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Virus y sucedáneos

Comenta que en California se está extendiendo una nueva y extraña enfermedad; otra. Familias enteras, con el cuerpo en forma de rombo; los ángulos obtusos marcados en las caderas, y no exactamente gordos, sino como si les hubieran ido inflando poco a poco y aún fueran capaces de soportar mayor volumen.-Será por la alimentación. Los burgers y esas mierdas.

Su padre, que ejerce allí la docencia, al parecer se dijo eso mismo. Le tranquilizó el que jamás ponía el pie en aquellos santuarios de comida rápida, cosa heroica, pues el equivalente numérico español del burger californiano viene a ser la tasca de hace un par de décadas. El caso es que se las arreglaba en el supermercado, donde se surtía de filetes de carne roja, lechugas, tomates, huevos, patatas, etcétera, elementos con los que cocinaba tortilla española y otros platos parecidos a lo que su paladar tenía por costumbre. "La verdad es que allí la carne es buena y está muy bien presentada", había comentado el padre en alguna de sus visitas.

Ocurrió que un día se olvidó de guardar los steaks en el frigorífico y su sorpresa fue mayúscula cuando, pasadas 48 horas, los descubrió intactos de color y forma sobre una de las estanterías de la cocina. Retiró el plástico transparente que los cubría en busca de ese olor que tiene la carne algo revenida: su pituitaria no lo registró. Presionó con las yemas de los dedos y notó que la huella permanecía, dejando un cerco líquido de color rojizo. "La sangre parece fresca". No obstante, tanta compostura ambiente de aquel clima le resultó mosqueante. Por si acaso -y haciendo de tripas corazón, pensando en lo que había pagado por ellos-, los echó al triturador del fregadero.

-No veas el pasmo que le dio cuando vio que los filetes se quedaban hechos una luffa.

-¿Una qué?

-En forma de bola, como una esponja vegetal o algo así.

A pesar del pasmo, el profesor recuperó la sorprendente materia y, venciendo el estupor, la metió cuidadosamente en un paquete bien precintado, que envió a un amigo químico dedicado al análisis. A los pocos días, el amigo le telefoneó para informarle de los resultados de la investigación realizada en su laboratorio: "Estáte tranquilo, no es carne, pero tampoco es nocivo". En síntesis, que se trataba de sustancia orgánica de procedencia vegetal, con todos los aportes proteínicos y vitamínicos recomendados por el Departamento de Salud Pública. Vamos, que era un sucedáneo perfecto, con olor y sabor a filete de vacuno. El profesor supo a continuación que el asunto no era tan raro y que, aunque él no se fijara, ya había en el mercado deliciosas gambas espúreas y mantequilla plástica que uno prepara al gusto mezclando agua y polvos del paquete en las dosis apetecidas: el hipermercado es libertad.

A partir de ahí ya no tuvo tan claro que la enfermedad de los cuerpos rombiformes tuviera que ver sólo con los burgers. Evitó ponerse paranoico, pero tomó la decisión de alimentarse a base de pescado, que adquiere en una zona portuaria situada a 40 millas de su residencia. Está un poco lejos y se las ha tenido que apañar para organizar de otra forma su horario, pues su obsesión es llegar cuando aún están sacando la pesca de los barcos: no es que tenga una garantía total, pero se siente más aliviado. Además, le parece que imitar un pescado entero debe de ser más difícil. Complementa este régimen con chorizo y queso manchego que sus hijos le mandan desde la patria, hábilmente disimulados en cajas de madera de cava catalán. La alimentación de papá sale algo cara, a pesar de que las autoridades todavía no han interceptado ningún envío.

-Yo le digo que cualquier día el chorizo que le mandamos también es falso, chorizo lait o algo por el estilo, fabricado con desechos de celulosa.

-Hombre, aquí eso no pasa...

-¿Cómo que no? ¿Estás seguro de que el chorizo que te comes es de la misma calidad que hace tres años?

-Por supuesto que sí. Lo compro en una tienda de toda confianza.

-Bueno, vale. ¿Y a qué precio, di; a qué precio?

-No sé. Barato no es, desde luego.

-¿Ves? ¿No fue desde siempre aquí el chorizo un embutido de lo más tirado?

-¿Y qué me quieres decir? Te digo yo que es imposible eso que cuentas de California. Aquí a la gente no hay quien le quite su chorizo, su pan de barra y sus cañas. Antes hay una revolución.

- ¡Vaya un inocente! ¿Es que te crees que las cosas dependen de lo que la gente quiera? No te das cuenta de por dónde va el poder...

-Ah, si es por eso... Aquí ni siquiera el poder funciona. Este país cada día que pasa es más caótico.

-No me refiero al poder de los políticos, eso son tonterías. Sino al poder real, al que diseña los mercados y decide qué se debe y qué no se debe consumir, cuándo y a qué precio.

-Mira, te digo que en este país van de culo.

-¿Acaso no consiguen lo que se proponen? ¿Por qué te niegas a la evidencia? Antes lo tenías claro.

-Antes, antes... Vale. Ahora ya me he hartado, no soporto que siempre hablemos de destrucción, me machaca.

-O sea, que prefieres vivir lilolilo, sin darte cuenta de la que se nos viene encima...

-A lo mejor. Mira, lo único que me consuela es que cuando suceda lo que parece inevitable yo estaré muerto, ya ves. Si me pongo a pensarlo con cada cosa me quedo paralizado, me entra tal desesperación que sólo se me ocurren dos salidas: o pegarme un tiro yo mismo o liarme a tiros por la calle. ¿Te parece mal?

Siguió uno de esos silencios densos y airados. A su alrededor, el personal todavía comía chuletillas de cordero y trozos de pollo al ajillo, algunos se chupaban los dedos, otros incluso se reían. Alguien se atrevió a desbaratar aquel mutismo de mercurio: "¿Otra caña?". Se asintió.

-Y si hablamos del SIDA, ya ni te cuento.

La mención a lo que ahora se cita como larga y penosa enfermedad, eufemismo discreto para ocultar no se sabe qué vergüenza -al parecer, lo ominoso es la víctima y no el maldito virus-, inexplicablemente aportó una atmósfera de reconciliación. Se dijo que hace un par de veranos el virus era tema recurrente de todas las conversaciones y que ahora da la impresión de que existiera un acuerdo tácito en obviarlo. Tal vez porque, rendidos a la evidencia de su magnitud, la insignificancia de los medios para hacerle frente (léase condón) resulta francamente ridícula. Sí, hay anuncios tan absurdos que su único sentido debe de ser el de quedar bien en sociedad por parte de las instituciones: no es que sea muy normal que la gente que se lava los dientes lo haga con el cepillo de otro; tampoco puede afirmarse que la pídola sea entretenimiento muy extendido entre la población.

-Hombre, se refiere a que por jugar con un enfermo de SIDA uno no se contagia. Se supone que es para evitar discriminaciones entre los chavales, ¿no?

-O para despertar su crueldad ... Esas campañas son como un bumerán.

-Me alucina pensar cómo será la iniciación sexual de los que ahora son niños.

-Pues a mí me alucina más ese siniestro vacío en que van cayendo los muertos. Un vacío de calidad superior.

Se habla menos, pero ello no evita que estemos apresados en un terror desconocido que nos llega hasta las cejas, aunque se opte por circular como si no fuera con nosotros. Reaccionamos ante la enfermedad como ante la primitiva: cuestión de suerte. Sólo que en este caso no se sabe cuántos números hay, dónde se compran las papeletas ni quién dirige el sorteo.

Y, sin embargo, ya hay respuesta. Está en las jeringuillas usadas que salpican la arena de las playas, no ya las del Mediterráneo, también las de Long Island o Melbourne; está en el modo con que la gente se mete un pico por la cara en cualquier acera, en esa aguja que queda clavada en el peldaño de una escalera o junto al cajero automático. Es una respuesta todavía tímida ante una sociedad que pretende sacudirse los márgenes como quien se sacude la caspa. Pero demuestra que, por encima de nuestras discusiones y nuestra impotencia, de las maniobras de la tecnología o la política, de la represión y de las cárceles, la respuesta será -es ya- de los que llamamos deformes, inoculados, contaminados, desahuciados. Son ellos quienes realmente no tienen nada que perder: el día en que ese nuevo ejército se percate de su increíble potencia nos vamos a enterar. Todos, incluidos los heraldos de la destrucción y los poetas sigilosos.

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