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Tribuna
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El mejor enemigo es el enemigo vivo

La India, que se describe a sí misma como la mayor democracia del mundo, no se sintió nunca del todo a gusto teniendo que tratar con un dictador militar al frente del Gobierno de su más importante vecino, Pakistán. La desconfianza india ante los generales que se convierten en presidentes en Pakistán viene de antes de la llegada al poder de Zia UI Haq, que murió por la explosión de su avión el pasado miércoles. Arranca del hecho de que los generales Ayub Jan y Yahya Jan estaban al frente de Pakistán en las dos ocasiones en que este país se enfrentó a la India en guerras amargas, en 1965 y 1971.Con el propio Zia en el poder, hace tan sólo 18 meses, los dos países estuvieron peligrosamente cerca de un nuevo conflicto bélico. Tan trágica eventualidad se evitó, en parte, porque el general era un político más completo y realista que sus dos predecesores militares, o incluso que el primer ministro civil, Zulfikar Alí Bhuto, que fue depuesto en 1977 y más tarde ahorcado por supuesta complicidad en asesinato. Zia se dio cuenta muy bien de que los dos presidentes que fueron a la guerra con la India pagaron su osadía con el cargo. Y, más que a cualquier otra cosa, Zia se mostró adepto a seguir en el poder, lo que hizo durante 11 años, un récord que no ha logrado ningún otro gobernante en los 41 años de independencia de Pakistán. Zia, al menos, ha proporcionado alguna estabilidad al subcontinente indio. La mayoría de los políticos y funcionarios gubernamentales indios lo admiten en privado, pese a su manifiesta incomodidad de tratar con un dictador militar. Excepto por aquel momento, en enero de 1987, en que los ejércitos de los dos países vecinos estuvieron a punto de llegar a las manos, las relaciones entre ambos se han mantenido relativamente libres de tensión en los años de mandato de Zia. Parte del mérito hay que atribuírselo a Zia. El renacimiento de la tensión en 1987 se debió, fundamentalmente, a la denuncia india de que Pakistán acogía y financiaba a terroristas que pretendían implantar el Estado independiente de Jalistán en el actual Estado indio de Punjab.

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Las posibilidades de una paz continuada en el subcontinente indio después de Zia dependerán, ampliamente, de la actitud del nuevo Gobierno de Pakistán -el actual, provisional, encabezado por Ghulam Isahq Jan, y el que se forme tras las prometidas elecciones de noviembre- adopte sobre la cuestión del apoyo a los separatistas sijs. El Gobierno indio está convencido de que los servicios secretos paquistaníes no sólo dan refugio y ayuda económica a los terroristas, sino que también les aconsejan y les ayudan a que se infiltren por los 450 kilómetros de frontera con Punjab para que cometan atentados terroristas en la India. Pakistán lo niega y los dos países han acordado recientemente el establecimiento de patrullas conjuntas en la zona fronteriza para evitar los cruces ilegales. La India levantó también una barrera de alambre de espino. Pero los pasos ilegales continúan, y los ataques terroristas también.

La capacidad de Gandhi

La solución del problema punjabí es importante para el futuro político del primer ministro, Rajiv Gandhi, que debe afrontar unas elecciones generales en diciembre de 1989. El fracaso del Gobierno indio en poner freno a la oleada terrorista ha creado la impresión de que Gandhi es incapaz de tomar las difíciles decisiones necesarias para resolver el problema. Hasta ahora, ha intentado echar toda la culpa a Pakistán. Zia era lo suficientemente hábil y experimentado como para, a pesar de estas acusaciones, intentar todavía normalizar relaciones.Sin Zia, reina una atmósfera de incertidumbre. No es seguro que el nuevo equipo de generales que han sido promocionados para llenar el hueco dejado por la muerte del líder paquistaní y de su jefe de Estado Mayor sea tan moderado como Zia respecto a la India. Otra incógnita es si se darán por satisfechos permaneciendo a la sombra del presidente en funciones, Ishaq Jan. Pueden experimentar la tentación de intervenir y, en ese caso, la amenaza de la India siempre puede ser utilizada como excusa.

Otro importante factor que puede deteriorar la ecuación India-Pakistán es la bomba nuclear que Pakistán ha estado intentando construir durante los últimos años. Bhuto, y más tarde Zia, persiguieron con tozudez este objetivo para alcanzar la paridad con la India después de la humillante derrota de 1971, la pérdida de Pakistán Oriental (hoy Bangladesh) y la captura de 90.000 soldados, que cayeron en manos de las tropas indias. La moral del Ejército paquistaní continúa gravemente afectada por el recuerdo de aquella derrota y ha perseguido la bomba atómica para equilibrar la superioridad numérica militar india.

En un momento de incertidumbre, los dirigentes de Pakistán pueden verse tentados a acelerar el desarrollo de las investigaciones sobre la bomba e incluso a anunciar que la tienen. Si esto ocurre, la India ha dicho ya que se vería forzada a revisar su opción nuclear. Después de mostrar en 1975 que dispone de la tecnología necesaria para fabricar armas nucleares, el Gobierno de Nueva Delhi se ha negado persistentemente a desarrollar un programa militar nuclear y nadie, excepto Pakistán, ha acusado jamás a la India de poseer armas nucleares. Incluso Estados Unidos acepta que India no ha construido o almacenado tales artefactos.

Si Pakistán cruza el umbral nuclear, ello conduciría inevitablemente a una carrera nuclear entre la India y Pakistán y situaría su tradicionalmente hostil relación en la dimensión atómica. Es una perspectiva turbadora. Zia muerto crea más problemas a la India que vivo.

es el especialista en relaciones India-Pakistán de la revista India Today.

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