Danza en tono preciso
El público de la Porticada, predispuesto a la ovación tras disfrutar del violín de Isaac Stern y la batuta de Rostropovich, esperaba la actuación de Bocea como la parte de variedades de la noche, y no quedó defraudado. Julio Bocea y Raquel Rossetti dieron a su actuación el tono preciso como artistas invitados de un festival, buscando el lucimiento y el aplauso, que consiguieron plenamente, aunque a veces, y como suele pasar en estos casos, la atención al ritmo y la expresión musical quedase en un segundo plano de importancia en aras de conseguir una pirueta mas o un mejor impulso para el grand jetté. Esta falta de musicalidad es más grave cuando la danza es acompañada por una orquesta en directo y no por la habitual música enlatada.En el paso a dos de El corsario, ideal para estas galas, quedó patente el ímpetu de Bocca. Su variación fue un alarde de facultades físicas, preciosa por la elasticidad, ligereza y elevación natural de su salto, que realizó con asombroso nivel técnico. No tan atractivos fueron sus ademanes, demasiado exagerados y afectados, que le conducen a un movimiento poco elegante.
En la segunda parte del programa Bocca no tuvo tanto espacio para lucirse. El impacto que produjo Nijinski en el papel de Maur, de Scherezade, es difícil que un bailarín actual lo repita, en medio del embarullado trasiego de odaliscas, eunucos, esclavos y soldados de ese cuadro coreográfico que en 1910 fue una novedad, pero que ahora aparece pesado y pasado. La Polish National Dance Company tuvo una adecuada intervención que dejaba ver a veces la sensualidad y el exotismo oriental que Fokine introdujo como novedad en aquella época, y a ratos el folclorismo barato en que ha quedado la obra.
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