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CITA EN MOSCÚ

Con los astros a favor

Reagan protagoniza, en el corazón del "imperio diabólico", su último gran papel

Francisco G. Basterra

Con los astros a favor, una comitiva de 600 personas y la esperanza de superar en el gran plató de la capital del socialismo la cuesta abajo de su presidencia, Ronald Reagan pondrá hoy pie en Moscú para celebrar su cuarta cumbre con Mijail Gorbachov. Han pasado 14 años desde que Richard Nixon visitara Moscú, y en Washington se busca una palabra que sustituya a distensión para calificar la nueva relación entre las superpotencias, abierta por este cruzado de la guerra fría que parece encaminado, con la inestimable ayuda del líder más imaginativo de la URSS desde Lenin, a acabar con el período de confrontación y recelo que ha marcado el mundo desde 1945.

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Reagan y Gorbachov se reúnen hoy en el Kremlin

FRANCISCO G. BASTERRA ENVIADO ESPECIAL, Reagan no realizará en Moscú su ilusión de poner el broche de oro a su presidencia con la firma de un tratado de reducción del 50% de los desestabilizado res arsenales estratégicos de las dos superpotencias. Es un paso demasiado grande que los establecimientos militares de las dos naciones están aún reacios a dar.Pero a falta de resultados espectaculares concretos de la cumbre, Reagan aspira, en 98 horas, en el corazón de lo que llamó "imperio diabólico", a conectar con el pueblo soviético utilizando su reconocida capacidad química de comunicación y vender a una audiencia de estudiantes, monjes, intelectuales y disidentes la buena nueva de la democracia norteamericana y el modo de vida de un país que culturalmente fascina hasta a sus más recalcitrantes adversarios ideológicos. Cabe incluso la posibilidad, según algunos rumores, de que Reagan acuda esta noche -su primera en Moscú y la única libre según el programa oficial- acuda casa de un disidente a pasar un rato.

Por eso los estrategas de la

Casa Blanca han construido la reunión sobre la posibilidad que ofrece el exótico escenario moscovita -un actor de Hollywood en el Kremlin- para salvar la falta de sustancia política de la cumbre. Predominarán el simbolismo y la ceremonia, en los que tan bien se desenvuelve Reagan. La televisión norte americana será la principal beneficiada de esta estrategia, que concede tanta o más importancia a los encuentros del presidente con las diferentes fuerzas sociales soviéticas en su terreno -no como Gorbacho hizo con las norte americanas en la embajada de su país en Washington- que a los cinco encuentros entre Reagan y el reformista líder soviético. La audiencia del presidente serán los soviéticos, en un intento de compensar la favorable impresión causada por Gorbachov en su viaje a Estados Unidos. Y sin perder de vista el público norteamericano y la campaña presidencial, echando al mismo tiempo una mano al candidato republicano George Bush, amenazado seriamente por el demócrata Michael Dukakis.

Desquitarse

Los norteamericanos asisten al desvanecimiento del reaganismo -descomposición, dirían algunos- en medio del ridículo provocado por las revelaciones del papel de la astrología, vía Nancy Reagan, en el manejo de la Casa Blanca y la confirmación de que el presidente gobierna distraído, sin enterarse bien de las cosas, ejecutando un guión escrito por asesores ambiciosos y a menudo poco competentes.

La glasnost que sopla en esta sociedad ha permitido -gracias a las memorias inmediatas de leales traidores al presidente- desnudar al emperador, un problema que la apertura soviética está aún lejos de provocar a Gorbachov. El presidente, que aún sigue siendo muy popular, ha sido humillado, y ahora, en los últimos meses de su mandato, se trata de encontrar una salida histórica airosa a una presidencia singular por muchos motivos. La cumbre de Moscú viene como anillo al dedo para lograr este propósito.

Ronald Reagan no se enfrenta a una conferencia del partido ni a un Politburó no totalmente alineado con sus posiciones, como Gorbachov, pero desembarca en el aeropuerto de Vnukovo dejando en Washington una serie de problemas y políticas fallidas que también están pidiendo a gritos una perestroika. No tiene a Ligachev, pero sí, por ejemplo, la espina de Noriega, que no ha sido capaz de sacarse.

Reagan ha sufrido también el desdoro de iniciar su viaje sin que el Senado -gracias, paradójicamente, a los sectores más conservadores, que se califican de reaganitas- hubiera ratificado el tratado INF. A última hora, demócratas y republicanos prometieron al presidente que tendrá la ratificación cuando hoy celebre su primera entrevista con Gorbachov. Y así lo hicieron. El viernes, el Senado aprobó, por 93 votos contra cinco, la ratificación del acuerdo para la eliminación de los misiles de alcance intermedio.

Lo ocurrido refleja el poco respeto que inspira ya en el Congreso y la natural pérdida de influencia política en el ocaso de su presidencia. Los norteamericanos, lo mismo que los soviéticos y los europeos, ya están pensando en el próximo inquilino de la Casa Blanca.

Pero Gorbachov quiere apurar al máximo las posibilidades de avanzar con este presidente.

Cualquier acuerdo o principio de acuerdo estratégico sería una herencia obligatoria para Bush y también, aunque en menor medida, para un demócrata liberal en política exterior. La relación entre Reagan y Gorbachov es muy buena y está presidida por el realismo: ninguno espera convencer al contrario.

Son capaces de hablar de temas como los derechos humanos, la libertad religiosa o la desnuclearización del mundo, que jamás Nixon o Carter soñaron con plantear a Breznev. O ¿quién hubiera pensado que la URS S del breznevismo hubiera aceptado, en el marco de un diálogo sobre conflictos regionales, retirarse de Afganistán?

Para los hombres de Reagan ha sido la firmeza, el rearme y la negociación desde la fuerza lo que ha provocado este milagro. Para otros es la personalidad y la decisión de Gorbachov de sacar a la URSS del estancamiento, aceptando incluso la derrota de Afganistán, lo que ha permitido rescatar a la relación bilateral de la hostilidad en que estaba sumida.

En cualquier caso los ultras norte: americanos no dan crédito a lo que están viendo. "Este presidente está persiguiendo un acuerdo de desarme con un entusiasmo que impresionaría incluso, a Jimmy Carter". Pero se cubre este flanco poniendo en el primer plano de la relación la discusión sobre la represión de los derechos humanos en la URSS, aunque admite, por primera vez, que también en este país hay problemas de derechos humanos.

Convergencia

El presidente, que asegura que la URSS de Gorbachov ya no persigue la dominación mundial y que es un "líder nuevo" al que ",considero un ainigo", no se hace sin embargo demasiadas ilusiones. "No espero una transformación rápida y radical en la URSS. Existen aún profundas diferencias morales y políticas entre el sistema soviético y el nuestro". "Estados Unidos debe permanecer firme y vigilante", declaró horas antes de salir (de Washington.

Pero también explica, asumiendo que el éxito de la reforma que pretende Gorbachov

beneficiará también a Occidente, que "debemos proporcionar el incentivo para una nueva política soviética en contraste con la Los Nixon, Kissinger y los que vieron hundirse el espíritu, de distensión, aconsejan prudencia y advierten contra una peligrosa euforia.

Hay coincidencia en que los dos países, especialmente la URSS, sobre todo por problemas económicos, tienen un interés mutuo en estabilizar su relaci6n eliminando una larga época de incertidumbre. Las personalidades y las necesidades de los dos líderes ayudan en esta búsqueda de regularidad y fiabilidad de la relación, que es la verdadera sustancia que explica lo que está ocurriendo.

Reagan no descarta la posibilidad de una quinta cumbre, y volvería a verse con Gorbachov este otoño si hubiera un tratado START para firmar. Promete que seguirá trabajando para lograrlo. "No es e¡ final del curso estratégico".

Lo mismo dice Gorbachov. Pero la impresión en Washington es que no será posible. No hay tiempo, y serán Bush o Dukakis quienes tendrán que seguir donde lo deje Reagan. Este presidente ya ha alcanzado los laureles internacionales máximos con los que probablemente dejará la Casa Blanca: la firma del tratado INF y la retirada soviética de Afganistán.

Nuevo pensamiento

Reagan ha estimulado una nueva ilusión desnucleariz adora, pero su Administración no ha sido capaz de elaborar un nuevo peqsarniento capaz de plasmarla tratado. El 90% del mismo ya está negociado en un borrador er. Ginebra, pero falta el 10% más difícil: lo que se creen insolubles problemas de verificación de los misiles de crucero larizados desde barcos: los cohetes móviles.

El Pentágono ha frenado el intento histórico del presidente Reagan y de su secretario de Estado, George Shultz, de acelerar un acuerdo. La Junta de Jefes de Estado Mayor se opone a una reducción drástica de los misiles intercontinentales porque no ha resuelto la incertidumbre de cómo quedarían las defensas de Estados Unidos, qué nuevo equilibrio se produciría y qué mezcla de misiles contendría el nuevo arsenal. En definitiva, mantener el mismo grado de seguridad con que se sienten hoy.

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