El enfermo argelino
En lo esencial, los diagnósticos médicos del mundo entero, en cuanto al enfermo argelino, convergen hoy con creces, quedando establecida la trilogía de la causalidad de su enfermedad.Por lo pronto, una catástrofe económica: la reducción a una cuarta parte de los ingresos petroleros del país (casi el total de sus recursos), amputados por la mitad por primera vez entre 1982 y 1985, lo fueron otra vez -pero debido a la cotización del dólar, más drásticamente aún- entre 1986 y 1988. ¿Qué país sobrevivió sin sacudidas a semejante seísmo? Tal vez, Arabia Saudí, o la vecina Libia. Pero ni en Libia ni en Arabia Saudí estaba presente en la cita el segundo actor de la crisis, el crecimiento demográfico. Ya en épocas normales, las curvas de crecimiento natural de la población bastaban para aplastar peligrosamente en Argelia el perfil de las curvas de crecimiento económico. En 1987, por primera vez, arroja un saldo negativo la confrontación de los dos índices.
Multiplicados por la coyuntura demográfica, los efectos de la crisis económica rebotaron por fin una vez más sobre la rigidez del régimen político. Embriagado por el excepcional capital de legitimidad adquirido durante la guerra de la independencia y que la política voluntarista de desarrollo posibilitada por la renta petrolera le había permitido prolongar durante muchos años, el Frente de Liberación Nacional (FLN) no supo conservar las ambiciones que su nombre le imponía. Su frente, inexorablemente, terminó por retraerse. Y tampoco su legitimidad, ni su política de desarrollo, resistieron el asalto de las nuevas generaciones, cada vez menos impresionadas por la gloria de las armas de sus padres y abuelos. Ese 30%, luego 50%, después 75% de jóvenes menores de 25 años -comenzaron a medir cada vez con menos paciencia la distancia que se iba formando entre las pretensiones verbales del régimen y la insoportable austeridad -económica, sin duda, pero más aún política y cultural- en la que se los mantenía.
Causas y responsabilidades
La localización de las causas no se confunde con la de las responsabilidades. Éstas deben ser buscadas en un aspectro algo más amplio que el que invistieron ante los micrófonos europeos los militantes exiliados. Sus acusaciones, a menudo justificadas, fueron repetidas con cierta exagerada exclusividad por una clase media occidental demasiado feliz por sorprender en flagrante delito de fracaso político a un régimen que desde hace bastante tiempo venía elaborándose una fama más o menos justificada de impartir lecciones.
Tal vez la sobrepuja productora de algunos Estados del Golfo, que estaría en parte en los orígenes del colapso del mercado petrolero, podría parecerles a los historiadores del año 2000 como el brazo humano de la cólera divina contra esos árabes que, de la mano del diablo, aceptarían -de acuerdo al proverbio- el regalo envenenado del oro negro. Pero, por más burocratizado que fuera el régimen argelino, que aparentemente no hizo más trampas que otros, e incluso tal vez menos, con respecto a sus cuotas de producción, no puede ser responsabilizado de la caída de las cotizaciones del petróleo. De acuerdo a sus vecinos magrebíes, Argelia, sin duda, hubiera debido emprender antes y con mayor energía la diversificación de sus exportaciones y la instrumentalización de su agricultura. Hay que recordar, sin embargo, que una gran parte de la izquierda europea, sobre todo la francesa, se ha identificado con la selección ideológica que difirió, en parte, el despegue de ese luchador o de las opciones excesivamente centralizadas del programa de industrialización del que se sabe que tampoco cumplió las promesas.
Si, encarado desde un punto de vista político, el planeamiento familiar no se hubiera pospuesto hasta 1983, sin duda la explosión demográfica hubiera sido, en parte, contenida.
Pero ese boom natalista comparable en determinados aspectos al de Europa en los años cincuenta, prestó testimonio, más que los boletines de todos los referendos de autodeterminación, de la esperanza a que daba lugar el final de la guerra y, más allá, de toda una época en que Occidente desempeñó el papel principal.
Esas esperanzas han quedado hoy frustradas. Por no haber sabido compartir con mayores segmentos sociales la iniciativa de la construcción de la economía, el pequeño club cerrado de los caciques del FNL está solo en su derrota. Y, si no toma rápidamente conciencia de su situación y no deduce todas las consecuencias políticas, conocerá, como Bourguiba, la peor de las sanciones, al tener que salir de la historia por la puerta trasera.
¿Y qué hay del futuro?
La perestroika emprendida por Chadli Benyedid desde su llegada al poder ha generado una reacción que evidentemente trata de defender tanto intereses adquiridos como principios revolucionarios. La penuria de la sémola, que hizo desbordar el vaso del descontento popular, la sospechosa lentitud de la primera intervención de las fuerzas del orden, la igualmente extrema brutalidad de la ulterior intervención del Ejército ¿son acaso otras tantas trampas puestas a los pies del candidato Chadli? La capacidad de que dé pruebas las próximas semanas, de prescindir del aval del congreso del partido convocado para el mes de diciembre, mostrará si ha logrado o no inclinar la balanza de las fuerzas a su favor. Esta guerra intestina no a todos les es inútil. Porque agrava la hemorragia de ansias de legitimidad en el seno del FLN, por lo que las fuerzas políticas que ansían abrir una brecha en su monopolio sólo pueden felicitarse. Entre éstas se encuentra una brecha islámica, que, aunque bastante menos estructurada que en Túnez, no queda en último lugar en su intento de recabar los beneficios de esta perspectiva tan propicia como en otras partes del mundo árabe.
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