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Tribuna:UN ANIVERSARIO TRÁGICO
Tribuna
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A medio siglo de la claudicación democrática ante el Reich en Múnich

Hace 50 años los primeros ministros de Francia y el Reino Unido, Daladier y Chamberlain, el hombre del paraguas que a sus 70 años tomaba por primera vez un avión, viajaron a Múnich y allí firmaron con Hitler, el 29 de septiembre de 1938, el acuerdo que ha sido interpretado como la definitiva capitulación aliada frente al Reich. Con su rúbrica, los dos políticos reconocían que eran justos los derechos de Alemania sobre los Sudetes checoslovacos y sancionaban su anexión por el Reich, deshaciendo así la Checoslovaquia que sus mismos Gobiernos habían creado en 1919. Tal era la suerte que reservaban para la Europa idílica salida de los Tratados de Versalles.Tres millones de alemanes, que se habían quedado en los Sudetes tras el desmembramiento del Imperio austro-húngaro, llevaban años vociferando por su integración en el Reich y éste llevaba meses anunciando la anexión violenta del territorio. Sobre el papel, la acción nazi habría significado la guerra, puesto que tanto Francia como la URSS tenían firmados con Checoslovaquia pactos de defensa mutua. En realidad, sin embargo, no habría habido guerra, si se considera que Francia ni siquiera había movilizado a su Ejército cuando Hitler ocupó la Renania dos años antes y o que, ahora, Stalin, embarcado en el proceso de diezmar a su propia oficialidad, no estaba para bromas bélicas.EnmascaramientoEs irónico que Chamberlain y Daladier fueran a Múnich para evitar una guerra que nunca iba a pasar y que lo que el premier británico llamó la "paz con honor" acabara siendo poco más que un triste acto de enmascaramiento del expansionismo alemán. Hitler llevaba años diciendo que el trato que habían dispensado los aliados a su país en los acuerdos de paz era groseramente injusto. Lo malo de todo este asunto es que los británicos estaban de acuerdo con él y reconocían que el status quo de Europa oriental podía y, a poco que se empeñara el canciller nazi, debía ser cambiado.

Múnich es el epítome de la política de apaciguamiento, la consagración de la claudicación europea ante la política del espacio vital nazi y el triunfo de la congruencia. Se ha dicho muchas veces que si, en septiembre de 1938, los aliados hubieran amenazado a Hitler con la guerra en vez de claudicar ante él, habrían impedido la aceleración de su política de expansión y la guerra mundial un año después. Pero, cuando Hitler hizo con Polonia lo mismo que con los Sudetes, repentinamente, sin venir a cuento, el Reino Unido y Francia le declararon la guerra, cuando lo normal, lo congruente con la política de apaciguamiento hubiera sido una nueva claudicación.

A Hitler deberían haberle parado los pies entre 1934 y 1936, sucesivamente, cuando dio el fallido golpe de Estado en Austria, cuando restableció el servicio militar obligatorio, cuando denunció las cláusulas militares del Tratado de Versalles, cuando anunció el rearme alemán, cuando ocupó y remilitarizó la Renania, cuando provocó el Anschluss con Austria. Cualquier amenaza aliada hubiera obligado a un Hitler extremadamente débil a replegarse "con el rabo entre las piernas", como él mismo dijo tras la remilitarización del Rhin en 1936. Pero no fue así. Antes al contrario, cada acción expansionista nazi fue condonada por el Reino Unido, que, una vez tras otra, impidió la aplicación de las disposiciones de seguridad anti-alemanas previstas en el Pacto de Locarno. Y, cuando Hitler amenazó con invadir los Sudetes, Chamberlain acudió corriendo a Múnich, arrastrando a un impotente Daladier. Con tales antecedentes, Hitler no podía esperar que le declararían la guerra británicos y franceses cuando invadió Polonia en septiembre de 1939.

¿Qué ocurría en Europa? Si la Gran Guerra había dejado a Francia destrozada, a Rusia en la ruina y al Imperio austro-húngaro disuelto, en 1918, los aliados tenían enfrente a una Alemania vencida pero que, al mismo tiempo, seguía siendo, demográfica y económicamente, el primer país de Europa. Deshacerlo parecía una crueldad innecesaria y un mal negocio.

Todo el mundo ignoraba entonces que 15 años más tarde Hitler subiría al poder. Al firmar el armisticio con Alemania, los aliados habían resuelto, en aras de una paz duradera, transigir con cualquier acción germana y, desde entonces, se pasaron 20 años haciéndolo. El apaciguamiento como línea de conducta no nació para responder tímidamente a las ingeniosas maniobras expansionistas de Hitler. Cuando éste subió al poder en 1933, el apaciguamiento era un modo de ser irreversible que las democracias habían alumbrado en 1918.Emplear la violenciaHitler sólo se hizo ingenuo por fuerza de las circunstancias, cuando en Alemania accedió al poder una persona decidida a no respetar el juego de la buena fe. Además, Hitler estaba decidido a emplear la violencia para hacer que se reconociera a su país la fuerza real que tenía, fuera necesaria o no. Es escandaloso que los aliados no lo comprendieran. Sólo se explica porque probablemente ninguno de ellos llegó a leer el Mein Kampf con detenimiento.

El Acuerdo de Múnich rompió a Europa en mil pedazos y convenció a Hitler de que podía hacer lo que quisiera en el continente. En este sentido, no es más sonrojante que las claudicaciones anteriores o posteriores a él. ¿Por qué fueron entonces los aliados a la guerra por Polonia y ni siquiera enseñaron los dientes por Checoslovaquia?. Acaso Polonia fuera la gota final.

Sea como fuere, la única virtud del Acuerdo de Múnich fue retrasar la guerra un año y permitir al Reino Unido la rápida consolidación de un rearme que acabaría salvándolo de una invasión que hubiera sentenciado la suerte de Europa.

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