La perversión del debate político
LA CONVOCATORIA de una huelga general contra la política económica del Gobierno está haciendo aflorar algunos de los desajustes más llamativos del sistema político español y, paralelamente, las contradicciones fundamentales del proyecto socialdemócrata inaugurado en 1982. La pasada por la izquierda que necesitaba el sistema nacido de la reforma protagonizada por Adolfo Suárez para culminar la transición ha tenido un efecto no previsto hace seis años: la ocupación por el PSOE de una franja del espectro sociológico tan amplia que ha dejado casi sin espacio a cualquier posible alternativa de derecha, centro o izquierda. Cualquiera que sea la interpretación de este fenómeno, su consecuencia más visible es el empobrecimiento y distorsión del debate político.Como la historia siente horror al vacío, la ausencia de una alternativa política solvente ha tendido a ser cubierta por otras instancias sociales, como la Prensa y los sindicatos. El debate político se ha llenado de ruidos que aumentan la confusión y abonan el terreno para la demagogia. Ahí es nada, por ejemplo, escuchar al portavoz parlamentario de Alianza Popular invitando a sus seguidores a no hacer de esquiroles el 14 de diciembre; o al secretario general del partido comunista hablar del "golpe de Estado incruento" de los socialistas; o a Felipe González, del "deslizamiento al rojo" de los sindicatos. Demasiado ruido, pocos argumentos.
La ausencia de competidores llevó al Gobierno a confundir el diálogo con el soliloquio. Si juzgamos por sus resultados, las opciones fundamentales adoptadas en materia de política económica fueron acertadas. Pero ello no significa, como se llegó a pretender en su momento, que esa política era la única posible. Seguramente había, y hay, políticas alternativas. Los políticos que han aprendido los rudimentos de la ciencia económica una vez en el poder suelen mostrarse especialmente profesorales cuando aleccionan a los ignorantes alumnos sobre la evidencia de aquello que ellos mismos ignoraban todavía ayer.
Sin un diálogo institucionalizado y fluido, el proyecto histórico socialista podrá resultar adecuado, pero ya no será el que llevó al PSOE al poder en 1982 y 1986, en competencia con las alternativas neoliberales que habían triunfado en otros países europeos. De ahí que resulte plenamente justificado el amargo reproche de Nicolás Redondo pidiendo al presidente que "recupere el respeto por la base social que sustenta su Gobierno". Porque, incluso si de ello no se derivase una merma electoral significativa del PSOE, la deslegitimación social del Ejecutivo que anuncia el choque con los sindicatos resulta suicida para el ideal de transformación progresista de la sociedad, teóricamente defendido por ese mismo partido.
Es cierto también que la enfatuación de los políticos socialistas se ha visto favorecida por actitudes de los líderes sindicales. Sólo desde una concepción religiosa de la política puede aceptarse la pretensión de que ellos son lo único puro que queda en la vida pública española. Los sindicalistas no se han equivocado menos que los políticos, por más que hayan contado, en general, con una benevolente tendencia de la opinión pública a olvidar esos errores. Algunos de los argumentos empleados hoy por Redondo y Gutiérrez fueron esgrimidos hace cuatro o cinco años por Camacho para sostener que era imposible superar la crisis y comenzar a crear empleo sin un giro drástico en la política económica del Gobierno. Lo cierto ha resultado lo contrario. La política de ajuste, mantenida a despecho de las presiones sindicales -y de una derecha desorientada y sorprendentemente expansionista-, ha permitido a la economía española beneficiarse del cambio de coyuntura internacional y crear puestos de trabajo sin pérdida del poder adquisitivo de los salarios.
La falta de alternativas creíbles a derecha e izquierda y la propensión del PSOE a ocupar todo el espacio social hacen que lo que ocurra en el ámbito del socialismo afecte hoy al conjunto de la vida política nacional, y tal vez mañana a la estabilidad misma del sistema democrático. Socialista es el Gobierno cuya credibilidad está siendo puesta en tela de juicio por las oscuridades que rodean al sumario de los GAL; del campo del socialismo procede quien parece estar llamado a convertirse en el primer banquero del país, y del socialismo se reclama una central sindical convertida en el principal agente de la deslegitimación de la política económica del Gobierno. Gobierno y oposición; banca y sindicatos. Las fronteras se han desvanecido, nada es lo que fue y nada parece lo que es. La pluralidad y la alternancia son la base misma de la democracia. Todo lo que conduzca al ahogo del diálogo social y a la esterilización del debate político contribuye a la negación misma del sistema.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.
Archivado En
- Socialismo
- Opinión
- III Legislatura España
- Gobierno de España
- Huelgas generales
- Política económica
- Dictadura
- Sindicatos
- Legislaturas políticas
- PSOE
- Huelgas
- Sindicalismo
- Conflictos laborales
- Ideologías
- Gobierno
- Relaciones laborales
- España
- Administración Estado
- Partidos políticos
- Trabajo
- Administración pública
- Economía
- Política