, hasta la muy reciente reposición del Viajante.
Hace años que está sin voz teatral. Los dioses de la sociedad americana castigaron también al teatro -suyo y de sus sucesores: Tennessee Williams, Edward Albee, Jack Richardson...- en el que se exponían convicciones y tesis. Lo transformó en musical, en espectáculo, en comedia, en literatura de "profunda superficialidad", si se quiere (Tom Wolfe), o de observación satírica: en Updike, en Salinger.
Ya nadie pretende que Nueva York es Atenas ni la Casa Blanca el palacio de los Atridas. Es simplemente la casa de Reagan o de Bush.
Babelia
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