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Tribuna
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El renacimiento de la derecha

El anuncio por el presidente Alan García de la nacionalización de la banca, de las compañías de seguros y las financieras produjo exactamente el efecto contrario al que esperaba el joven líder del APRA. El Gobierno no supo preparar a la opinión ni ablandarla previamente ni supo tampoco justificar razonablemente la adopción de las medidas. Los banqueros, en cambio, lograron provocar una verdadera avalancha de críticas, a las que Alan García sólo respondió con un verbo violento, con órdenes impartidas a los parlamentarios y con el anuncio de que encabezaría marchas populares al Palacio Legislativo para exigir la aprobación de su proyecto. Y como remache de oro, un locuaz diputado aprista anunció por cuenta propia la estatización de toda la riqueza y la alianza natural del APRA con la izquierda marxista para gobernar Perú, convocando también a la Iglesia y a las Fuerzas Armadas. Estas declaraciones cayeron como pedrada en ojo de tuerto y contribuyeron a que el APRA, y en especial su presidente, perdieran vertiginosamente la credibilidad de la clase media, de la alta burguesía y de los grandes empresarios.El proyecto fue aprobado en la Cámara de Diputados por la mayoría aprista, sin que ni siquiera se discutieran sus aspectos técnicos. El Senado, en cambio, actuó con mayor independencia y anunció que estudiaría con calma el proyecto de ley. Transcurrieron meses en los que el Gobierno dio muchos pasos atrás, aceptó numerosas modificaciones y, a la larga, no contentó sino a los empleados bancarios favorecidos. Tampoco logró pactar con Izquierda Unida para aprobar simultáneamente la ley de amnistía para los presos políticos, a la que esa agrupación había condicionado su apoyo a las medidas presidenciales. Dentro del APRA, que había esperado 60 años para alcanzar el poder, la situación creó un clima de derrota moral que se extendió entre la clase media en general, que hoy piensa que pasará mucho tiempo antes de que los peruanos olviden la estafa de la que creen haber sido objeto.

Mientras tanto, los banqueros y la mayoritaria Prensa de derecha habían calado hondo en las conciencias colectivas, y Alan García quedó convertido en el hombre que había cometido la locura de enfrentarse al poder de la oligarquía de esta segunda mitad del siglo y que, de paso, había puesto en peligro la libertad de todos los peruanos. Resulta increíble pensar que gran parte de este problema se haya originado en el enfrentamiento entre el presidente y su ex ministro de Economía, Luis Alva Castro, en quien todos ven al próximo candidato aprista en las elecciones de 1990. Lo cierto, sin embargo, es que desde entonces Alan García ha logrado desencadenar un antiaprismo que parecía contenido en una olla a presión.

El resurgimiento de la derecha peruana, que había fracasado rotundamente en las elecciones de 1985, es otra de las consecuencias directas de las improvisadas medidas de Alan García y de la incoherencia de sus actos. La crisis económica heredada del Gobierno anterior se agrava y crea la amenaza de un desabastecimiento generalizado, mientras que el terrorismo senderista o tupamarista hace de las suyas ahora también en Lima y la popularidad del izquierdista Alfonso Barrantes crece en todas las encuestas. Pero los banqueros peruanos no sólo han captado enormes simpatías entre la clase media, sino que además parecen haber encontrado en la figura de Mario Vargas Llosa al portavoz de sus intereses.

Capacidad de convocatoria

El célebre novelista reúne en Lima, Arequipa y Piura las más grandes manifestaciones que los peruanos recuerdan y revitaliza con verbo firme y convincente a la anémica derecha peruana. Surge entonces el Movimiento Libertad y poco tiempo después se materializa la idea de un Frente Democrático en el que se integran también Acción Popular y el Partido Popular Cristiano, con sus viejos líderes, el dos veces ex presidente Fernando Belaúnde y Luis Bedoya Reyes, ex alcalde de Lima y ex candidato a la presidencia, como su adversario de izquierda Alfonso Barrantes.

Pero el centro y la derecha han renacido con fuerza y hasta ha aparecido un trasnochado grupo de extrema derecha con el nombre de Patria, Familia y Tradición. Le guste o no le guste, Vargas Llosa vendría a ser el candidato natural de los grandes empresarios y del antiaprismo feroz que parece caracterizar a grandes sectores de la clase media, aunque ello no excluya la tentación del tricampeonato del dos veces ex presidente Belaúnde ni mucho menos la ambición de Bedoya Reyes de alcanzar por fin la presidencia. Por su parte, el Movimiento Libertad no cuenta con el aparato político de los otros dos integrantes del Frente Democrático y, pasada la coyuntura creada por el problema de la banca, los seguros y las financieras, que a fin de cuentas parece haber afectado tan sólo a dos entidades bancarias, el Movimiento Libertad no ha logrado salir de su crisálida ni tampoco que los grandes empresarios confíen plenamente en un hombre tan obstinadamente independiente como Vargas Llosa, a quien muchos le cargan su pasado socialista y temen que les salga respondón.

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Por otra parte, Vargas Llosa parece haberse apartado últimamente del Instituto Libertad y Democracia, creado por el ideólogo de la nueva derecha peruana, Hernando de Soto, en cuyo libro El nuevo sendero la izquierda encuentra grandes contradicciones. De Soto propone la unión del sector informal (largamente estudiado en su libro), que pasa por un repliegue del Estado, con el sector empresarial o formal, que ha parasitado casi siempre al Estado, lo cual es más un programa político que una teoría económica y no deja de provocar resistencias en algunos sectores de la derecha más insensible y, por supuesto, no podrá nunca satisfacer a quienes piensan que toda idea de libertad que no anteponga la de igualdad es lo menos nacional que existe, y que en Perú los sectores altos no pueden seguir viviendo simultáneamente los privilegios de la situación colonial y de la era moderna, mientras que los sectores populares tienen que vivir las opresiones simultáneas de la discriminación, la herencia colonial y la explotación capitalista.

En realidad, lo único nuevo que hay en la derecha peruana es el exitoso libro de Hernando de Soto, que parece haber calado hasta en quienes no lo han leído, y el largo salto a la arena política de Mario Vargas Llosa, cuyo poder de convocatoria fue una verdadera sorpresa hasta para la misma derecha, y que es visto por algunos sectores de ésta como un hombre que está sacrificando una gran carrera literaria por defender sus ideas, con una valentía y honestidad pocas veces vista en los políticos.

Pero Vargas Llosa no le da al problema de la informalidad la dimensión que le otorgó en sus manifestaciones de hace ya varios meses, y esto se debe, en opinión de algunos, a que el compromiso personal del escritor está vinculado con ciertos grupos formales. Este argumento no viene ni de la izquierda ni del APRA, sino de los mismos belaundistas atrincherados en el conservador diario Expreso, para los cuales el Frente Democrático fue una mala idea contra la que combatieron y perdieron. Un reciente editorial de Expreso invitaba irónicamente a Vargas Llosa a visitar barriadas y nada más en los dos años que aún faltan para las próximas elecciones. Por su parte, Hernando de Soto y su instituto se alejan del Frente, tal vez con el fin de presionarlo, y aunque Belaúnde trata a Vargas Llosa casi como a su delfín sabe muy bien que por su demagógico populismo han votado siempre sectores que van desde la derecha hasta la izquierda, y que ésta puede ser su gran carta ante la inminencia de una segunda vuelta que enfrente a la derecha con Izquierda Unida.

Vargas Llosa

Por el momento, Vargas Llosa sólo parece haber impactado a la derecha realmente existente en Perú, y una coyuntura tan favorable como la que se le presentó cuando Alan García anunció sus nacionalizaciones difícilmente se volverá a presentar, por lo cual no logrará llenar nuevamente las plazas con su tenaz defensa de una cierta idea de la libertad.

Pero lo peor de todo es que el electorado potencial de Mario Vargas Llosa no necesariamente identifica la idea de democracia con la de libertad y mucho menos con la de igualdad. Nadie duda de las convicciones profundamente democráticas del escritor, pero sí es posible dudar de que, en los dos años que le quedan antes de las próximas elecciones, logre educar a ese electorado potencial que, desgraciadamente, admira la situación chilena de hoy, pasa sus vacaciones en Chile, piensa en Miami como lugar ideal si es necesario abandonar Perú y confiesa abiertamente su admiración por el general Augusto Pinochet. Por lo pronto, Vargas Llosa ha tenido el coraje de hacerles ver a los simpatizantes de su movimiento que no todo lo que está ocurriendo se debe a un mal Gobierno aprista, y que más bien hay que buscar el origen del actual estado de cosas en la historia de los Gobiernos peruanos.

En cualquier caso, tanto los políticos como los partidos actúan en función de 1990, y nadie parece saber para qué o para quién trabaja el día de hoy. Las últimas encuestas de popular¡dad asombran, aterran o llenan de optimismo: el 45% de los votantes, para Alfonso Barrantes; 25%, para Vargas Llosa, y 14%, para el aprista Alva Castro. Mientras el terrorismo asesina, dinamita trenes, carreteras, torres de alta tensión, apaga ciudades, el Ejército responde a la violencia con su propia violencia; se paga mucho más del 10% de la deuda prometido por Alan García; se agotan las reservas internacionales; se acude al oro del Banco Central de Reserva; todo encarece y escasea; la moneda no cesa de devaluarse; se blanquean los ya indispensables narcodólares; la inflación se dispara tanto que los economistas prefieren no hacer cálculos por temor a ser acusados de apocalípticos, y, con todo lo negativo que hay en esta larga enumeración, Lima es Perú hoy más que nunca.

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