Arde el mar
Se incendió el corazón de Lisboa antigua y algo nos dice que se quemó también uno de los bosques de piedra que vigilan la mar occidental. Difícil extinguir el fuego en esa extensión poblada de víveres comerciales, pasos elevados desde donde divisar el curso del Tajo y una arquitectura de ciudad suspendida en el aire. Fueron pasto de las llamas los andares de madera avejentada y las muchas letras (del comercio que allí en la Baixa hacen bullir el tráfico de mercancías entre los tranvías amarillos que suben renqueantes por el Largo do Chiado hasta la plaza de Camoes. Fueron. pasto de las llamas los tejidos de seda de Macao, las barricas del oporto, las hojas de bacalao y los víveres del comercio de ultramar. Las alfándegas y las librerías de viejo donde al lado de Almeida Garret encontraremos siempre una edición de Miguel de Unamuno. Ese espacio vocinglero en el corazón de la ciudad blanca donde caminan a empellones turistas de medio mundo y habitantes de las antiguas colonias de ultramar: Cabo Verde, Angola, Mozambique. Una humanidad metropolitana que se afana en las lonjas y no cesa hasta que el horario comercial echa sus cierres y entonces recomienza el pulular de los cafés y las pastelerías. Galaos y pasteles de nata, té de las Indias para calmar el ansia entre tanto vicio.Al lado de! siniestro está A Brasileira y otra vez la memoria nos conduce a una historia de paseantes en el interior de la ciudad. Eternos viajeros que nunca habían ido más allá del Cais do Sodrè pero que en el pabellón de las naves intuían el signo de los tiempos y las vanguardias literarias. Pessoa, Sà-Carneiro, Almada Negreiros, personajes dramáticos en medio de aquel movimiento de escribanos y meritorios, telegrafistas y empleados de las compañías de navegación. El Largo do Chiado formaba parte de su circulación sanguínea, de su presencia ociosa en medio de aquel trasiego del que era imposible adivinar la dirección. "Pertenezco a esa clase de portugueses", dijo Pessoa, que después de haber descubierto la India quedaron sin trabajo".
Religión pagana
Corrillos alrededor de un echador de cartas, corrillos alrededor de un ciego que canta un fado. La gente se detiene a mirar el precio del café y a escuchar la perorata de un tullido. Lisboa, como una metrópolis ensimismada al borde del abismo, no sabe a veces dónde mirar. Su religión es pagana pero a veces sus gentes tener en la mente el tiempo de un hindú. Un incendio en el corazón de Lisboa tiene las dimensiones de un hundimiento en Wall Street, de una erupción del Vesubio, de un terremoto en el Punjab. Geografías míticas que acuden a la mente con la onda expansiva de una catástrofe. Topónimos de la sensibilidad reavivados por la memoria de una tragedia. Las latitudes se confunden cuando recordamos las catástrofes.Portugal es un pueblo ceremonioso. Casi al mismo tiempo que el incendio de Lisboa las agencias de noticias difundían que en el estadio del Benfica se iba a erigir un monumento al conocido futbolista Eusebio. Su historia moderna está teñida siempre de esa melancolía que en la capital concentra todo el esplendor pasado de una metrópolis. Las tragedias lusitanas siempre fueron poéticas o navales. Un ¡ncendio en plena capital parece demasiado obsceno para añadir a esa lista donde sólo podemos esperar naufragios. Desaparecidos en el océano, ahogados en las empresas de conquista que aún hoy parecen alimentar esa suave melancolía del más allá.
Las llamas son, sin embargo, otro tipo de bautismo, un hito más devastador en la posteridad. Las ruinas de los terremotos, como en las ilustraciones de Piranesi, mantienen aún la vedra que trepa sobre los muros derribados- el fuego, sin embargo, todo lo devora y reduce a cenizas. Aquéllas de Lisboa no serán nunca las de una pira funeraria y los restos calcinados ennegrecerán durante un tiempo el corazón de la ciudad blanca. Serán. días de luto en el corazón de todos los navegantes. Habrá ardido una balsa de piedra, Parte de nuestro mar occidental.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.