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Tribuna
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La costosa decisión de Alan García

Todo parecería haber empezado a mediados del pasado año, cuando el presidente Alan García decidió caprichosamente nacionalizar la banca, las compañías de seguros y las financieras. El joven mandatario llevaba entonces dos años de gobierno, y tanto él como su gestión continuaban alcanzando altas cotas de popularidad en todas las encuestas. La política económica, nada ortodoxa, del régimen aprista había obtenido en su primer año logros que ni la misma derecha se atrevía a objetar, y la decisión de no emplear más del 10% del producto de las exportaciones para el pago de la deuda externa había calado hondo en una izquierda cuyo líder natural, el ex alcalde de Lima Alfonso Barrantes, veía con buenos ojos. La inflación había bajado notablemente, y el crecimiento económico del país era envidiable en comparación con el obtenido por el régimen anterior.Política de emergencia

Sin embargo, estos resultados cubrían sólo el corto plazo, y pronto se dejó entrever que el Gobierno había optado por una política económica de emergencia y que un nuevo agravamiento de la situación esperaba a la vuelta de la esquina. Dentro de este contexto se produjo la pugna entre el presidente García y su ministro de Economía y Finanzas, Luis Alva Castro, cuyos deseos de abandonar esa cartera para convertirse en presidente de la Cámara de Diputados fueron interpretados por Alan García como la negativa a asumir el pasivo de una crisis que era consecuencia de su política económica, y el afán de dejar el recuerdo de una buena gestión. Alva Castro, que se perfila como candidato del APRA en las elecciones de 1990, salió airoso de la pugna, y el presidente García perdió terreno dentro de un partido que hasta entonces le había seguido monolíticamente.

Es entonces cuando decide recuperar el terreno perdido y anuncia un plan de nacionalizaciones que había negado repetidamente durante su campaña electoral y en conversaciones privadas con los grandes empresarios nacionales. Mientras que el partido del presidente es informado de las medidas tan sólo 24 horas antes, su anuncio a la nación produce un gran desconcierto, unido a la violenta reacción de una derecha que alega la inconstitucionalidad de dichas medidas y de una izquierda que desea convertirlas en algo mucho más radical.

Los medios de Prensa, controlados en su mayor parte por la derecha (la televisión, en particular), desatan sus iras contra un Gobierno que amenaza con arrastrar a Perú hacia el totalitarismo, hacia el castrismo o la sandinización y que, por lo pronto, busca apoderarse del aparato del Estado, hasta confundirse con él, dentro del mejor estilo mexicano. Alan García, por su parte, improvisa manifestaciones en diversos puntos del país y exalta a los sectores más desfavorecidos a la lucha contra los pocos grupos de poder que controlan toda la riqueza en Perú. El resultado es un clima de violencia latente, en el que los banqueros peruanos se presentan como víctimas de una expoliación, se refugian en sus bancos y, con la ayuda de los medios de comunicación, logran convencer a amplios sectores de la clase media de que sus intereses económicos son sinónimo exacto de la palabra libertad.

Burocracia aprista

El Gobierno titubea al ver que las medidas no satisfacen a una izquierda que exige más y más, ni, lo que es peor, a importantes sectores del propio partido aprista. Se cae muy pronto en un verdadero embrollo legal que pone en tela de juicio la independencia del Poder Judicial y resalta la pobreza del debate parlamentario (sobre todo en el sector aprista), y la fragilidad de unas instituciones que desde siempre en la historia republicana de Perú sólo son formalmente democráticas, y a menudo han sido corrompidas por los dueños del poder. Para la clase media, en la que tanto se había apoyado Alan García, el aprismo se convierte de la noche a la mañana en burocratización con carné, y la ilusión de un Gobierno que saque a Perú de la desmoralización y la crisis heredada del régimen anterior ha terminado.

Las medidas adoptadas por Alan García tardan meses en aplicarse, con muchos pasos atrás, que no son sino una prueba más de lo impopular de un proyecto improvisado por el caprichoso protagonismo del presidente y, en todo caso, mal publicado y peor comprendido. Con sus incesantes viajes y discursos, el presidente García sólo ha logrado soliviantar al pueblo con un efecto casi de bumerán, dentro de un clima social en que la corrupción, la desmoralización y el "sálvese quien pueda" dan la impresión de que nadie está haciendo nada por el país y que lo único trágicamente eficaz es el terrorismo de dos grupos que ahora parecen enfrentados en su estrategia: Sendero Luminoso y el Movimiento Revolucionario Túpac Amaru (MRTA). Ambos pescan en río revuelto, en las desamparadas o aterradas poblaciones campesinas y ciudadanas, que nada tienen que perder, por otro lado, ante el horror de una miseria cada vez mayor y la incapacidad del APRA para lograr una política antisubversiva siquiera menos ineficaz que la del Gobierno anterior. Para el ex presidente Belaúnde Terry, el terrorismo no pasaba de ser la acción de pequeños grupos de origen extranjero, aunque no por ello dejó de recurrir a las tácticas de la guerra sucia al enfrentarlo. Sin embargo, muy poco después la izquierda peruana en su totalidad acusaba al presidente García, de ser el primer responsable de la masacre de unos 250 inculpados de terrorismo detenidos en diversas prisiones de Lima. A estas mismas conclusiones llegaba la comisión multipartidaria creada para investigar el caso, pero un carpetazo del mayoritario sector aprista logró enterrarlo, al menos momentáneamente.

Crisis de la izquierda

Mientras tanto, Izquierda Unida, que sólo ha logrado funcionar homogéneamente como frente electoral, defenestraba a Alfonso Barrantes, dando una prueba más de las pugnas internas que la caracterizan y de su muy diversa y a menudo ortodoxa ideologización, fruto también del afán protagonista de algunos de sus miembros, y de un caudillismo que ya ha tenido nefastas consecuencias electorales. Sin embargo, la popularidad del paciente y sagaz Barrantes crece día a día en muy diversos sectores, que incluso llegan a trasladarlo, en su anhelante imaginación, hacia posiciones centristas cuyo origen está en su radical condena del terrorismo, su crítica constructiva y mesurada del Gobierno aprista, y su fama de líder provinciano y cazurro, provisto de una buena dosis de sentido del humor y de una increíble capacidad para salir airoso, más con hábiles evasivas que con categóricas respuestas, en sus confrontaciones con líderes y periodistas de todos los horizontes políticos.

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