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Sandinistas y rebeldes preparan en Guatemala una nueva 'cumbre' por la paz

Antonio Caño

Los dos bandos enfrentados en Nicaragua en una guerra que dura ya ocho años volvieron a sentarse ayer en la mesa de negociaciones, después de más de dos meses de interrupción, en una reunión preparatoria de una próxima cumbre. El propósito de este encuentro, que debe concluir hoy en Guatemala, es conseguir un acuerdo sobre la sede de la siguiente ronda negociadora.

Hay optimismo en tomo a esta reunión, aunque no provocado por la voluntad de diálogo de las dos partes -que han demostrado reiteradamente su incapacidad para entenderse- sino porque ambas están fatalmente condenadas a buscar un acuerdo para su supervivencia.La delegación del Gobierno sandinista está presidida por un peso pesado, el vicecanciller Víctor Hugo Tinoco. La contra manda también a uno de sus nuevos hombres fuertes, Roberto Ferrey, miembro del directorio de Resistencia Nicaragüense (RN). Ambos son expertos en el arte de la negociación y las componendas.

Víctor Hugo Tinoco llega oficialmente con instrucciones de su Gobierno de no ceder en la postura de que la próxima cumbre se celebre en Managua. La contra propone que esa ronda se mantenga entre los días 26 y 28 de septiembre en Costa Rica, Guatemala o la República Dominicana, sobre la base de que en Nicaragua no existen condiciones para llevar a cabo una negociación seria. Este criterio es compartido también por el cardenal Miguel Obando y Bravo y por el presidente de Costa Rica, Óscar Arias.

El presidente nicaragüense, Daniel Ortega, explicó el domingo en un discurso que, si su Gobierno se niega a salir a negociar a otro país, no es por razones de seguridad sino porque ello significaría romper con el proceso iniciado en Sapoá. Ortega rechazó también la condición de la contra de que sean liberadas previamente a la reunión las 38 personas detenidas el pasado 10 de julio durante una manifestación de protesta en la localidad de Nandaime.

En Managua no se descarta, sin embargo, que el Gobierno acepte discutir el grueso de un acuerdo de paz fuera de Managua y dejar a la capital solamente como sede del acto de la firma final. Esta flexibilidad tendría una explicación: que la hecatombe económica prosigue.

Para la contra, deshecha en mil pedazos y aislada militarmente, ésta es una de las últimas oportunidades de contar en la historia de Nicaragua como algo más que un grupo de forajidos.

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