Domingo en.. miércoles
Sólo se abrió el Retiro. La dueña de una tienda de lanas, en la calle de la Sal, en el barrio viejo de Madrid, repetía, empecinada, al muchacho del piquete que trataba de convencerla para que cerrase el negocio: "Si yo he abierto porque ellas querían venir. Si yo no puedo impedirles que trabajen". Ellas, las dos dependientas, una de edad madura y otra jovencito., permanecían detrás de la propietaria sin decir esta boca es mía. "Mire, señora, que yo trabajo desde los 14", argumentaba, el sindicalista, "y sé muy bien los métodos que utilizan ustedes, el paternalisino, que si acuérdate que yo te dejé librar una tarde...". Al otro lado de la barrera formada por la dueña de la tienda, la empleada más mayor se desencuaderna de la risa. Pocos minutos después, esta Agustina de Aragón del 14-D baja las armas y decide echar el cierre de su establecimiento.En la Castellana, cerca de un Congreso más vigilado que la noche del 23-F, un grupo de policías conversa amigablemente con un muchacho que lleva una pegatina de la CNT en la solapa. "Si es lo que yo digo", arguye un policía, dirigiéndose también a esta reportera. "Qué manía tiene El Corte Inglés con abrir en todas las huelgas. Para lo que van a vender...". En Callao, un hombre aterido de frío, con orejeras de felpa, tiene instalado un tenderete sobre un cajón de cartón. Vende versiones del gato Isidoro en un peluche muy barato hecho en casa. "¿Huelga, cómo, yo?" Dice que llevaba parado la intemerata "No sé qué coño de huelga voy a hacer yo".
Los escaparates de la Gran Vía cuentan hoy con un público fantasmagórico que se mira de refilón en las lunas, pero permanece más atento a lo que ocurre en la calle ante los grandes bancos. Una prostituta de la zona de la Ballesta, joven y con carita de Dolorosa colgada, comenta con su hombre, un joven fornido y con el pelo al guash: "Pues yo creía que había más parados en Madrid. Qué desilusión. Ha venido poca gente". Un curioso se apresura a sacarla de su error: "No, si esto es una huelga, esto no es una manifestación".
Desde primera hora de la mañana, el viento ha empezado a sacar a pasear los papeles de las basuras que se quedaron haciendo guardia la noche anterior. Y ahora las hojas de periódIco, mezcladas con octavillas que convoca a la manifestación del 16 y con papeles pringados, y con hojas secas que han caído de los árboles, barren las calzadas sin encontrar demasiados obstáculos a su paso, salvo los pies de los mirones y de la gente de los piquetes.
Los hoteles tienen la puerta a media asta, es decir, tienen las puertas medio abiertas, o medio cerradas, y una estricta vigilancia deja pasar sólo a los clientes "Mire, soy periodista, y la verdad es que en todo Madrid no hay ningún sitio donde hacer pis". El portero contempla a esta periodista como si aquilatará la urgencia de su vejiga. "Bueno, pase usted". En el interior, un silencio casi sepulcral y ningún tintinear de cucharillas. Se nota que el Palace observa la huelga. Un poco más arriba, en el Ritz, un caballero con pinta de alto empleado me dice que todo está en orden y que los clientes se las arreglan como pueden.
El aspecto más desolado correspondía al barrio de Salamanca, en donde la Navidad se había congelado repentinamente en los escaparates de material selecto. El vecindario, tan dado a irrumpir en la calle cada 20-N, ha salido esta vez a pasear con cuentagota y con una evidente frustración: no poder disfrutar con plenitud de los escaparates, porque el miedo del tendero de categoría ante la huelga ha llevado a los comerciantes de esta zona a bajar sus puertas de hierro, sobre todo de las joyerías. Los supercaros regalos madrileños tendrán que esperan a mañana para ser adquiridos.
Pero el Retiro estaba abierto. Una mujer joven llamaba a su perro: "¡Trotski, Trotski!" Trotski trotaba feliz entre japoneses que fotografiaban las barcazas vacías del estanque. "Y lo de hoy es una huelga general, que quiere decir que todo está cerrado", aleccionaba un jubilado a su nietecito vestido de superviviente de Chernobil contra el frío. Un poco más lejos, en unos grandes almacenes de Serrano que habían permanecido abiertos, dos hombres argentinos intentaban ponerse de acuerdo sobre qué blusa de lamé debían regalarle a la mujer que los acompañaba.
Eran los únicos clientes en toda la planta.
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