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La corrupción de la era Breznev, en el banquillo

Pilar Bonet

Yuri Churbanov, de 51 años, yerno del difunto dirigente Leonid Breznev y ex número dos del Ministerio del Interior, comparece hoy ante un tribunal militar en Moscú, acusado de corrupción en un juicio que simbólicamente sienta en el banquillo la gestión y los métodos del dirigente fallecido en noviembre de 1982. La Cámara Militar del Tribunal Supremo de la URSS comienza alas 10 de la mañana la vista -abierta a un reducido contingente de la Prensa extranjera y en teoría al público- de la causa, que afecta a nueve ex altos cargos, incluido Churbanov. El sumario abarca 110 tomos.

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Atrás quedan cinco años de investigaciones plagadas de atentados, fallecimientos, suicidios y la desarticulación de una mafia de dimensiones estatales con especial arraigo en Uzbekistán. Por delante está el descubrimiento de la identidad de los delincuentes que aún hoy siguen desempeñando cargos y que incluso acudieron como delegados en junio a la XIX Conferencia del PCUS, según el máximo responsable de la investigación, el juez de instrucción Telman Gdlian.Churbanov, encarcelado en enero de 1987, tras más de un año de negociaciones, es acusado de haber aceptado sobornos por valor de casi 660.000 rublos (casi 13 millones de pesetas) a fines de los setenta y principios de los ochenta. Los donantes eran sobre todo dirigentes y funcionarios del Ministerio del Interior de Uzbekistán.

El yerno de Breznev, que llegó al grado de general-coronel, está acompañado en el banquillo por el antiguo ministro del Interior de Uzbekistán, el general Yajiaev, y dos viceministros de esta república. La mayoría de los acusados son generales y todos ellos se han declarado culpables. Medios soviéticos informados aseguran que Churbanov, presa de un terrible pánico a ser condenado a muerte, ha conseguido retrasar el proceso dosificando y haciendo valer sus confesiones. El total de sobornos aceptados se calcula en varios millones de rublos según el fiscal Alexandr Sboev.

Cadena de defunciones

Muchos de quienes podrían arrojar datos sobre las dimensiones reales de la corrupción en la época de Breznev han dejado de existir en una densa cadena de defunciones. Dos de los implicados, un ministro de Interior y un viceministro de Uzbekistán, se suicidaron. El ministro del Interior de la URSS, Nikolai Shcholokov, compañero de estudios del dirigente y el jefe de Churbanov, lo hizo en diciembre de 1984 en uniforme militar y con una escopeta de caza, tras haberse tomado un carajillo. Su esposa, una amiga de Galina Breznev, se había tirado por una ventana en 1983. En 1982, el general Semion Tsvigun, vicejefe del KGB y cuñado de Breznev, murió repentinamente, seguido pocos días después por Mijail Suslov, el ideólogo del PCUS, cuyo carácter presuntamente ascético es hoy cuestionado.El irresistible ascenso de Churbanov, un joven ambicioso, insolente y borrachín cuya mayor cultura era la gastronómica -según las descripciones de la Prensa soviética-, comenzó con su matrimonio en 1971 con Galina Breznev, siete años mayor que él. Churbanov, con un matrimonio (disuelto en los sesenta) y dos hijos en su haber, fue asignado, en su calidad de teniente coronel, a la escolta de Galina. El romance fue visto con buenos ojos por Breznev, que confiaba en la posibilidad de meter en cintura a su hija. Churbanov ascendió en el Ministerio del Interior, al margen de que Galina especulara con diamantes, según cuenta hoy la Prensa soviética, y la vida de pareja se deteriorara con la presencia de Boris Buriatia, alias El Zíngaro, a quien Galina comenzó a prodigar sus favores. Buriatia, dicen medios moscovitas, es hoy camarero en un restaurante, tras haber cumplido una condena de cárcel. Peor suerte tuvo Yuri Sokolov, jefe de la primera tienda de comestibles de Moscú -los almacenes Yeliseiev-, ejecutado en 1984 por fraude y supuesto compañero de Galina en las especulaciones con diamantes.

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En 1977, Churbanov fue nombrado viceministro, y en febrero de 1980, primer viceministro y teniente general. Ese mismo año era agraciado con un premio estatal vinculado a los Juegos Olímpicos de Moscú, en los que no participó, y en 1981 se convirtió en miembro candidato del Comité Central del PCUS. Tras un corto viaje a Afganistán, recibió la Orden de la Bandera Roja.

Churbanov está implicado en el escándalo del algodón de Uzbekistán, un fraude de fal seamiento de datos que de 1978 a 1983 costó al Estado un mínimo de 4.000 millones de rublos. El escándalo del algodón, el principal cultivo de Uzbekistán, comenzó a ser investigado tras la muerte de Breznev, en noviembre de 1982. Intentos anteriores fueron, según fuentes soviéticas, frenados po Suslov, y los atrevidos que se enfrentaron a Shcholokov o Churbanov llegaron a pagar con la vida su osadía.

En el otoño de 1983, los hados no eran propicios ya a Sharaf Rashidov, el jefe del partido comunista en Uzbekistán, quien moría misteriosamente tras un viaje a Moscú. Al parecer, Rashidov fue confrontado por la dirección soviética de Yuri Andropov con el expediente de sus delitos y, según fuentes soviéticas, obligado a suicidarse. Poco antes, en el verano de 1983, Telman Gdlian había comenzado una ardua investigación que encontraba cada vez más resistencia a medida que iba acercándose a los padrinos. Uno de ellos llegó a atentar contra la vida de Gdlian. Los jueces de instrucción designados desde Moscú operaban con chalecos antibalas, viajaban en coches blindados y mantenían ocultas a sus familias. El precio de sus cabezas era de 150.000 rublos, según la revista Smena, y la recompensa por transferir los casos a los investigadores locales, de un millón de rublos. La desarticulación de la red mafiosa, que prácticamente coincidía con la estructura del partido en Uzbekistán, reveló la existencia de cárceles clandestinas, de trabajo forzado infantil y esclavitud adúlta, de miles de personas aterrorizadas por las torturas y los asesinatos. La purga de Uzbekistán ha llevado a los tribunales a 100 funcionarios, otros 3.000 han sido destituidos y 18.000 privados del carné del partido.

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Sobre la firma

Pilar Bonet
Es periodista y analista. Durante 34 años fue corresponsal de EL PAÍS en la URSS, Rusia y espacio postsoviético.

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