El plebiscito de las cacerolas
EL GENERAL Augusto Pinochet ha sido designado por sus camaradas de armas candidato oficial de la dictadura chilena para el plebiscito montado por él mismo con objeto de perpetuarse en el poder hasta 1997. La decisión de la Junta Militar fue acogida con manifestaciones duramente reprimidas -con un saldo de tres muertos por herida de bala- y otras protestas, incluida una cacerolada en las calles de la capital. Ambas cosas, designación y protesta, se daban por descontadas. Aunque es cierto que los jefes militares, posiblemente cansados de un pinochetismo crecientemente impopular, sugirieron en algún momento que sería preferible designar a un civil, probablemente como forma verbal de presión, nadie podía creer de modo realista que la Junta Militar buscaría a un candidato que no fuera Pinochet. La negociación con sus colegas habrá forzado a éste, presumiblemente, a aceptar algún compromiso que limite su poder omnímodo. Pero, a la hora de la verdad, sólo él puede representar un papel escrito para sí mismo.Esperar otra cosa hubiera sido ilusorio. Por ello, finalmente la escena está dispuesta con lógica: el dictador chileno será quien defienda dentro de algo más de un mes al régimen que creó hace 15 años sobre la sangre de quienes se oponían a él. Y, por primera vez, tendrá enfrente a todos los que se le opusieron entonces y se le oponen ahora. Con un pragmatismo encomiable, la oposición chilena se ha unido con el único propósito de acabar con el dictador y, sólo una vez cumplido el objetivo, buscará construir el futuro.
Suele decirse que todo referéndum es ganado por quien lo convoca. Pero ello no es evidente en este caso. Lo que empezó como una operación cosmética se ha convertido en una seria amenaza para la perpetuación del sistema. En 1980, cuando se sometía a referéndum la nueva Constitución chilena, Pinochet quiso que se consagrara un mandato presidencial de 16 años. Sus compañeros de poder le señalaron que, con ello, arriesgaba perder la consulta: era mejor partir el período en dos y designar a un candidato que se sometiera a un plebiscito al final del primer plazo de ocho años. Obtuvieron la promesa suplementaria de. que el dictador no sería candidato. Como era de esperar en quien prometió fidelidad a Allende días antes del sangriento golpe de 1973, Pinochet ha quebrantado su compromiso y se presenta como candidato. Si gana el plebiscito, seguirá en el Palacio de la Moneda hasta 1997; si lo pierde, su Constitución le obliga a convocar elecciones libres a la presidencia dentro de un año. ¿Lo haría realmente? La historia de su mandato sugiere lo contrario.
Sólo la presión incesante y continuada puede lograrlo. Los regímenes dictatoriales suelen caer como fruto de sus contradicciones internas, pero la presión internacional suele resultar decisiva en el surgimiento de esas contradicciones. Esa presión actúa también como estímulo de la oposición interior, que en un momento dado, como ocurrió en Uruguay, puede presentarse más coherente y unida que el aparato dictatorial. De ahí la importancia del apoyo de todos los demócratas del mundo a la campaña del Comando Nacional por el No, que coordina esta batalla contra el continuismo pinochetista. Apoyo que debe expresarse en la exigencia de garantías respecto al escrutinio de la consulta del próximo 5 de octubre. Pues aunque el referéndum esté viciado de origen por la ausencia de libertades, la batalla por el no puede ser la antesala de la victoria del pueblo chileno.
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