El marasmo yugoslavo
LA RECIENTE sesión del Comité Central de la Liga de los Comunistas, paralizada por sus divisiones internas, no ha tomado ninguna medida susceptible de frenar el empeoramiento de la crisis política y económica que vive Yugoslavia. Al cabo de tres días de reunión, el resultado más claro es que el dirigente serbio, Siobodan Milosevic, ha fracasado en su intento de eliminar a tres miembros albaneses del Presidium y de imponer una política más dura y represiva en la región de Kosovo. Pero eso es la punta de un iceberg.En la base de una crisis que afecta a toda la sociedad está una situación económica angustiosa, con una inflación de más del 200% y el nivel de vida más bajo conocido desde hace varias décadas. Ello engendra un descontento generalizado de la población, que ha perdido confianza en el Gobierno y en la Liga de los Comunistas, el partido único. La gravedad de la crisis ha provocado un desgaste acelerado del Gobierno federal, un "desmantelamiento del poder político central", corno se ha dicho en el comité central. Se abre paso así una tendencia centrífuga: cada república se encierra cada vez más en sí misma.
En ese clima estalló el problema de Kosovo, donde grupos nacionalistas albaneses, utilizando en cíertos casos métodos violentos, pretenden obligar a los, serbios a emigrar de esa región. La reacción en Serbia, a partir de manifestaciones de solidaridad con "los perseguidos de Kosovo", se ha convertido en una ola arrolladora de nacionalismo con objetivos que desbordan claramente el tema albanés. Hoy esa ola nacionalista es el problema número uno para Yugoslavia. Los serbios son la nación más numerosa, pero, además, en la primera etapa de la existencia del Estado yugoslavo -después de la primera guerra mundial- fueron la nación hegemónica. Ya entonces surgieron resentimientos en las otras naciones, cuyos rescoldos no se han apagado.
Al frente de ese nuevo nacionalismo serbío se halla un político de gran carisma, Slobodan Milosevic, que dirige desde hace dos años la Liga de los Comunistas en esa república. En un plazo relativamente breve, Milosevic se ha convertido en una figura política con un apoyo de masas extraordinario. Su plataforma populista -mezcla de denuncias de la corrupción y de la fosilización del sistema, de promesas de medidas democratizadoras, de soluciones drásticas a la situación económica y de llamadas nacionalistas a elevar el papel de Serbia- refleja los anhelos de sectores muy diversos. Milosevic expresa un deseo -sentido por muchos- de salir de la inercia, de que se realicen reformas y cambios efectivos. Por eso recibe apoyos incluso de grupos opositores radicales. Pero cuando se compara a Milosevic con Tito hay que advertir una diferencia esencial: la popularidad de éste se extendía a todas las repúblicas. Milosevic es muy popular, pero sólo en Serbía.
A diferencia de otros países, en Yugoslavia los enfrentamientos nacionales impiden que se produzca una delimitación de campos entre los partidarios de una reforma y los que se aferran a la defensa de un sistema impotente. Eslovenia es la república que más ha avanzado, con notable diferencia, hacia la democracia y el pluralismo. Pero, frente a Milosevic, en el que ven la amenaza. de una nueva hegemonía serbia, los eslovenos más progresistas coinciden con los sectores conservadores. Por eso Milosevic ha sido derrotado en el comité central por una mayoría que tiene un sentido exclusivamente negativo. No sirve para construir una nueva política.
En la medida en que los órganos federales del Estado y del partido pierden poder, el futuro depende cada vez más de lo que ocurra en cada una de las repúblicas. Si la ola nacionalista sigue creciendo en Serbia se acentuarán en otras repúblicas las tendencias a la segregación. Tal desarrollo sería sumamente preocupante para Europa. Pero el camino para evitarlo no se ha perfilado aún en la escena política yugoslava.
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