Montserrat Caballé y Alicia de Larrocha, juntas en el homenaje a Mompou
Verdadero centro espiritual de las jornadas granadinas de este año ha sido el homenaje a Federico Mompou, celebrado el lunes en el patio de Carlos V de la Alhambra. Por primera vez en sus biografías actuaban juntas Montserrat Caballé y Alicia de Larrocha, cuya presencia, sumada a la admiración general a Federico Mompou, provocó un lleno del amplio recinto circular.
Casi 2.000 personas siguieron con interiorizada pasión los mundos líricos y las intimidades emocionales del compositor catalán, ese grande, mínimo, armonioso y sereno Federico, instalado desde hace tiempo en la gran historia musical de nuestra época. Primero, en el París de los años veinte, la música de Mompou parecía un hecho aparte; después, se definía cada vez más como el más sensible resumen de cuanto ha sustanciado el pensamiento y el sentimiento musical del siglo XX.Sin duda alguna, la valiosa obra de Mompou alcanza su cima más alta y personal en la Música callada. Accedió a ella el autor por reducción, simplificación y concentración de su pensamiento y del lenguaje que lo refleja. Difícil resultará, hoy como mañana, alinear estos cuatro cuadernos de Música callada, dedicados desde su título a San Juan de la Cruz, con ninguna otra música de su tiempo. Más todavía: mucho antes que fueran lanzados el concepto y la etiqueta de lo minimal aparece en la Música callada de forma insuperable e insuperada. Minimalismo de procedimientos y proporciones que responde no a un juego o a una voluntad hipnótica, sino a una vieja, honda y acumulada sabiduría, a una actitud singularísima en la que se unifican la estética y la ética.
Alicia de Larrocha, toda una vida cerca de Mompou, domeñó todo su potencial sonoro, su nervio fustigante, para convertirlos en fluido interior, leve y sonoro, desde el que explicó claramente la poética musical de Mompou. Impresiones íntimas, en las que Mompou nos dice las suyas propias, preludios, canciones y danzas que transfiguran el folclor catalán y, en fin, la hermosa Música callada, sonaron en el piano de Alicia de Larrocha desde un entendimiento que casi podríamos denominar sobreentendimiento, auténticamente conmovedor.
Después, la voz de Montserrat Caballé y el piano de Alicia de Larrocha se fusionaron para darnos la transmutación musical que Mompou hiciera de los versos de Juan Ramón, de Cavan¡lles, de Garcés, de Ribot, del siempre querido Janés o de San Juan de la Cruz en el Cantar del alma. Sería imposible establecer preferencias cuando la obra entera de Federico Mompou se alza ante nosotros como un hecho total; resultaría injusto inclinarse demasiado por la pastoral de Juan Ramón Jiménez, las armonías húmedas sobre Cavanilles o las canciones de Janés.
La voz espectacular de Montserrat Caballé, su raro arte para hacer vivir las melodías a través de una larga teoría de preciosísimos, supo replegar sus facultades operísticas a las intimidades y orfebrerías de Mompou. Toda la matizada gama de colores e intimidades de que es capaz Caballé circuló tierna y distendida por este manojo de extraordinarias canciones a las que Alicia de Larrocha integraba el piano en perfecta dualidad y no desde ese pobre concepto del acompañamiento: un piano derivado directamente de la voz que canta.
Hasta dos bises fueron necesarios tras las repetidas ovaciones dedicadas a la obra de Mompou, a sus intérpretes y también a la viuda de Mompou, Carmen Bravo, que en vano trataba de pasar dasapercibida en el patio de butacas. Pocas jornadas tan hermosas en toda la historia del festival granadino como este homenaje que, además, ha demostrado que la música grande, a la corta o a la larga, pasa de las minorías a las mayorías.
Babelia
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