Picaresca cervantina

Costumbrismo de la cabalgadura entre los siglos XVI y XVII: estudiantes hambrones, soldadotes, sacristanes, bellas encerradas en casas bien guardadas suspirando por los mozos, viejos celosos de esposas niñas, matrimonios mal avenidos, jueces, sexo reprimido. Los entremeses de Cervantes no tuvieron suerte en un tiempo en que otros arrollaban el teatro: se le quedaron arrinconados en su bargueño, y los autores -directores de compañía- nunca se los pidieron. Se conformó con publicarlos (1615). Alguna vez viene alguno a escena, más bien como cosa del teatro estudiantil -cuando lo hubo-, de aficionados o de independientes. O van a manos de eruditos que comprueban o no su autenticidad o estudian en ellos la época y costumbres. Juan Pedro Aguilar, con una buena carga de éxitos cultos -Los milagros de Nuestra Señora, El Rey Ciervo, Anfitrión-, pone algurios en escena con una compañía, en la que hay profesionales de mucho y largo oficio -Paco de Osca, Concha Goyanes, Carmen Lagar...-, otros de su propia cepa, y los músicos, danzantes y cantantes con que suele ilustrar sus espectáculos. Los textos de los sainetes -que eso son-, como El juez de los divorcios, La cueva de Salamanca, La guarda cuidadosa, El viejo celoso, están generalmente bien conservados: el castellano de Cervantes conserva su belleza original, y apenas hay algunos trucos para trasladar la acción de unos a otros. El patio del Instituto de San Isidro da a la representación más belleza que la propia escenografía, y el público culto del día del estreno rió y ovacionó a todos, que repitieron una y otra vez sus saludos.