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CITA EN ARGEL

Un hogar para los hijos de Ismael

Los palestinos aceptan la tesis de partición tras cuatro décadas de rechazo

Judíos y árabes se turnan para orar en la tumba de Abraham en Hebrón, una importante localidad de la Cisjordania ocupada. Los primeros se dicen descendientes de Isaac, el hijo legítimo del patriarca bíblico; los segundos, de Ismael, el que tuvo con una esclava. Los judíos ya tienen un Estado en la común Tierra Santa. Los palestinos proclaman hoy el suyo. Tendrán aún que darle forma y conseguir que sus lejanos parientes lo acepten.

JAVIER VALENZUELA Las crueles persecuciones sufridas en Europa empujaron finalmente a los descendientes de Isaac a planear metódicamente el regreso a Tierra Santa. En 1987, el primer congreso sionista fijó como el gran objetivo de los dispersos judíos la colonización de lo que entonces se Hamaba Palestina.Durante la I Guerra Mundial, el Reino Unido reemplazó al difunto imperio otomano en la administración de Palestina. Con la Declaración Balfour de 1917, Londres proclamó el derecho de los judíos a establecer un hogar nacional en aquel rincón del Mediterráneo oriental. El problema era que Palestina ya estaba habitada. Para levantar allí su Estado, los judíos tenían que dar un monumental codazo a los árabes.

"El conflicto entre las aspiraciones de árabes y judíos en Palestina es insoluble. La partición ofrece la última oportunidad de paz. No hay otra", escribió en julio de 1937 lord Peel en el informe que le había pedido el Gobierno de Londres. Sus palabras suenan hoy proféticas

Vino entonces la II Guerra Mundial, el holocausto, y las aspiraciones judías a un Estado propio pasaron a ser una imperiosa cuestión de supervivencia como pueblo. En noviembre de 1947 (resolución 181), la ONU hizo suya la lógica del informe Peel y propuso cortar el territorio de Palestina en dos Estados, uno judío y otro árabe. La ciudad santa de Jerusalén sería administrada internacionalmente.

El movimiento sionista aceptó el plan de partición de la ONU. Los árabes lo rechaza ron indignados. Los palestinos que entonces guiaba el mufti de Jerusalén, y Egipto, Jordania, Siria, Irak y Líbano atacaron el Estado de Israel, proclamado el 14 de mayo de 1948. Estaban convencidos de que barrerían al Ejército judío y conseguirían crear un Estado árabe en toda Palestina.

Ya en aquella primera guerra, Israel logró la victoria y consiguió extender el territorio que le asignaba la resolución 181. Galilea, el desierto del Neguev y la parte occidental de Jerusalén fueron incorporadas al recién nacido Estado hebreo.

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El Estado palestino contemplado en el plan de partición de la ONU nunca llegó a ser proclamado; se perdió en la tormenta, en provecho de Egipto que se hizo cargo de la Administración de Gaza, y del reino hachemita instalado en Amán; que se adueñó de Cisjordania y Jerusalén oriental. Durante las dos décadas que siguieron, el conflicto tuvo como protagonistas a Israel y los Estados árabes. La tragedia de los palestinos se redujo a un problema de refugiados, cuyo derecho a la autodeterminación y a un Estado propio nadie contemplaba seriamente.

La resolución 242 de la ONU (noviembre de 1967) consagró internacionalmente esa visión. Vino después de la Guerra de los Seis Días en la que Israel arrebató en un santiamén a egipcios y jordanos Gaza, Cisjordania y Jerusalén oriental, que pasaron a ser llamados territorios ocupados. La resolución 242 pidió la retirada israelí de esos territorios y proclamó el derecho de todos los Estados de la región a "Vivir en paz, dentro de fronteras seguras y reconocidas". Los palestinos seguían siendo refugiados.

La creciente aceptación internacional de la existencia de un pueblo expoliado llamado palestino, con derecho también a su hogar nacional, ha sido la obra de la OLP (fundada en 1964) y del que desde hace 20 años es su presidente, Yasir Arafat. La OLP ha predicado hasta el presente la idea de construir un único Estado palestino en toda Tierra Santa, en el que "de un modo democrático, judíos, musulmanes y cristianos vivan en paz". Admitir el viejo plan de partición de Palestina, el derecho a la existencia de Israel, eran para la OLP y la mayoría de los dirigentes árabes la peor de las blasfemias. El egipcio Anuar el Sadat pagó con su vida haber firmado la paz con Israel. Pero Israel ha resistido a todos los embites, gracias a la determinación de sus ciudadanos judíos a enraizarse en Tierra Santa, el apoyo de la poderosa comunidad judía internacional y de EE UU, y los repetidos errores de sus enemigos. El Estado ejemplar con que sonaron sus pioneros se ha transformado, sin embargo, en una potencia regional superarmada, que bordea el racismo y que, en Líbano y los territorios ocupados, comete diariamente brutalidades.

El aviso de los jóvenes

En diciembre del pasado año, los niños y jóvenes de los territorios ocupados descubrieron a los líderes de la OLP en el exilio el arma que andaban buscando. Los llamados palestinos del interior arrebataron la honda a los descendientes de David y, al mismo tiempo, despertaron a la OLP de su convicción de que la causa palestina tenía todo el tiempo del mundo. La intifada exige a la OLP un proyecto político esperanzador por su realismo.

Con cuatro décadas de retraso, los palestinos van a aceptar la resolución 181 de la ONU, la idea de que su Estado sólo puede constituirse en una parte de su antiguo territorio nacional. La gran mayoría del mundo árabe y también de la OLP acepta que el Estado de los hijos de Isaac es un hecho irreversible, pero no osa aún decirlo en voz alta, o teme que ello sea quemar prematuramente un último cartucho.

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