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García Maroto, el último pionero del cine

El cineasta ha publicado sus memorias en forma de 'Aventuras y desventuras del cine español'

Eduardo García Maroto tiene 85 años, pero su mirada, afilada y penetrante, se mantiene en los 30. Berlanga dijo de él que "contribuyó a crear la industria y la fascinación que durante tantos años acompañó a los pioneros M cine". Fundó, con cuatro cortometrajes y el largo La hija del penal, filme que entró en la leyenda al ser destruido por un incendio, una escuela de cine de humor que sigue viva. Retirado desde hace dos décadas, en su retiro acaba de publicar sus memorias, con el título de Aventuras y desventuras del cine español.

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Pertenece García Maroto al puñado de cineastas españoles que en los años veinte y treinta lo inventaron todo en su oficio. Sigue siendo un misterio cómo desvelaron el lenguaje del cine casi sin proponérselo. "Entonces no éramos cineastas, éramos peliculeros. Lo hacíamos todo por intuición. No teníamos preparación, ni otra ayuda que la que nos dábamos unos a otros. Trabajamos en un aislamiento total".

"La gente no se enteró o no quiso enterarse de lo que teníamos entre manos y nos obligaron a ser improvisadores y en cierto modo chapuceros. Pero, en medio del desinterés que nos cercaba, que en los escritores y los intelectuales llegaba al desprecio, hicimos cosas".

"Aprendimos el oficio. Sabíamos que abríamos caminos que los demás no veían. Nos llamaban charlatanes o ilusos. Era, en cierto modo, verdad, porque había que ser un iluso para tener aquella pasión entre tanta indiferencia. Quienes se percataron de lo que era el cine fueron los norteamericanos. King Vidor me contó que siempre estuvo respaldado y que donde nosotros encontramos rechazo ellos encontraron apoyo. Lo de que nadie es profeta en su tierra es cierto sólo entre celtíberos".

Los padres olvidados

Se ha olvidado a los padres del cine español. ¿Por qué ese olvido? "Creo", dice Maroto, "que por la inercia de aquel desprecio. Quienes no supieron apreciar el valor de lo que hacíamos, ¿cómo iban a saber conservarlo? La mayor parte del cine español de aquellos tiempos se ha olvidado o, peor aún, se ha perdido. Es el resultado de aquella actitud. En España las gentes del cine siempre están empezando. Nosotros hicimos lo que pudimos contra viento y marea. El esfuerzo deja buenos recuerdos. Éramos buena gente. Había farsantes, pero pocos".

Se le considera fundador de la escuela del cine de humor español. "Se crearon bases para una tradición de cine de humor, pero éste ha sobrevivido sin continuidad. Trabajamos en ello gente como Neville, Mihura, yo mismo. No era un cine que interesara a los productores, que preferían el resultado seguro de los dramas -como ahora del sexo: están arruinando la industria de los pijamas-, mientras en el humor no veían negocio seguro".

"Hicimos cosas", prosigue el cineasta, "pero de haber tenido apoyo hubiéramos hecho muchas más. En el cine español es más lo que se nos quedó en el tintero que lo que pudimos filmar. Y de lo que se filmó, el 70% se perdió entre incendios e indolencias. Por ejemplo: hacíamos travellings apoyando la cámara en un patinete de niño. Y no salían rnal".

"El cine mudo era ideal para hacer humor, porque tenía que apoyarse en el gesto y en la elaboración de gags, es decir, en recursos de cine puro. Y esto asustaba al productor. En la posguerra se cortó la tradición, que más tarde reemprendieron Berlanga y otros, que todavía siguen en ello, aunque algo tímidaniente".

"En el cine pionero español hubo cinco estilos, derivados de los cinco directores con más exito: Fernando Delgado, que hacía muy bien las películas y eran agradadables de ver; Benito Perojo, que se especializó en comedias frívolas; Florián Rey, que hizo cine folclórico y tuvo la suerte de dirigir La aldea maldita cuando el cine soviético estaba en alza, y José Busch, que era un buen hombre, meticuloso y muy trabajador".

"¿Córno entré a formar parte de ellos? Descubrí el cine cuando era niño, un día que me llevó mi padre a ver una película que duraba dos minutos. Allí quedé atrapado. Luego, fue Bernardo Perrote el que me metió en el tinglado, donde hice de todo, salvo de decorador. Era maravilloso trabajar así: la dificultad creaba un espíritu de trabajo colectivo, que se ha perdido al multiplicarse las especialidades y hacerse compartimentos estancos".

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