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Crítica:CINE
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Recuperación de un gran cineasta

Hace cosa de dos décadas, con un original cortometraje titulado Gospel y una película larga, pobre de presupuesto y rica de imaginación, titulada El desastre de Annual, Ricardo Franco se dio a conocer como uno de los jóvenes cineastas españoles que tenían algo, en su caso mucho, que decir.La impresión inicial que causó, en pequeños círculos cinéfilos, la obra de aprendizaje de Ricardo Franco obtuvo una confirmación de alcance más amplio varios años más tarde, con una nuevamente originalísima película, Los restos del naufragio, en la que los balbuceos del aprendiz se convirtieron de pronto en trazos de un maestro de su oficio. Emocionante, bella película aquella, una de las mejores del cine español reciente.

Berlín blues

Dirección y guión: Ricardo Franco. Fotografía: Teo Escarnilla. Música: Lalo Schifrin. Director artístico: Gerardo Vera. Producción: Emiliano Piedra. España, 1988. Intérpretes: Julia Migenes, Keith Baxter, José Coronado, Javier Gurruchaga, Gerardo Vera. Estreno en Madrid: cines Palacio de la Música, Cartago, Novedades y Aluche.

Pero cuando podía a esperarse de Ricardo Franco que ensanchara su nombradía y su audiencia, y que comenzara a damos, sobre tan buenos cimientos, los techos de obras más maduras, firmes y acabadas, dio la impresión de que retrocedía, de que se hacía cada vez más ahorrativo consigo mismo y de que, con las puertas abiertas ante él, se sumergía en el semianonimato de una buscada, y para algunos rebuscada, marginalidad.

Voluntariamente o no, Franco casi desapareció de las nóminas activas de los directores del cine español y, aunque su nombre aparecía de cuando en cuando en películas y en noticias relativas a ellas, comenzó a olvidársele y a oír en ese su nombre -el de un cineasta con el futuro atestado, pero casi inédito- los ecos de un viejo cineasta escondido detrás de un pasado más que prometedor, pero todavía insuficiente.

Oficio y talento

Ahora, después de años, de balbuceos y de jugar a su manera a Guadiana, Ricardo Franco ha saltado otra vez a la punta de la vida del cine español con una película, Berlín blues, que nos devuelve, no sólo intacto sino en ascenso, a uno de nuestros mejores cineastas.Hay en este filme de aspecto convencional, de esos que parecen calculados para atender al veloz consumo del cine perecedero, la combinación justa de buen oficio y de mejor talento, para que quepa pensar que desborda su aparente convencionalidad y que se mete en los terrenos de ese (escaso como el oro) cine que rejuvenece con el paso de los años, que es el que importa.

Nada más lejano de las cunetas que este filme cuidadosamente hecho, concienzudamente producido por un afinado aparato de fabricación, cosa que honra a su productor, Emiliano Piedra, que aquí vuelve a darnos aquella su capacidad de aventura creativa que le condecora como el responsable de la existencia de Campanadas de medianoche, una de las obras maestras de Orson Welles y de la historia del cine, que está y estará siempre ahí, inconmovible, en los repertorios de todas las filmotecas del mundo, porque Piedra quiso que estuviera y porque empeñó hasta sus cejas para que así fuese.

Y también un filme que honra a su director, porque ha demostrado en él que sabe desenvolverse en los altos presupuestos con la misma desenvoltura que puso de manifiesto en sus humildes obras caseras. Que la distinción de un cineasta con lenguaje propio entre sin forzamiento en un filme calculado para el consumo internacional es cosa que dice mucho y bueno de Franco, quien no sólo sabe moverse en los entresijos de una película ambiciosa como mercancía, sino, lo que es más importante, que conserva en ella las acusadas singularidades de su estilo y de su mirada.

Hay en Berlín blues escenas -entre ellas números musicales resueltos con alardes de buen gusto y con ese asombro que se escapa de las cosas viejas cuando son dichas de tal manera que parecen nuevas- magistrales, de esas que la memoria rebobina y proyecta interiormente después de vista la película. Una película romántica que bordea lo desmelenado, lo excesivo e incluso lo disparatado, pero que es sostenida en los cauces de la verosimilitud poética con una facilidad admirable. Barro de esta especie es el que edifica una verdadera industria cinematográfica.

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