_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Fe de errores

Como profesor de Historia, nunca olvidé la famosa afirmación atribuida a Voltaire: "La historia es un paquete de mentiras adjudicadas a los muertos". Yo dedicaba algunas clases ocasionales de cada curso a la rectificación, necesaria a la luz de la nueva información, de las conclusiones que mis estudiantes habían leído o habían escuchado de mis labios durante las clases anteriores. En este artículo quiero matizar algunos trabajos míos anteriores que se referían a dos polémicos sucesos.El 1 de septiembre de 1983, la aviación soviética derribé un avión de pasajeros de Korean Air Lines que se había desviado de su ruta normal entre Alaska y Corea y había penetrado en el espacio aéreo soviético por razones todavía desconocidas. El 4 de septiembre, el presidente Reagan declaró que EE UU "había probado terminantemente que ellos habían derribado un avión civil desarmado en forma intencional". Los altos oficiales soviéticos afirmaron que ellos habían destruido un avión espía que volaba sobre comprometidas zonas de frontera, y que por varias horas se había negado a contestar las preguntas así como a escuchar las advertencias soviéticas.

Cuando, como muchos otros, escribí un artículo referente a ese incidente (EL PAÍS, 9 de septiembre de 1983), señalé que "la acción soviética ha sido considerada como una lección a los pacifistas y ha dado lugar a un gran número de diatribas... sobre la supuesta imposibilidad de negociar un acuerdo sobre armamento o, para el caso, cualquier tipo de acuerdo con los soviéticos". Para mí, por el contrario, el incidente fue un dramático ejemplo "de la forma en la que podemos, de manera accidental, desembocar en una guerra nuclear".

Algunas de las preguntas que surgieron en mi mente por la información disponible eran las siguientes: "¿Cuándo y cómo supo el piloto que se había adentrado en el espacio aéreo soviético? ¿Actuó con la inocencia de quien desconocía los hechos o tenía una misión de espionaje? ¿Pudieron equivocarse los cazas soviéticos respecto al tipo de avión o a su ruta exacta? La orden de destruir el Boeing, ¿fue motivada por una trama de sabotaje contra Andropov? ¿Por un deseo de experimentar con armamento contra un objetivo claramente indefenso, aunque vivo (como en el caso del infame bombardeo de Guernica)?".

Mis preguntas, y mi interpretación eventual, llevaban a la conclusión de que la decisión de destruir el avión fue consecuencia de un error de identificación o de motivos internos del equipo militar soviético. Yo consideraba la posibilidad de que el avión de KAL hubiera tenido realmente una misión de espionaje, pero ni remotamente se me ocurría que el espionaje militar americano hubiera llegado a la conclusión de que los soviets habían cometido un error de identificación y que el presidente había mentido deliberadamente. Una combinación de la minuciosa información sobre la investigación hecha por los periodistas americanos, y la reciente apertura de los informes del espionaje sobre ese incidente, muestra que el 2 de septiembre, dos días antes de la declaración del presidente, los servicios del espionaje llegaron a la conclusión, a través de un informe escrito, de que los soviéticos no sabían que habían perseguido a un avión civil. Dada mi ingenuidad personal en el tema, supongo que, a pesar de haber pasado el Watergate, yo continuaba compartiendo la confianza intuitiva que tienen la mayoría de los americanos en el hecho de que sus presidentes no mienten deliberadamente. Irangate, Contragate y las diversas investigaciones del procurador general Meese todavía eran futuro en el período del incidente KAL.

El otro tema que quiero analizar en este artículo es el papel jugado por España en el salvamento de algunas decenas de miles de judíos del holocausto realizado por los nazis durante la II Guerra Mundial. En un libro llamado Aproximación a la España contemporánea (Grijalbo, 1981) escribí lo siguiente: "Fuera o no consciente Franco de su propio linaje de converso a través de sus antepasados maternos, los Bahamonde, expresó directamente a Hitler su deseo de salvar a los judíos sefardíes de los Balcanes, a la vez que su policía de fronteras permitía que los judíos que huían de Francia cruzaran España para llegar a Portugal" (página 132). Las fuentes de esa afirmación eran los eruditos estudios publicados en 1970 por Haim Avni y Federico Ysart, y las diversas expresiones de gratitud del Congreso Mundial Judío al Gobierno español en 1944.

Yo hubiera analizado las cosas en forma algo diferente después de leer el exhaustivo trabajo de Antonio Marquina y Gloria Inés Ospina España y los judíos en el siglo XX (Espasa Calpe, 1987). Por su parte, está claro que hasta mediados de 1943 el Ministerio español de Asuntos Exteriores sólo estaba interesado en unos pocos cientos de acaudalados judíos sefardíes, respecto a los cuales no había sospechas de contactos con marxistas o masones. Además, numerosos mensajes de Madrid a los diplomáticos en el extranjero indicaban que la política española no era resistir la aplicación de las leyes raciales alemanas a los judíos sefardíes que buscaban la protección española.

Como resultado de la Conferencia de Bermudas de abril de 1943 entre Winston Churchill y Franklin Roosevelt, los aliados comenzaron a ejercer presión sobre España para que permitiera que un número no especificado, pero seguramente grande, de refugiados (independientemente de su religión), cruzara España en su camino hacia algún otro destino. En estas circunstancias España estaba dispuesta a extender visas de tránsito, y en toda la correspondencia con los alemanes y con las autoridades francesas de Vichy incluía su esperanza de poder administrar la propiedad de los cuidadosamente identificados refugiados sefardíes. Muchos diplomáticos españoles ubicados en la Europa ocupada trataron de suavizar las normas y ayudar a más gente, pero el ministerio de Madrid les recordaba constantemente que había muchas restricciones técnicas que aplicar.

Sin embargo, durante el verano y otoño de 1944, cuando era muy evidente que los alemanes perderían la guerra, y cuando los rusos se acercaban a Budapest, la embajada española se unió al nuncio vaticano, a los representantes diplomáticos de Suiza y Suecia y a la Cruz Roja Internacional para ayudar a miles de judíos (sefardíes o no) a escapar de Hungría. Esta actitud provocó la gratitud, no sólo de los judíos, sino de todo el mundo civilizado. Después de la guerra, el general Franco estaba muy satisfecho de crear la impresión de que la política diplomática española siempre se había esforzado en facilitar la evacuación, por razones humanitarias, del mayor número posible de judíos de la Europa ocupada.

El general Franco no era un antisemita biológico, como lo eran Hitler y algunos miembros del Gabinete español. Él estaba obsesionado por un presunto poder financiero judío, un bolchevismo judío y una masonería judía, obsesiones que eran recíprocamente contradictorias. En el tema de los judíos sefardíes, como en muchas otras cuestiones, él defendía los intereses económicos y legales de España en sus relaciones con los alemanes. Por lo que estaba dispuesto a insistir en los derechos españoles sobre la administración o disposición de las propiedades pertenecientes a los judíos sefardíes.

No hubo nada humanitario en su política gubernamental hasta que las actividades humanitarias de ese tipo coincidieron con la certeza de la victoria aliada y con su percepción de la necesidad de conciliar con los poderes democráticos victoriosos. Lo cierto es que hubo un fuerte componente humanitario que permitió que miles de víctimas potenciales de Hitler escaparan a través de España. Está sintéticamente expresado en la dedicatoria del libro de Marquina-Inés Ospina: "A la memoria de los diplomáticos españoles que fueron sensibles ante la tragedia del pueblo judío durante la II Guerra Mundial".

Traducción: Rosa Premat.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_